jueves, 21 de abril de 2011

El habla de los porteños: copado chamuyo autóctono

El lenguaje es un hijo mutante de su época. La Babel porteña amasa su decir con vocablos nacidos por grupos de edad, por origen, por oficio, por sector social. El tiempo los olvida o los convierte en patrimonio común.



Recordaba aquellas ho­ras de garufa cuando minga de laburo se pa­saba, meta punguia, al codillo escolaseaba y en los burros se ligaba un metejón; cuando no era tan junao por los tiras, la lan­ceaba sin tener el manyamiento, una mina le solfeaba todo el vento y jugó con su pasión." Es un frag­mento de tango "El ciruja", que Er­nesto de la Cruz y Francisco Alfre­do Marino compusieron en 1926. La canción es uno de los ejemplos más acabados del lunfardo en el género, con más de 30 voces en toda la obra.

Luego llegó el lirismo de Ho­mero Manzi, Enrique Santos Dis­cépolo y Cátulo Castillo. Pero esos términos daban cuenta del habla de los porteños; de esos tipos que -nunca más cabal la expresión- descendían de los barcos y llega­ban a una ciudad en plena ebulli­ción. Ahora, cuando el siglo XXIestá haciendo sus primeros palo­tes, ¿cómo cambió la forma en la que hablamos los habitantes de esta urbe? ¿Qué influencia tienen Twitter, Facebook, los mensajes de texto y otras tecnologías en la economía del lenguaje? ¿Aca­so aquellos grupos de malevos no pueden con justicia considerar­se una "tribu urbana" de aque­llos años?

Periodista y miembro de la Academia Porteña del Lunfardo, Marcelo Héctor Oliveri cree ne­cesario definir qué es el lunfardo. "Es un conjunto de palabras que utilizamos los hablantes riopla­tenses, en oposición a los térmi­nos establecidos. Hay gente que piensa que el lunfardo es hablar al revés o un lenguaje tanguero, de marginales y carcelario. Y tie­ne una relación con la inmigra­ción, con los términos que traje­ron nuestros abuelos y bisabuelos desde Italia, España, Turquía y muchos otros países. Además, cada lugar tiene su regionalismo. En Buenos Aires, si alguien pide que le traigan el changuito, segu­ramente esa persona quiere ir al supermercado. En Jujuy, llamarán al pibe."

Oliveri hace una suerte de seguimiento personal de neolo­gismos en diarios y revistas. "Los viernes, compro el suplemento joven de Clarín. Ahí aparecen pa­labras que son tan lejanas para nosotros como el chino, pero al tiempo saltan a otras seccio­nes del diario y a los pocos me­ses la está usando Macri", ilus­tra. Cuenta que hace unos años leyó en una nota que un can­tante tenía que "bajar un cam­bio" y dejar las adicciones. Lue­go, el jefe del gobierno porteño la usaba para despotricar contra un opositor.

Petitero (habitués de los petit café), caquero (engreído), cheto y ¡qué plato! son expresiones que despertarían risas y acusaciones de antiguo o pasado de moda en quien las utilice. En cambio, esta­ría muy bien verse una peli el fin­de, si esa chabona que tanto me gusta no se ortiba, se copa y me da cabida.
"No me asusta que se creen todo el tiempo nuevas palabras porque el lenguaje es algo muy dinámico. Sí me preocupa que los chicos usen sólo entre 20 y 30 palabras, que el ‘nada' sea una de las tantas muletillas que desnudan falta de recursos para decir cosas. Sólo usan las pala­bras que escuchan y las repiten todo el tiempo. No leen, y eso sí es grave. Homero Manzi comen­zó a componer canciones a los nueve años. Hoy no hay muchos chicos de esa edad que tengan esas cosas para decir", analiza Olivieri.

Director del Departamento de Investigaciones Lingüísticas y Fi­lológicas de la Academia Argen­tina de Letras, Francisco Petrecca da un ejemplo muy cotidiano para graficar la forma de hablar de los porteños. "Cuando vivís en un barrio y te armás una rutina, to­más a lo sumo tres o cuatro líneas de colectivo. Y si te mudás, sumás otras tantas, pero no mucho más. Es una cuestión de como­didad. Hoy en día hablamos con muchísimas muletillas por pereza, por desconocimiento de otras vo­ces y porque es fácil. Es una fa­lencia que viene desde la escuela, una institución que muchas veces se plantea que lo bueno es no ha­cer nada novedoso y repetir lo ya dicho", critica.

Petrecca cree que, final­mente, es un tema de una libertad lingüística que no estamos ejerciendo. "Tene­mos la capacidad para ex­presarnos en diferentes registros del habla, con las múltiples posi­bilidades que nuestro idioma per­mite. Sin embargo, hoy todo es boludo y boluda. No me moles­ta la palabra; me molesta que se pierdan precisiones." Hay formas múltiples de llamar a un amigo y también de decirle que, en nues­tra opinión, es medio tonto.

Oscar Conde, licenciado en Letras, docente, ensayista y poe­ta, cree que los medios juegan un papel fundamental en la for­mación de neologismos. Y saca a relucir su lista de "palabras te­máticas".
"La revista dislocada comen­zó a usar la voz gorila; Niní Mars­hall dijo aquello de tarúpido por estúpido y Telecómicos, en los 70, acuñó el inoxidable pendor­cho. Más recientemente, algunas palabras aparecieron desde el programa de Tinelli, como con­chero o botineras. Pero hay un fenómeno que no ocurría antes: el uso se extiende rápidamente -quizás en menos de una sema­na- hacia el interior del país; la forma de hablar de Buenos Aires es una suerte de modelo que to­man, por ejemplo, en Salta o Ju­juy. Muchos puristas creen que el lenguaje del chat o el Twitter cambiará la forma de hablar. No lo creo. Un adolescente le escri­be a su novia por mensaje tkm, pero estoy seguro de que cuan­do la ve le dice te quiero mucho. Sí es preocupante la falta de vo­cabulario y que esas formas de escritura lleguen a la escuela. El chico debe poder diferenciar los dos registros."

Oliveri, de la Academia del Lunfardo, busca ser conciliador. Dice que a la fuerza tenemos que cambiar el habla por­que, caso contrario, que­damos afuera de las char­las. "Hace 20 años, no existía el chat, ni el e-mail y el mouse era el ratoncito de Disney. Ésta es el habla actual de Buenos Aires, nos guste o no. Algunas de estas nuevas pa­labras perdurarán y otras no. El lunfardo tiene muchas que aún tienen vigencia", dice. Mientras Marcelo habla, afuera de la Aca­demia, una mina y un chabón hacen cola en un local. Están buscando laburo. Andarán mal y sin vento.

Enrique Durán Redacción Z

La Boca: nieblas del Riachuelo

El viejo transbordador, los botecitos que aún llevan a la isla Maciel, las tiendas de ropa de trabajo, los conventillos: un territorio de la clase obrera.


Ya no hay carros que pretendan trepar al transbordador para cruzar hacia la isla Maciel. Los yuyos siguen carcomiendo el viejo puente de hierro inaugurado en 1913, y no hay señales de que vayan a reparar­lo a corto plazo. El sol de mediodía rasgu­ña a los pasajeros que esperan el colectivo. nodo de transportes ubicado en el cru­ce sinuoso de las avenidas Pedro de Men­doza y Almirante Brown, en La Boca, es ca­becera de la línea 152, a Olivos, y de la 46, a San Justo. Los tres puntos cardinales y, más allá, la salida al Río de la Plata. Un par de turistas desorientados se preguntan si pueden seguir tomando fotos allí donde el paisaje cambia. Hay colores, pero no tan­to. La zona comienza a tomar en este pun­to su verdadero sabor a barriada industrial deconstruida. Las marcas están a la vista: cintas continuas, los puentes que transpor­taron durante décadas a miles de obreros desde y hacia Avellaneda, y la descascarada tienda de ropa de trabajo. Rústicas Ombú y Pampero mezcladas con camisetas de Boca y de River, para el turismo. Cien metros más adentro, por Brown, el almacén naval y los piringundines. Sí, de los de antes. La parri­lla con Wi-Fi y a una cuadra, el taller de mo­tores transformado en bodegón.

Al pie del transbordador, el embarca­dero fluvial es testigo de todas las épocas. Los botes colectivos transportan a los pasajeros a la Isla Maciel. Un mi­nuto de viaje, un peso. No es ne­cesario llevar mo­nedas. Los botes funcionan entre las 6 y las 22. Exis­ten otras opciones para cruzar hacia la orilla de enfrente. En 2010, Vialidad Nacio­nal restauró a nuevo las escaleras mecáni­cas de acceso al puente Nicolás Avellane­da, inaugurado por el presidente Roberto Ortiz setenta años atrás. Agregaron ascen­sor para cuatro personas y pasarelas cerra­das con vista panorámica a toda La Boca. El paseo peatonal demanda diez minutos y el acceso es gratuito. Esta alternativa restó pasajeros a los botes. La otra posibilidad es cruzar en colectivo, algo más cómodo si se quiere saltear la isla Maciel y llegar directa­mente a Dock Sud. Las líneas indicadas son la 33 y la 159, más conocida como El Blan­quito. Del otro lado, en el Doque, hay una zona comercial muy activa y los frentes de chapa de los conventillos aparecen unifor­memente plateados. La orilla vecina desafía el colorido boquense.

Toda la zona de la Ribera sufrió una completa transformación en 1997, cuan­do se construyó la nueva rambla elevada poco más de un metro, que oculta el sis­tema de bombas de desagote. Desde en­tonces las inundaciones son un recuerdo, aunque para nada borroso. Los vecinos no olvidan la postal del remolcador que, arras­trado por la sudestada, fue a hacer compañía por mucho tiempo a los autos esta­cionados en la calle Necochea. La rambla arrancó la melancolía del paseo a pie sobre los adoquines, bordeando el agua. Y la fe­roz vuelta que acostumbraba dar el colec­tivo 20, acelerador a fondo, casi adherido a la línea del Riachuelo. Choferes más gua­pos, aquéllos.

Para sellar la tradición barrial, junto al viejo transbordador aparece el cuartel de bomberos. Destacamento La Boca de Bomberos de la Po­licía Federal lleva la batuta, junto al Cuartel IIIde Ba­rracas, a la hora de apagar incendios. ellos se suman los dos cuarteles de voluntarios, los rojos de Tomás Li­berti (Voluntarios de La Boca, fun­dado en 1889) y los verdeamarillos de Francisco Car­bonari (Voluntarios de la Vuelta de Rocha, 1935). Un viejo clásico de camisetas que se suspende en cuanto suenan las sirenas. Junto al pequeño destacamento de Brown y Pedro de Mendoza se realizan periódica­mente castraciones de perros y gatos a bajo costo, organizadas por proteccionistas. Po­cos barrios tan bicheros como La Boca.

A modo de final de recorrido, se invi­ta a ver dos películas argentinas que eligie­ron las inmediaciones del transbordador para rodar exteriores, previo a la construcción de la nueva rambla. Una de ellas es La Mary, dirigida en 1974 por Daniel Tina­yre. Ambientada en las décadas de 1930-1940, muestra el movimiento de camiones y chatas junto al puente Nicolás Avellane­da, sobre las calles empedradas de la orilla de enfrente. Y en la superproducción Gati­ca, dirigida por Leonardo Favio en 1993, la escena ambientada treinta años antes per­mite participar del cruce en bote hacia la Isla Maciel. Única ceremonia que el tiempo continúa celebrando.

DZ/km
Adriana Carrasco Redacción Z

con la música a otra parte

 El Teatro Colón y el Argentino de La Plata tienen historias, tamaños y ambiciones muy diferentes. Hasta hace poco a nadie se le hubiese ocurrido compararlos, sin embargo, hoy los melómanos porteños miran con atención lo que pasa en el coliseo provincial, manejado por los directivos que expulsó Macri del Colón.




A simple vista podría afirmarse que se trata de dos teatros que juegan en diferentes categorías. Por un lado el Teatro Colón, con toda su gloriosa historia y prestigio internacional. Por el otro, el Teatro Argentino de La Plata, un coliseo lírico provincial con un presupuesto mucho menor y ambiciones más modestas. Hasta hace algunos años a nadie se le hubiera ocurrido compararlos. Para el melómano de la capital no había más que el Colón. Pero las cosas parecen estar cambiando de un tiempo a esta parte: primero el cierre por reformas edilicias en el primer coliseo argentino, y luego los conflictos con los gremios, que llevaron a la cancelación de funciones, hicieron que el público musical de la ciudad de Buenos Aires observara con atención lo que ocurría en la ciudad de las diagonales. Además, según coinciden varios entendidos en el tema, en La Plata se están dando muchos aciertos de programación y gestión. A todo esto se agrega un hecho que le da un cariz especial a la comparación: quienes manejan hoy el Argentino de La Plata son los mismos que estaban a cargo del Colón al momento en que Mauricio Macri asumió la Jefatura de Gobierno de la ciudad de Buenos Aires. La dupla Marcelo Lombardero (director artístico) y Leandro Iglesias (administrador general) fue desplazada por la gestión de Macri, y al poco tiempo ambos se mudaron con todo su equipo a La Plata.

LAS COMPARACIONES ¿SON ODIOSAS?
“El hecho de que a alguien se le ocurra la comparación entre el Colón y el Argentino ya es un tema. Esa comparación hubiera sido impensable hace diez años”, dice el crítico musical y escritor Diego Fischerman. Y agrega: “En Buenos Aires hoy se mira con atención lo que se hace en La Plata, porque hoy el Colón no está funcionando. La reapertura del 25 de mayo de 2010 fue un show mediático, pero luego no lo pudieron hacer funcionar”. Fischerman se refiere al abrupto y anticipado cierre que tuvo la temporada 2010, como consecuencia de un conflicto que enfrentó a las autoridades del teatro con los gremios que representan a los trabajadores. Enfrentamiento que se profundizó en los primeros meses de este año, y que hace peligrar la realización de la temporada 2011. Y la comparación también surge en el tema salarial. Actualmente un músico del Argentino de La Plata gana casi el doble que un par suyo del Colón, aun cuando el empleado de la provincia de Buenos Aires tiene una menor carga horaria de trabajo.

Caras y Caretas intentó hablar del tema con las autoridades del Colón, pero desde la oficina de prensa del teatro se informó que ni su director, Pedro Pablo García Caffi, ni ningún otro funcionario harían declaraciones al respecto. Desde La Plata, en cambio, Marcelo Lombardero aceptó dialogar con esta revista, aunque fue cuidadoso a la hora de comparar la actual realidad de ambos teatros. “El Teatro Argentino no trabaja para competir con el Colón, no quiere ser la otra cara de la moneda. Nosotros en 2010 trabajamos para tener la mejor temporada dentro de nuestras posibilidades.” Lombardero cree que “un teatro como el Colón o el Argentino son armas de políticas culturales, y si hablamos de políticas culturales uno tiene una ideología y la gestión tiene que ver con esa ideología”.

Para Fischerman, precisamente las diferencias de lo que ocurre hoy en el Argentino y en el Colón tienen que ver en gran medida con la ideología que existe detrás de cada una de las gestiones: “Ya cuando Lombardero estuvo en el Colón hubo una apertura de fronteras y de géneros –dice– algo que había comenzado Sergio Renán, director del Colón entre 1989 y 1996”.

Por otro lado, el crítico cree que “la idea de Macri para el Colón, si saliera bien, porque el asunto es que sale mal, sería un teatro como el de 1940, con la diferencia de que en esa época las clases altas no tenían ninguna culpa ni eran vigiladas por la sociedad, y nadie cuestionaba que el Estado les pagara sus gustos”. Fischerman agrega que “García Caffi pensó el proyecto de un Colón con grandes figuras internacionales. Y esto lo logró en el terreno de los conciertos pero a altísimos precios, y habría que ver si esa es la función del Colón”. En una línea de pensamiento similar, Lombardero agrega que “el Teatro Colón tiene los oropeles, las luces, las grandes estrellas, pero también tiene gente durmiendo afuera en la calle, y esa realidad es la que circunda el teatro. Lo mismo me pasa a mí en el Argentino de La Plata. Yo tengo la responsabilidad de administrar un teatro público, con dineros del Estado, que piense en la sociedad que lo rodea. No pensar el teatro como una isla sino ver qué le devuelve el teatro a la sociedad que lo mantiene. Esta es una visión que va más allá de la programación artística”. Por eso para Lombardero la política del Argentino es privilegiar la producción propia y no la importada.

Las comparaciones son odiosas, dice el dicho popular. Pero el mundo musical en este caso está comparando, más allá de que esto sea o no del agrado de las autoridades de ambos teatros. Cada vez más los melómanos porteños saben que a 60 kilómetros de Buenos Aires se ofrecen espectáculos musicales de calidad y, llegado el caso, están dispuestos a recorrer esa distancia para disfrutar de una ópera, un concierto o una función de ballet.

Damián Autorino

Las Violetas: la confitería de los tres siglos

Fue fundada en 1884, y hoy luce tan espléndida y señorial como siempre. Fueron habitués Carlos Gardel, Alfonsina Storni y Roberto Arlt.



Si hay algo que distingue a Buenos Aires es el bar y la esquina. Sólo algu­nos lugares elegidos for­man parte de esos rincones míti­cos, ángulos que guardan historias como tesoros. No es fácil ser em­blema de la ciudad. Y la confite­ría Las Violetas es uno de esos íco­nos, referencia porteña ineludible en cualquier libro histórico que na­rre las costumbres porteñas.

Nació en 1884, en lo que era un barrio descampado y conformado por algunas casaquintas, alejado del centro. El nombre de la confitería surgió gracias a que el color predominante de la zona lo daban las flores, dispuestas en los frentes de las casas.

Se construyó entonces una obra de arte arquitectónica pensada para la aristocracia de la zona: mesas de mármol italiano y colum­nas de estilo romano. En la puerta paraban carrozas, carretas, el tran­vía a caballo y una mayoría de hombres, vestidos de galera y bastón.

"Esta confitería es especial por varias razones: tiene un estilo defi­nido, entra una luz muy especial por los ventanales, las mesas de már­mol de Carrara ubicadas adelante son un lujo y los 12 vitrales son ma­ravillosos. Además de los que están arriba de las puertas, hay tres en el fondo llamados Vida, Esperanza y Alegría, y representan tres épocas de nuestro país", describe Luciano Correa, uno de sus mozos.

En 1920 se hizo la primera re­forma, se instalaron los amplios ventanales que se ven en la actua­lidad y el piso de mármol italiano. El espíritu es mantener todo lo que se pueda del original. Hay maderas y arañas de bronce que se conser­van desde su apertura.

Con los años fueron cambian­do también algunas costumbres. Correa explica que "hasta 1950 era imposible entrar sin saco y cor­bata, hoy algunos clientes vienen en bermudas o musculosa". El am­biente artístico siempre dice pre­sente y por sus mesas pasaron Carlos Gardel, Alfonsina Storni, Roberto Arlt, Francis Ford Coppo­la y Viggo Mortensen, entre otros, además de gran parte de la farán­dula local. La confitería también fue utilizada como set de filmación para varias películas.

Allí también las Abuelas de Pla­za de Mayo se reunían de manera clandestina para intercambiar in­formación en los años de la dicta­dura militar.

Pero pese a sus pergaminos históricos, a fines de los 90 -y al igual que otras emblemáticas con­fiterías como Del Molino o el Café de los Angelitos- debió bajar la persiana. Luego de varios reclamos de los vecinos y de una espera de más de dos años, el Gobierno de la Ciudad declaró al edificio Lugar Histórico y reabrió sus puertas.

Más allá de cambios en las mo­das y costumbres, un rito quedó inalterable: los mozos siempre vis­tieron con pantalón negro y cha­queta blanca. La especialidad de la casa es una mezcla entre dulces y salados servidos en una fuente, bautizada con el nombre de la so­prano María Callas. El plato consis­te en sándwiches de miga, fosfo­rito, tostadas y locatelli. Del otro lado de la fuente porciones de tor­ta, budines, pan dulce, masas fi­nas y secas. Comen tres personas y vale 63 pesos, con una infusión y tres copas de jugos. Y para dar­se todos los gustos en cuanto a lo dulce, Las Violetas tiene su propia panadería.
DZ/km
Diego Zwengler Redacción Z

Bailar para adentro y no para afuera

(diciembre 2010, en una milonga de Palermo)

-ché, ¿tenés una fecha para enero? estoy ensayando hace unos meses y quiero empezar con las exhibiciones

-¿ah sí? qué bien, bueno, llamáme en el 2012…

La anécdota que acabábamos de escuchar de boca de un conocido organizador provocó un aquelarre en el taxi que compartí de vuelta a casa con tres amigas. Una de ellas, ya profesional reconocida, recordaba cuánto tiempo y dedicación le llevó presentarse en público. Finalmente, cuando las cuatro colgamos la escoba, coincidimos en que es de humanos eso de creérsela, de pensar que bailamos “divino” y que la gente quiere vernos en la pista.

mirame
mirá como le sale el boleoaFotos gentileza Semeon Kukormin

Todas las criaturas de este ancho mundo tienen derecho a un aplauso, claro que sí pero, acá en el tango el error no está en pecar de vanidad sino de ansiedad: no entender que recién deberíamos bailar para los demás cuando hayamos podido bailar para nosotros mismos. Y esto último no se consigue ensayando.

Cuánto hubiera dado yo por tener un poquito de gracia, o haberme apiolado hace 20 años, cuando florecía el fenómeno y las pistas se llenaban de bailarines sin otra vocación que el abrazo. Lástima. Llevo 10 años intentándolo y todavía no me sale bonito, pero a estas alturas no me trago cualquier sapo: puedo adivinar quién tiene un don y quién se mata laburando, quién está por amor y quién por la “platita”.

mirame2
Gracias por la foto, Semeon

No hay duda que la suerte es de los audaces, razón por la que en el fondo siento sana envidia por esta joven camada de talentos que logra colarse en el calendario de las exhibiciones sin más equipaje que un par de tangos aprendidos de memoria. Algunos consiguen combinar técnica y pasión, y que se les note, a otros no hay cómo creerles. Es muy cierta esa frase que suelen repetir los buenos docentes, de que ”se baila para adentro, no para afuera”…es imposible “coreografiar” el sentimiento.

Palermo Viejo

Aún conserva algunos rastros de lo que fue −un barrio tranquilo y bien arrabalero−, mezclados con tiendas de ropa, objetos y restaurantes de ultimísima moda. El resultado es lo más “cool” de Buenos Aires.


 
                               Café en una esquina de Palermo Viejo.
 
 
Parte integrante del inmenso barrio llamado Palermo (que incluye los parques y también el sector ultrachic llamado Barrio Parque o Palermo Chico, sede de embajadas y residencias de gran categoría), la zona en cuestión está limitada por las avenidas Santa Fe, Scalabrini Ortiz, Córdoba y Dorrego y dividida en dos por las vías del tren y el arroyo Maldonado que corre debajo de la avenida Juan B. Justo.

Hacia el norte, la instalación de un canal de televisión y unas cuantas productoras e islas de edición hizo que ese fragmento del barrio fuera denominado Hollywood, mientras que del otro lado de la avenida, continúa llamándose Viejo −pese a que muchos intentan llamarlo Soho, por su semejanza, dicen, con esa parte de New York−.


Según Jorge Luis Borges, vecino y prominente biógrafo del lugar, el barrio le debe su nombre a un señor siciliano, Domínguez de Palermo, dueño de un matadero de ganado cimarrón que en el siglo XVII, abastecía a la aldea que era Buenos Aires. En sus alrededores, las riberas del Maldonado eran buen refugio para contrabandistas, aunque básicamente se trataba de una zona de quintas.

Cuando el niño Borges se mudó al barrio, a comienzos del 1900, “en Palermo vivía gente de familia bien venida a menos y otra no tan recomendable. Había también un Palermo de compadritos, famosos por las peleas a cuchillo…”. El escritor vivió con su familia en Serrano 2147, en una casa que ya no existe −sólo una placa recuerda el sitio−, pero cuya ubicación no se olvidará: en esa manzana circundada por las calles Guatemala, Serrano, Paraguay y Gurruchaga ubica el origen de la ciudad en su poema Fundación mítica de Buenos Aires.

Dice el mismo Borges que, con el tiempo, las quintas fueron “pisoteadas por almacenes, carbonerías, traspatios, conventillos y corralones”, donde vivían quienes trabajaban en la parte más opulenta de Palermo. También abundaban las lecherías, cuyos dueños esperaban con sus carros la llegada del tren lechero en Godoy Cruz y Paraguay, todos los días, a las cinco de la tarde (esto ocurrió hasta bien entrado el siglo XX).

Pero vendrían otros cambios: uno, radical, fue la eliminación, en los 70 de una planta procesadora de gas que funcionaba en lo que hoy es la Plaza Palermo Viejo, de Armenia y Costa Rica. Diez años después, a mediados de los 80, comenzarían a llegar nuevos vecinos, familias de clase media alta, intelectuales y profesionales, en busca de casas más amplias, a precios accesibles en calles amplias y arboladas, donde los chicos pudieran jugar. En los 90 empezaron a instalarse los negocios, en las mismas viejas casas recicladas, como Cat Ballou (Costa Rica 4522), una tienda de decoración de las pioneras en la zona: ese estilo que alterna el respeto por los edificios originales con construcciones modernas que acatan la modalidad del barrio es el que prevaleció (con algunas excepciones) en los años sucesivos.

En la actualidad, Palermo Viejo es uno de los barrios más agradables de la ciudad para pasear, tomar algo, comer y hacer shopping variado pero con un denominador común: el diseño de alto nivel. Abundan los negocios de autor, ya sean de ropa o de muebles y objetos (y hasta de jabones como los Sabater Hermanos, en Gurruchaga 1821) y cuando no lo son, adaptan su propuesta a la onda del lugar, como ocurre con más de una cadena de ropa de marca.

No hay monumentos ni construcciones históricas para visitar: sí la lindísima Plaza Cortázar, en la intersección de Honduras y Borges, sombreada por las tipas y rodeada de bares (viernes y sábados el ambiente se torna un poco denso por la cantidad de gente que circula) y donde sábados y domingos hay una feria de artesanos. Muy cerca, tres pasajes: hacia Córdoba, el Soria, entre Gorriti y Honduras y hacia Santa Fe, el Santa Rosa (entre Honduras y El Salvador) y el Russel (entre El Salvador y Costa Rica), pacíficos y amables, de noche bellamente iluminados.

La mayor cantidad de tiendas y locales de ropa, decoración y accesorios están en el recorrido entre ambas plazas (Cortázar y Palermo Viejo), pero vale la pena extenderlo y descubrir sitios tan originales como simpáticos. De la oferta destacan la Papelera Palermo (Honduras 4943) y su Casa de Oficios (Cabrera 5227) una vieja casa chorizo bajo la sombra de un gigantesco palo borracho, donde muestran la trastienda del negocio papelero y se dictan cursos y talleres de papel artesanal, xilografía, encuadernación y juguetes.
De los viejos y humildes días del barrio quedan edificios, portones y molduras y el viejo Club Eros, en Honduras y Thames, que un grupo de muchachos milongueros inauguró en 1941. Funciona en lo que fue un antiguo inquilinato y tiene 150 socios que se niegan a vender el local y a perder su club. El modesto buffet, que abre mediodía y noche, es ahora frecuentado por jóvenes modernos y no pocos turistas.


Del otro lado de Juan B.Justo el panorama cambia ya que impera el circuito gastronómico. No resulta tan ameno para caminar, pero guarda interesantes lugares, como el Mercado de las Pulgas, en Álvarez Thomas y Dorrego, que ofrece muebles, objetos y utensilios viejos, antiguos y de segunda mano, entre los cuales a veces se puede encontrar algo interesante. A pocas cuadras de allí, en la esquina de Dorrego y Zapiola, el Predio del Centro Metropolitano de Diseño (conocido como El Dorrego) alberga ciertos fines de semana ferias de indumentaria, textiles, objetos de bazar, joyería y muebles (entre muchos otros productos) cuyos autores no frecuentan el circuito comercial habitual.

También de ese lado de Juan B. Justo conviven los negocios reciclados con los originales: así, los Hermanos Estebecorena (El Salvador 5960) armaron su local de ropa para hombres en lo que fue altri tempi una panadería, cuyos muebles y exhibidores adaptaron para su uso actual. A la vuelta, en Arévalo 1748, Elsi del Río, una galería de artistas emergentes, recuperó un viejo almacén del barrio para exhibir muestras de arte contemporáneo.

También de este lado quedan algunos pioneros: en Honduras y Bonpland, Emilio Sangil mantiene su viejo bar de gallegos, típico de la ciudad, tal como lo estableció hace décadas, en una muestra de resistencia verdadera al paso del tiempo. También le han ofrecido fortunas por su esquina que se niega religiosamente a vender.

Palermo Viejo tiene una abundante oferta de bed & breakfast, guest houses y hoteles (ver Hoteles), para instalarse allí unos días. También es posible conseguir en sus locales, los Mapas de Buenos Aires y Saber a dónde ir, dos publicaciones gratuitas con direcciones y planos de la zona y de todos sus locales.

Parques de Palermo

Encantador en primavera, refrescante en los cálidos veranos, es el paseo preferido de grandes y chicos.

 
                               El Planetario Galileo Galilei.
Es la zona verde por excelencia de la ciudad y se extiende desde la avenida Casares hasta la calle Monroe, en Belgrano, entre las vías del ferrocarril y la Avenida Libertador, aunque estas fronteras hagan excepciones con los jardines Zoológico y Botánico que llegan hasta Plaza Italia, el lugar más cómodo para acceder a estos parques a través del transporte público.

A mediados del siglo pasado, toda esa zona y sus inmediaciones −bañados, la costa del río− eran propiedad de Don Juan Manuel de Rosas, por entonces Gobernador de Buenos Aires: su casa estaba en lo que hoy es el Zoológico, en la esquina sudeste del cruce de Libertador y Sarmiento, justo donde actualmente paran los mateos, antiguos carruajes abiertos en los que se puede hacer una breve recorrida por el lugar.

En esa rotonda se levanta el inconfundible Monumento a la Carta Magna y a las Cuatro Regiones Argentinas, que el gobierno español donó a la ciudad en ocasión del Centenario, en 1910, y es conocido por todos como el Monumento de los Españoles.

Luego de la derrota de Rosas en la batalla de Caseros y su posterior exilio, su casa tuvo varios destinos hasta que terminó demolida: en 1870, el presidente Sarmiento determinó la creación de un parque, que llevaría el nombre de Tres de Febrero (fecha de este combate definitivo para la organización nacional), uniendo para siempre a víctimas y victimarios. Creado y diseñado por el paisajista y arquitecto francés Carlos Thays, se inaguró en 1875 y poco después se crearon el Jardín Botánico y el Zoológico (ver Niños).




El parque Tres de Febrero tiene 80 hectáreas que incluyen bosques, lagos y jardines de diversos estilos y hasta la fecha es el lugar preferido de los porteños a la hora de tomar sol, hacer algo de ejercicio o simplemente pasear los fines de semana. A principios de verano, cuando florecen los jacarandás, el paisaje alterna el verde con grandes manchones color lavanda en una de las más bellas imágenes que uno pueda llevarse de Buenos Aires.

De enormes dimensiones, el parque fue, en las primeras décadas del siglo XX, sede de algunos famosos lugares donde mandaba el tango, como Lo de Hansen (en las inmediaciones del Planetario) y el Armenonville (en Figueroa Alcorta y Salguero), hoy desaparecidos. El tango tuvo otra gran fuente de inspiración en Palermo gracias al Hipódromo (por entonces Nacional), en la Avenida Libertador y borrego. Enfrente, el Campo Argentino de Polo, donde se realiza el Abierto (ver Polo).

Entre las avenidas Iraola, Presidente Montt e Infanta Isabel está el corazón del parque: el Rosedal. Bello y cuidadosamente atendido, este jardín de rosas alberga más de 15.000 plantas de más de 1.100 especies distintas. A fines de octubre, es una gloria pasear por los caminitos de grava, en medio del color y del perfume que es evaluado por expertos del Concurso Internacional de Rosas Nuevas. Una glorieta cubierta de variedades trepadoras bordea la orilla del lago. Al Jardín se accede por un simpático puente de cemento y madera con pérgola, construido en 1914, o por el llamado Jardín de los Poetas, una amplia avenida con fuente y bustos de Shakespeare, Dante y Rosalía de Castro, entre otros.

Muy cerca, el simpático Patio Andaluz, inaugurado en 1929, donde una colorida fuente de mayólicas −obsequio del Ayuntamiento de Sevilla− es el centro de una pérgola y una glorieta con bancos para sentarse a descansar bajo la alta y tupida sombra de los árboles.

Frente al puente del Rosedal, el Museo de Artes Plásticas Enrique Sívori, se aloja en un chalet de estilo normando (como todas las construcciones del Parque, inspiradas en Biarritz, el balneario de moda de la época), que fue originalmente un tambo modelo y luego, una elegante confitería llamada El Hostal del Ciervo, por la cercana escultura. La construcción fue remodelada entre los años 95 y 96 para adaptarse a las funciones que hoy tiene.
                    El Rosedal


El lago es uno de los pocos lugares donde los fines de semana los chicos pueden andar con seguridad en bicicleta o en rollers que se alquilan en las inmediaciones del Museo. (Conviene saber que en la actualidad, por la noche, esos mismos alrededores del lago se transforman en la zona roja de la ciudad donde se encuentran los travestis).

En el lugar existe una bicisenda de 8 km, que comienza en la avenida Casares y llega hasta la calle Vedia, en Núñez, siguiendo el curso de las avenidas Figueroa Alcorta, Udaondo y Libertador, recomendable sólo para adultos: el tránsito de Buenos Aires no es seguro para los ciclistas, mucho menos si son niños.

Hacia el norte, siguiendo el trazado de Figueroa Alcorta, se puede hacer una caminata muy amena y llegar hasta el lago Regatas, un espejo de agua más grande que el anterior, frente al Campo de Golf de la Ciudad, abierto al público en general.

Tomando como punto de partida el cruce de las Avenidas Sarmiento y Libertador, hacia el este se llega al Planetario Galileo Galilei, en Sarmiento y Belisario Roldán (ver Niños), cuya característica bóveda se ve desde lejos, emergiendo del entorno verde.

También en los alrededores está el Jardín Japonés, uno de los paseos más lindos del barrio, inaugurado el 3 de febrero de 1967 para la visita de los entonces príncipes herederos Akihito y Michiko, hoy emperadores. Diez años más tarde, una paisajista japonesa lo rediseñó inspirándose en los jardines de los templos zen.

En noviembre de 1981 se construyó la casa de té, y desde julio de 1989 está a cargo de la Fundación Cultural Argentino-Japonesa. El jardín poblado de azaleas, bajo la sombra de pinos y gingkos, se organiza alrededor de un lago artificial donde viven cientos de carpas. El restaurante y casa de té están decorados al estilo oriental.

En dirección a la avenida Santa Fe y cruzando Avenida del Libertador, se llega al Museo Evita (en Lafinur y Gutiérrez), una antigua casa de estilo español que alguna vez fue un hogar de tránsito de la Fundación Eva Perón y que hoy guarda recuerdos y memorabilia de una de las mujeres argentinas más conocidas en el mundo entero. Inaugurado en 2002, sus salas exhiben vestimentas, objetos personales, recuerdos de familia, condecoraciones y otros elementos que permiten conocer la historia de la breve vida de Eva.

A dos cuadras, el Jardín Botánico es un remanso de tranquilidad y silencio. Son siete hectáreas entre las avenidas Santa Fe, Las Heras y la calle República Árabe Siria, que cuentan con más de 7.000 especies botánicas, seleccionadas en 1898 por el gran paisajista Carlos Thays. En el predio hay cinco invernáculos, uno de los cuales vino de París tras ser premiado en la famosa Feria donde se exhibió la Torre Eiffel. El edificio principal, de estilo inglés, data de 1881 y está actualmente en refacciones. El Botánico cuenta con biblioteca especializada, abierta al público en general… y una nutrida población de gatos, sanos y bien alimentados.

Museo de Artes Plásticas Enrique Sívori
Av. Infanta Isabel 555. 4774-9452/ 4772-5628. http://www.museosivori.org.ar/. De martes a viernes de 12 a 19. Sábados, domingos y feriados de 10 a 19. Visitas guiadas: sábados y domingos a las 16.

Rosedal
Cercado por razones de seguridad, abre en verano, de 8 a 20. En invierno, de 9 a 18.

Campo de Golf de la Ciudad de Buenos Aires
Av. Tornquist 6397. 4772-7261/7576. De martes a domingo y feriados, de 7:30 a 17.

Jardín Botánico
Av. Santa Fe 3951. 4832-1552. Todos los días de 8 a 19. Entrada libre y gratuita. Para visitas guiadas, llamar al 4831-4527.


Jardín Japonés
Av. Casares y Av. A. Berro. 4804-4922/9141. Todos los días, de 10 a 18. Hay visitas guiadas los sábados, domingos y feriados a las 11:15 y 16:30.

Museo Evita
Lafinur 2988. 4807-9433. De martes a domingos y feriados, de 13 a 19. Todas las salas tienen explicaciones con traducciones al inglés.

San Telmo

Barrio clásico y moderno: tango, antigüedades, galerías de arte, restaurantes gourmet, tiendas de diseño y movida nocturna.



Las calles empedradas de San Telmo, uno de los barrios más antiguos de Buenos Aires, son un imán para turistas y locales. Su epicentro es la Plaza Dorrego, donde cada domingo se monta la Feria más famosa de la ciudad. Puestos de antigüedades exhiben vajilla, monedas, discos, teléfonos y sifones, entre cientos de reliquias. En los alrededores de la plaza suenan los acordes del 2x4 y las parejas de baile muestran sus pasos de tango y milonga, mientras posan para las fotos. Muy cerca, el Mercado de San Telmo, inaugurado en 1897, combina viejos discos de vinilo con frutas y verduras. Es recomendable ir temprano porque se llena de gente. A las 17 hs, ya casi todos están levantando sus puestos para volver a casa.

Buena mezcla de tradición y vanguardia, otra cara interesante de San Telmo la muestran sus galerías de arte y ateliers, que ocupan, desde la década del 60, antiguas construcciones que rememoran la Buenos Aires del siglo XIX. Los coleccionistas pueden encontrar variadas obras de arte contemporáneo argentino creadas por jóvenes y consagrados artistas. Y en los últimos años han poblado el barrio restaurantes gourmet, modernos hostels y hoteles boutique, tiendas de diseñadores independientes, ideales para curiosear durante la semana, cuando no hay menos turistas de paseo y se puede medir el verdadero pulso del popular barrio.




En Parque Lezama

El pulmón verde del barrio es el Parque Lezama (Defensa y Brasil), un predio de varias manzanas que también ofrece un paseo cultural. El parque alberga el monumento al fundador de la ciudad de Buenos Aires, Don Pedro de Mendoza, el Patio de Esculturas y Anfiteatro, que inspiró la historia del libro de Ernesto Sabato “Sobre héroes y tumbas”. En la calle Defensa se encuentra el Museo Histórico Nacional, que exhibe las huellas de algunos de los acontecimientos políticos y sociales más importantes del siglo XIX.

Frente al parque está la Iglesia Ortodoxa Rusa de la Santísima Trinidad, inaugurada en 1904 y construida bajo la influencia del estilo moscovita del siglo XVII. Finalmente, a pocas cuadras, se ubica el Museo de Arte Moderno Municipal (MAM), un edificio de 1918 que alguna vez fue una fábrica de cigarrillos. De noche no es recomendable caminar por el parque; la movida se traslada a las calles Defensa, Balcarce y Humberto I.



Feria de Antigüedades
Defensa y Humberto I
http://www.feriadesantelmo.com/

Mercado de San Telmo
Manzana de Bolívar, Carlos Calvo, Defensa, Estados Unidos.

Plaza Dorrego
Entre Humberto Iº, Defensa, Anselmo Aieta y Bethlem.

Casa de Juan Carlos Castagnino
Balcarce 1016

Galería del Viejo Hotel
Balcarce 1053
http://www.galeriadelviejohotel.blogspot.com/

Rajadell Art Gallery
Defensa 1060
T: (011) 4361-6053
http://www.rajadellartgallery.com.ar/

Corporación Buenos Aires Sur - Centro de Exposiciones
Bolívar 1268
T: (011) 4361-8252


Feria de Arte San Telmo
Piedras 668
T: (011) 4583-0766
http://www.artepetreo.com.ar/

Museo del Cine
Defensa 1220
De martes a viernes de 10 a 17. Cuenta con una cineteca, y colecciones de afiches, vestuario, fotos y documentos.

Museo de Arte Moderno del Gobierno de la Ciudad
Av. San Juan 350
www.museodeartemoderno.buenosaires.gov.ar/

Iglesia Ortodoxa Rusa de la Santísima Trinidad
Brasil 315

Centro Cultural Torquato Tasso

Defensa 1575
T: (011) 4307-6506
http://www.torquatotasso.com.ar/

La Boca

Barrio de conventillos convertido en museo al aire libre. Cuna de club de fútbol más popular del país.

 
                               La Boca. Autor: Esteban Mazzoncini
Fundado por inmigrantes italianos, y enmarcado por la actividad del puerto, el barrio de La Boca es uno de los circuitos turísticos más tradicionales de la ciudad. Su postal más conocida es el colorido paseo Caminito, una calle peatonal de 100 metros de longitud, que resulta un museo al aire libre. Flanqueada por conventillos pintados de vibrantes colores, en los que es posible apreciar la forma de vida de los descendientes de las familias europeas que poblaron estas particulares viviendas a fines del siglo XIX y principios del XX, la actual calle Caminito nació en 1959, cuando el como vecino Arturo Cárrega convocó al pintor Benito Quinquela Martín para que la decorara. A metros de allí, el artista que retrató las imágenes del puerto, estableció su hogar, taller y escuela, que hoy se puede visitar. Para conocerlo con tranquilidad, nada mejor que recorrerlo un día de semana.  Por otra parte, a mediados de los 90 se estableció en la zona la Fundación Proa, que inauguró su edificio con una muestra del mexicano Rufino Tamayo y en 2008 renovó su edificio con la exhibición de Marcel Duchamp. Centro de la vida artística de La Boca, comparte la escena cultural con el Teatro de la Ribera, perteneciente al Complejo Teatral de Buenos Aires, y el grupo Catalinas Sur, un conjunto de vecinos que encontró una forma de expresión sobre el escenario.
Estadio de Boca Juniors "La Bombonera"

Mundo Boca Juniors
La Boca es también sinónimo de la Bombonera, el estadio del Club Atlético Boca Juniors, que alberga la hinchada más fervorosa del fútbol argentino. Fue fundado en 1905 por un grupo de inmigrantes genoveses y por su césped pasaron algunos de los mejores jugadores locales y extranjeros, como Diego Armando Maradona. Tan grande es la pasión boquense que los xeneizes tienen su propio museo ubicado dentro de la cancha, dos pisos colmados de recuerdos y objetos, como camisetas, copas y fotografías, además de murales de Pérez Celis, uno de los artistas más polifacéticos del país.

El domingo, a la salida del partido y para coronar una jornada festiva –aunque el equipo pierda–, nada mejor que aprovechar los variados lugares que ofrecen pizza y sandwiches de chorizo (los famosos choripanes) en los alrededores del estadio. Si uno no quiere ser parte del encuentro deportivo, mejor postergar la visita a La Boca para otro día. Y si el paseo se extiende hasta tarde, es recomendable andar con cuidado o continuar el recorrido por el barrio vecino de San Telmo. Por fuera de eso, La Boca es un barrio bastante humilde, en el que conviene no aventurarse a caminar solo a ninguna hora, y mucho menos con objetos de valor a la vista.

                               Caminito

Escuela Pedro de Mendoza y Museo Quinquela Martín
Av. Pedro de Mendoza 1835

Fundación Proa
Av. Pedro de Mendoza 1929
T: (011) 4104-1000
Teatro de La Ribera
Pedro de Mendoza 1821
T: (011) 4302-9042
www.teatrosanmartin.com.ar

El galpón de Catalinas
Benito Pérez Galdós 93
T: (011) 4307-1097

Museo de la Pasión Boquense
Brandsen 805
T: (011) 4362-1100
Todos los días de 10 a 18, excepto cuando el equipo juega como local.

La Recoleta

Testimonio de la riquísima Argentina de principios del siglo XX, sus avenidas, residencias y plazas traen a la memoria el París soberbio y patricio que fue su gran fuente de inspiración.


 
La Basílica Menor de Nuestra Señora del Pilar.
El lugar de Buenos Aires donde se dan cita los edificios y las boutiques más encumbrados y lujosos se organiza, curiosamente, alrededor de un cementerio. Eso sí, el más conspicuo de la ciudad. Se trata de la Recoleta, que debe su nombre a los monjes que en 1732 inauguraron su convento en el lugar, vecino a la Iglesia de Nuestra Señora del Pilar. Cuando en 1822 los religiosos debieron abandonar el lugar el gobernador Gral. Martín Rodríguez, destinó parte de lo que era el huerto de los frailes a la construcción del cementerio que la creciente aldea necesitaba. Se lo bautizó como Cementerio del Norte, pero desde ese tiempo se lo llamó la Recoleta. El lugar fue diseñado por el ingeniero Próspero Catelin y los primeros entierros fueron los de un párvulo liberto, llamado Juan Benito.

En 1886, el arquitecto Buschiazzo construyó su característico pórtico de estilo dórico, sombreado por dos magníficos gomeros de la India, a partir del cual se abre un pequeño dédalo de callecitas orladas por mausoleos que albergan a los difuntos más patricios de Buenos Aires y a unos cuantos próceres y figuras públicas nacionales. Tal vez una de las bóvedas más solicitadas sea la que guarda los restos de Eva Perón, pero hay muchas otras destacables tanto por su arquitectura, como por la historia de su ilustre huésped.

Junto al de Père Lachaise y el cementerio judío de Praga, el de la Recoleta está incluido en la lista de los más atractivos del mundo. El fuerte contraste que se impone entre el lugar y sus alrededores, donde prima el mundanal ruido, se hace presente en el paredón que da a la calle Vicente López, frente al complejo de cines Village Recoleta, lugar donde Juan Manuel de Rosas, uno de los gobernantes de la Argentina en el siglo XIX y actual huésped del cementerio, hacía fusilar a sus adversarios políticos.

Contigua a la entrada de la Recoleta se encuentra la Basílica Menor de Nuestra Señora del Pilar (Junín 1892), inaugurada en 1732 y remodelada en 1930 (doce años más tarde se la declaraba Monumento Histórico Nacional por tratarse de una acabada muestra de la arquitectura colonial de Buenos Aires, que en este caso, dirigió Andrés Blanqui, el arquitecto de la Compañía de Jesús). Su altar mayor, de estilo barroco, está recubierto de plata y en su interior se conservan algunas muestras de imaginería española, como la talla de San Pedro Alcántara, de Alonso Cano.

Cuando la avenida Callao era el límite de la ciudad, la zona era conocida como tierra del fuego y allí se reunían lavanderas y matarifes que, en ese rincón alejado sobre el río, mezclaban trabajo y ocio. Más tarde los inmigrantes españoles lo hicieron escenario de las romerías de la Virgen.

Junto al edificio de la Iglesia se encuentra el Centro Cultural Recoleta, en el que fuera el Hogar de Ancianos General Viamonte, que funcionó hasta 1978. El edificio fue declarado Monumento Histórico Nacional y totalmente reconstruido en 1980: la obra que intentó rescatar las partes antiguas y originales estuvo a cargo de importantes arquitectos nacionales como Jacques Bedel, Luis Benedit y Clorindo Testa. En el murallón se lucen unas estatuas que pertenecieron al Banco de la Provincia de Buenos Aires y que, hechas en Génova, en 1873, representan a las ciencias, las artes y la producción. El Centro es un activo espacio para muestras de arte contemporáneo (ver Museos) y allí funciona el Museo Interactivo de Ciencias (ver Chicos).

El edificio continúa en un shopping dedicado al diseño y la decoración, llamado Buenos Aires Design, que alberga además un centro de convenciones y algunos restaurantes en su terraza de vista panorámica. En esa plaza funciona una conocida feria artesanal los fines de semana.

En diagonal, se destaca el Museo Nacional de Bellas Artes (Libertador 1743), remodelado en 1937 por Alejandro Bustillo en lo que fuera un antiguo edificio de la empresa proveedora de aguas, por entonces Obras Sanitarias de la Nación (sobre la colección del MNBA, consultar Museos). A través de un puente peatonal que cruza la avenida Figueroa Alcorta, se llega a la Facultad de Derecho. Erigida en 1949, el edificio semeja un templo dórico, con su gran escalinata y la imponente hilera de columnas: en su Aula Magna se ofrecen conferencias y conciertos y también existe una pinacoteca.

Enfrente, por Figueroa Alcorta, en la plaza Naciones Unidas, se luce una de las últimas adquisiciones de la ciudad en materia de ornamentación: la Floralis Generica, una gigantesca flor de aluminio y acero, cuyos pétalos se abren y se cierran. La diseñó y la mandó a construir Eduardo Catalano, arquitecto argentino residente en los Estados Unidos, quien la donó a la ciudad. Se trata de una estructura de metal con seis pétalos que se abre durante el día y se cierra al anochecer: el 25 de mayo, el 21 de septiembre y el 24 y 31 de diciembre la flor queda abierta todo el día.

La continuidad de los parques lleva, por Figueroa Alcorta, al predio que ocupa el edificio de ATC, el canal estatal, una construcción inaugurada en 1978 para el Mundial de fútbol. ATC fue el primero en transmitir en color en el país. Enfrente, la Plaza República Oriental del Uruguay y cruzando Libertador, el imponente edificio de la Biblioteca Nacional (Agüero 2502), que alberga dos millones de piezas, entre los libros y la hemeroteca, considerada la más importante de Latinoamérica. El edificio, un diseño de Clorindo Testa, tiene seis pisos y tres subsuelos, varias salas de lecturas y un auditorio, en el primer piso, donde se escuchan interesantes conciertos de música clásica. Lo rodea la Plaza Rubén Darío, donde se observa un monumento a Eva Perón: en el predio que ocupa la Biblioteca se alzaba la quinta de la familia Unzué que fue, desde 1937, residencia de veraneo de los presidentes de la Nación. Allí vivió el matrimonio Perón, allí murió Evita y el general permaneció hasta su derrocamiento en 1955. Poco después, la residencia fue demolida para evitar, dicen, que se transformara en un sitio de devoción popular.

Hacia la Recoleta, la Plaza Rubén Darío enfrenta a la Plaza Mitre (Libertador entre Agote, Agüero y República del Líbano): subiendo la barranca, se llega al monumento ecuestre del prócer y a la rotonda de Gelly y Obes, a la que dan varias esquinas de lujosos edificios de estilo francés, uno de ellos, la embajada del Reino Unido.

A un par de cuadras del lugar, yendo por Libertador hacia Palermo, el Museo de Arte Decorativo exhibe una colección de más de 4.000 piezas que abarcan desde esculturas romanas hasta platería contemporánea, pero lo más significativo de todo es el edificio mismo, el antiguo Palacio que perteneció al matrimonio de Matías Errázuriz y Josefina Alvear. Diseñado por el arquitecto francés René Sergent en 1911, la Primera Guerra Mundial demoró su construcción seis años. Los paisajistas y decoradores que participaron del proyecto eran europeos, como también los materiales (espejos, mármoles, carpintería: todo se trajo listo para instalar). Para botón de muestra, baste saber que el Salón de Madame, donde acostumbraba a recibir la señora de Errázuriz, está adornado por un óleo de Fragonard y una escultura de Rodin.

Volviendo hacia la Recoleta, a la altura que Libertador se abre y nace la Avenida Alvear, una estatua ecuestre conmemora al General Carlos María de Alvear. Fue realizado por Antonio Bourdelle, escultor discípulo de Rodin. Compañero de armas del General San Martín, llegó a ser Director Supremo de las Provincias Unidas del Río de la Plata, es decir, la Argentina de esos tiempos.

Enfrente, en la calle Posadas, aristocrática y tranquila, el Palais de Glace (Posadas 1725) cuenta una historia que poco tiene de heroica pero mucho de sabor local: fue una pista de patinaje sobre hielo construida en 1911 y que funcionó como tal hasta 1921. Después, ya cubierta con madera, la pista recibió a los elegantes de la noche porteña que iban a allí a bailar tango siguiendo el compás de la orquesta de Roberto Firpo o Julio De Caro (y en 1914, fue escenario del inicio de una pelea en la que Carlos Gardel terminó herido de bala). En 1932, las noches del Palais de Glace dejaron de existir y en cambio, dieron lugar a las Salas Nacionales de Exposición función que, con excepción de un lapso en que fueron set de televisión, aún mantienen.

Fue el intendente Torcuato de Alvear, entre los años 1880 y 1887, quien le dio a la Recoleta el sabor afrancesado que hoy luce, al modificar las calles y paseos del barrio. La avenida Quintana, llamada la Calle Larga, conectaba el antiguo convento con el casco viejo de la ciudad: hoy termina en La Biela, uno de los cafés más conocidos y agradables de Buenos Aires, frente a los gigantescos y refrescantes gomeros.

La extraordinaria Avenida Alvear, llamada alguna vez Bella Vista, fue trazada por el mismo intendente y bautizada en honor a su padre.

Pero él también cuenta con monumento propio: se trata de una columna coronada por una imagen alada, la Gloria, que incluye un busto de Torcuato y tres bajorrelieves que sintetizan lo más importante de su obra: la apertura de la Avenida de Mayo, buena parte del asfalto de la ciudad y el arreglo de la Recoleta.
Los edificios más elegantes la bordean, y entre ellos se destaca el histórico Alvear Palace Hotel (ver Hoteles). Cruzando Callao, Ralph Lauren ha recuperado con todo esplendor un magnífico petit hotel para su casa central (Alvear 1780). Una cuadra más adelante, en el 1690, el antiguo Palacete Casares, hoy la sede de la Casa Nacional de la Cultura. Muy cerca, el Palacio Duhau alberga al flamante Park Hyatt Buenos Aires y es vecino del Palacio de la Nunciatura, obra del arquitecto francés Eduardo Lemonnier.

La avenida Alvear comienza en la plazoleta Carlos Pellegrini, frente a la plazoleta con la estatua de este político y ex presidente de la Nación, a la que rodean edificios principales: el Jockey Club (1435), en lo que fuera el Palacio Unzué de Casares, la Embajada de Brasil (ex Residencia Pereda) y la de Francia, en lo que fue la residencia Ortiz Basualdo y donde en 1925 se hospedó el Príncipe de Gales y su comitiva.

En esas mismas calles, claro, están las tiendas más exclusivas de la ciudad: marcas internacionales como Armani, Hermès, Escada, Louis Vuitton, Cartier alternan con las nacionales más sofisticadas, ya sea en locales a la calle como en el sofisticado Patio Bullrich y en la pequeña y encantadora Promenade Alvear, llena de agradabilísimas sorpresas.


Museo Nacional de Arte Decorativo Av. del Libertador 1902. 4802-6606 / 4801-8248. museo@mnad.org. http://www.mnad.org/. De martes a domingos de 14 a 19. Hay visitas guiadas a las 16:30 y 17:30, algunas en castellano, otras en inglés. Consultar. También visita autoguiada con walkman en castellano e inglés.

Cementerio de la Recoleta
Junín 1760. 4804-7040/ 4803-1594. De 7 a 17:45. Visitas guiadas. En español: martes, jueves, viernes, sábados y domingos, a las 11 y a las 15. En inglés: martes y jueves, a las 11. En portugués: los viernes a las 11. Se suspende por lluvia. Gratis.

San Telmo y Montserrat

Las calles más antiguas de Buenos Aires guardan múltiples testimonios de la arquitectura, la historia, la cultura y la vida cotidiana de sus primeros tiempos.

 
Los fines de semana, San Telmo reúne gran cantidad de artistas callejeros.
A poco de fundada por segunda vez y definitivamente, en 1580, la incipiente ciudad de Buenos Aires comenzó a extenderse hacia el sur: la posición elevada de la zona le hizo merecer el nombre de Alto de San Pedro, (aunque también se la conoció como barrio del puerto). Fue en esos años en que apareció el culto a San Pedro González Telmo, designado patrono del viejo convento de Santo Domingo en lo que hoy es la vecina Montserrat.

Muchos años más tarde, en 1871, la epidemia de fiebre amarilla cambió violentamente la suerte del barrio, ya que las familias pudientes que vivían en la zona huyeron hacia el norte, en busca de aires más sanos. El barrio decayó en importancia pero ganó en color: muchas de esos caserones abandonados se transformaron en conventillos, es decir, viviendas de alquiler donde era posible encontrar familias enteras habitando cada uno de los cuartos de las viejas mansiones.

Entre las calles Defensa y Brasil y las avenidas Paseo Colón y Martín García, se extiende el Parque Lezama, originalmente conocido como quinta de los ingleses, ya que su primer propietario fue un ciudadano de ese origen. Dicen que en las cercanías de esa barranca natural (conocida como Barranca de Marcó) se fundó la ciudad original, aunque otros ubican el hecho en La Boca. Lo que sí parece cierto es que allí, a fines del siglo XVIII, funcionó un depósito de negros esclavos de la Real Compañía de Filipinas.

En 1857, el predio fue comprado por Don Gregorio Lezama, que lo rodeó de una verja de hierro y plantó en él árboles y especies exóticas. Su viuda la vendió en 1894 a la Municipalidad con dos condiciones: que fuera destinada a parque y que llevara el nombre de su esposo. Sus deseos se cumplieron y en el lugar, desde entonces, los fines de semana se dan cita los modestos puestos de una feria artesanal, chicos vecinos que juegan a la pelota y artistas callejeros.

En lo que fue residencia del matrimonio Lezama funciona el Museo Histórico Nacional (Defensa 1600), que ofrece testimonios de la historia del país desde el Virreinato hasta la Guerra de las Malvinas, en un recorrido prolijo y bien mantenido por salones que están dedicados, cada uno de ellos, a distintos momentos históricos. Piezas de las culturas indígenas del Noroeste, la más antigua bandera del Ejército de Belgrano, objetos personales de Juan Manuel de Rosas, el original de la primera parte del Martín Fierro y gran cantidad de pertenencias del General San Martín están incluídos en la interesante colección.

Enfrente del Parque, en Brasil 315, la Iglesia Ortodoxa Rusa levanta sus cinco cúpulas de color turquesa, llamativas como todo el edificio. Inaugurado en 1904, fue una obra del arquitecto Alejandro Christophersen, según planos diseñados en Moscú. Cuando hay misas vale la pena entrar: el coro es imponente como también los vitrales y el mosaico que representa a la Santísima Trinidad, venido directamente desde San Petersburgo.

En la esquina con Defensa (calle que los fines de semana es peatonal entre la Av. Garay y Carlos Calvo), las mesas del Bar Británico son, desde hace 40 años, testigos de los cambios del Parque y sus alrededores.

El Pasaje de la Defensa, en el 1179, resulta un buen ejemplo de un conventillo de 1876, en lo que fuera la casa familiar de la familia Ezeiza: hoy convertida en una galería comercial con anticuarios, es posible recorrer sus dos pisos y los tres inmensos patios.

A pasos de la esquina de Defensa y Humberto 1º, la Iglesia de San Pedro Telmo, también tiene cúpulas para exhibir, esta vez de azulejos Pas de Calais (blancos y azules, característicos de la arquitectura rioplatense del XIX).

En 1734, los jesuitas decidieron construir en la zona una iglesia dedicada a Nuestra Señora de Belén y junto a ella una Casa de Ejercicios Espirituales para hombres. Con la expulsión de la orden, las obras, inconclusas, fueron acabadas años más tarde por los padres Betlehemitas que se harían cargo del templo y de la casa, que se transformó en cárcel. En 1806, se creó la Parroquia de San Pedro González Telmo y se designó a Nuestra Señora de Belén como su sede hasta que se construyera la definitiva, lo que nunca se concretó. La parroquia Nuestra Señora de Belén, conocida como Iglesia de San Pedro Telmo, fue concluida en 1876. En las visitas guiadas se recorre el claustro jesuítico, la sacristía donde están colgados los cuadros de las Doce Sibilas recientemente restaurados y la parroquia, con su imponente órgano, aunque lo más interesante es enterarse de la historia del lugar.

A pocos pasos de allí estaba la Plaza del Alto, bautizada en 1822 como del Comercio y en la cual se instalaría un mercado (del mismo nombre), en 1861. Dieciséis años más tarde, volvería a ser plaza y en 1900, cambiaría el nombre por el que lleva actualmente: Coronel Dorrego. Todos los domingos, de 11 a 18 es la sede de la Feria de Antigüedades (ver Ferias de Buenos Aires).

A su alrededor, se abren infinidad de tiendas de anticuarios y galerías de arte para recorrer con tiempo y ganas, de las que se destacan Fred & Ginger (Defensa 1170), por sus afiches de cine y publicidad de otros tiempos y Old Dream (en el 812), dedicada exclusivamente a juguetes que usaron niños de antaño.

Un Mercado Municipal (Defensa 961) de 1897, donde los puestos de carne, frutas y verduras alternan con otros que venden objetos antiguos, fotos viejas y ropa usada; el decadente −y algo deprimente− cine del barrio, el Cecil (Defensa 845), transformado en galería y un antiguo edificio tipo conventillo de 1860 convertido en la Galería del Viejo Hotel, en Balcarce 1053, sede de locales de antigüedades, artesanías y ateliers, son típicos hallazgos de San Telmo.

A unos pocos metros del cruce de Defensa y la Av. Independencia se abre el Pasaje San Lorenzo, una cuadra de antiguas fachadas coloniales en la que al final, en el número 380, se encuentra la Casa Mínima, una construcción de sólo 2,50 m de frente por 13 de fondo que, según dicen, fue alguna vez residencia de esclavos libertos. No está abierta al público.

A la entrada del pasaje, el Zanjón de Granados (Defensa 755) es una interesante alternativa para conocer los vestigios de la antigua Buenos Aires. Se trata de un edificio del siglo XIX cuyos subsuelos muestran cimientos, muros, pisos, aljibes y pozos ciegos construidos −y destruidos− entre 1730 y 1865. En la visita, muy bien organizada por cierto, se cuenta la historia de la ciudad desde su primera fundación en 1536.

La avenida Independencia marca el límite entre San Telmo y Montserrat: la historia de este barrio es la de la ciudad misma, baste decir que tuvo su propia Plaza de Toros y que fue llamado del Tambor, por la cantidad de negros que vivían en sus calles.

Yendo en dirección a Plaza de Mayo, se puede visitar Wussmann, una galería de arte y casa de encuadernaciones, en Venezuela 574. Se trata de un predio de 1875, construido en uno de los solares que Juan de Garay repartió entre los 64 vecinos fundadores de Buenos Aires. En el edificio restaurado, donde se pueden ver los restos de las reformas que sufrió a lo largo de su vida, funciona también un anticuario, un local de objetos de cuero y la trastienda de la galería, dedicada al arte contemporáneo. El mismo criterio conservacionista del edificio se mantiene en la oferta del taller de grabado y de artes gráficas de la imprenta, cuya labor artesanal es una rareza hoy en día.

En Defensa 422, la Basílica de Nuestra Señora del Rosario y Convento de Santo Domingo fue construido por la Orden de los Dominicos Predicadores en la segunda mitad del siglo XVIII. En la segunda Invasión Inglesa, fue capturada por los ocupantes: en una de las torres aún se ven las balas de cañón del combate que logró desalojarlos y en el mismo museo se lucen las banderas del regimiento británico derrotado. Tras la secularización de la orden, funcionó en una de las celdas la primera sede del Museo de Historia Nacional y un observatorio astronómico. En el atrio, un mausoleo conserva los restos del General Manuel Belgrano, creador de la bandera nacional.

El rico pasado de Montserrat se revela a través de reliquias como la Farmacia La Estrella, en Defensa y Alsina, que data de 1834 y es la más antigua de la ciudad. El edificio actual fue construido en 1881, tiene pisos de mayólicas venecianas y la ornamentación incluye cristales de Murano y mármoles de Carrara. En el cielorraso se destaca un mural que muestra una escena alegórica de la salud y la farmacia venciendo a la enfermedad.

En Defensa 219, en una casa de 1890, el Museo de la Ciudad ofrece una encantadora muestra permanente de juguetes viejos: hay muñecas, libros, autitos, bicicletas, cocinitas, vajilla, figuritas y hasta sogas de saltar muy antiguas pero muy bien conservadas. También existen dos salas que reproducen habitaciones de la época con muebles originales del 1900: vale la pena hacerle una visita.

La Manzana de las Luces, en Perú 272, es un edificio jesuítico de la época colonial, cuyo nombre alude las enseñanzas iluministas que se impartían allí: esas construcciones, obra del Virrey Vértiz fueron usadas para la primera biblioteca pública, el archivo general y la Academia de Medicina y el Departamento de Ciencias Exactas de la Universidad de Buenos Aires. Ya en tiempos independientes, albergaron a la Sala de Representantes –donde sesionaba el Congreso Nacional en el 1800− y el Colegio Nacional de Buenos Aires creado en 1863. Los guías a cargo de las visitas hacen muy ameno el recorrido y aportan datos interesantes de la historia de la ciudad. El lugar tiene un museo de sitio, desde donde se ven los túneles subterráneos que en el 1800 lo comunicaban con otros edificios cercanos.

Por la entrada de Julio A. Roca al 600, se accede al Mercado de Las Luces, donde se venden artesanías y antigüedades, pero cuyo atractivo principal es el mismísimo edificio.

Muy cerca, la bella Iglesia de San Ignacio (Bolívar 225) y casi enfrente, la tradicional Librería de Ávila (en Bolívar y Alsina), la primera de la ciudad (se fundó en 1785) y por la que pasaron grandes personalidades de la intelectualidad argentina. Hoy es un reservorio de libros antiguos, reliquias y ejemplares agotados de temas diversos. En el subsuelo está el Almacén y Bar Literario donde uno puede sentarse a leer sobre sillas y sofás de época y rodeado de libros de páginas amarillentas, objetos únicos y antigüedades.

Un poco más allá, en Independencia 1190, funciona desde 1795 la Santa Casa de Ejercicios Espirituales, única que conserva en la ciudad su arquitectura original de la colonia. Mantiene la función para la que fue creada, ero una vez al mes abre sus puertas al público y se pueden recorrer tres de los nueve patios, la capilla menor, oratorios y las celdas que usaban para los ejercicios espirituales, en una visita que puede resultar un tanto prolongada.

Museo Histórico Nacional
Defensa 1600. 4307-1182/4457/3157. De martes a viernes de 11 a 17 y los domingos de 11 a 18. Visitas guiadas: domingos a las 15. $2.

Iglesia Ortodoxa Rusa
Brasil 315. Abre cuando hay misas: sábados a las 18 y domingos a las 10.

Iglesia San Pedro Telmo
Humberto 1º 340. La Iglesia está abierta todo el día, todos los días. El museo, abre los sábados de 10 a 13 y los domingos de 16 a 18. Los domingos a las 16 hay visitas guiadas, por $2.

Mercado Municipal
Defensa 961. Abre todos los días, menos los lunes, de 10 a 19:30.
Museo de la Ciudad
Defensa 219. 4343-2123. De lunes a viernes de 11 a 19. Los domingos de 15 a 19. Miércoles gratis.

El Zanjón de Granados
Defensa 755. 4361-3002. De lunes a viernes de 11 a 17 y domingos de 12 a 17:30. Visitas guiadas: de lunes a viernes a cada hora, entre las 11 y las 17, duran una hora. Los domingos, cada media hora, también tienen media hora de duración y empiezan a las 12. Guías bilingües.

Galería Wussman
Venezuela 574. 4343- 4707. De lunes a viernes de 10 a 20 y los sábados de 10 a 14.

Farmacia La Estrella
Defensa 201. 4343-4040/ 4331-7220. De lunes a viernes de 9:30 a 19:30.

Manzana de las Luces
Perú 272. 4342-9930/6973. Todos los días de 15 a 20. Visitas Guiadas: lunes a viernes a las 15. Sábado y domingo de 15 a 20, cada hora y media.

La Librería de Ávila
Alsina 500. 4331-8989. De lunes a viernes de 8:30 a 20 y los sábados de 10 a 17.

Santa Casa de Ejercicios Espirituales
Independencia 1190. 4305-4285. Un domingo por mes, se realiza una visita guiada de dos horas. Niños hasta 12 años, gratis. La visita es sólo en español.

Puerto Madero

A cinco minutos del centro, el circuito turístico perfecto: buena mesa, hotelería cinco estrellas, vida silvestre y abundante historia de la ciudad.

El Puente de la Mujer, del arquitecto valenciano Santiago Calatrava, resplandece en el Dique 3 de Puerto Madero.
Es el barrio más joven de la ciudad, ubicado en una zona antigua y tradicional: el puerto mismo de Buenos Aires. Fue éste un proyecto de Eduardo Madero (de quien tomó su nombre definitivo) inaugurado en 1889. Su vida útil real no superó los 20 años pero sus docks de ladrillos ingleses en aspecto y construcción, hechos entre 1900 y 1905, todavía están en pie.

La decadencia del puerto comenzó en 1930 y quedó abandonado hasta los 90, cuando se inició la reconstrucción edilicia de toda el área. El resultado es una insólita mezcla de arquitectura de última generación y las antiguas estructuras −diques, depósitos, silos− recuperadas con gracia para servir de restaurantes de toda laya, viviendas particulares, oficinas, proyectos hoteleros de alto nivel como el Hilton y el Faena Hotel & Universe… y hasta una universidad.

Las calles tienen nombre de mujeres importantes en la vida de la Argentina, de todos los tiempos: Encarnación Ezcurra, esposa del Gobernador Juan Manuel de Rosas, Alicia Moreau de Justo, médica y política, Olga Cossettini, maestra y pedagoga santafesina y Azucena Villaflor, fundadora de las Madres de Plaza de Mayo, también ella desaparecida.

En la zona Este, las construcciones modernas crecen a velocidad sorprendente: se calcula que en 2007, 14.000 porteños habrán elegido la zona para vivir.

La zona de Puerto Madero encuentra su límite en Dársena Norte (a la altura de la Avenida Córdoba). En ese lugar, de marzo a octubre, el Buque Almirante Irízar luce su silueta empinada y su inconfundible casco naranja: se trata de un rompehielos que cada primavera rumbea al sur, para hacer la Campaña Antártica y que se puede visitar. Los guías son los mismos tripulantes que llevan a los interesados en grupos de a veinte a recorrer todo el barco, desde el puente a la sala de máquinas, en un reconocimiento que apasiona a gente de todas las edades. Enfrente, el edificio de una disco se inspira en la Ópera de Sydney y balconea sobre el Dique 4, en el que el Yacht Club reserva su club house flotante sólo para socios.

En el Dique 3, el Puente de la Mujer extiende su estilizada silueta sobre las aguas. Fue diseñado por el arquitecto e ingeniero valenciano Santiago Calatrava y se inauguró a fines del 2001. Se trata de una estructura de acero, con forma de arpa acostada, que costó seis millones de dólares y se destina a uso peatonal. Un original sistema de rotación permite el tránsito marítimo por el dique (como también ocurre con los antiguos puentes que dividen los diques entre sí), mientras que un mecanismo de seguridad impide el paso de los peatones si el viento sopla a más de 70 km por hora. Una circunstancia que nunca atemorizó a su vecina, la entrañable Fragata Sarmiento, el antiguo Buque Escuela de la Armada Nacional, construido en Inglaterra en 1898. Su delicada figura navegó los mares del mundo hasta 1940. Desde 1995 está anclado en Puerto Madero, para delicia suprema de los chicos que pueden visitarla y enterarse de cómo eran los buques en aquellos tiempos. Está en perfecto estado de conservación, y aunque merecería renovar la cartelería y serían bienvenidas las visitas guiadas, no hay que dejar de conocerla.

Del otro lado del Dique, conocido como Puerto Madero Este, el Edificio Molinos Río de la Plata es un enorme conjunto de silos del 1902, que da fe de la época en que el país fue llamado “granero del mundo”.

En el último Dique, el 1, espera la Corbeta Uruguay, que con 131 años de edad, es una de las naves argentinas más antiguas aún a flote. Así como se ve, en 1903, comandada por Julián Irízar, rescató en la Antártida a los náufragos de la expedición científica sueca de Otto Nordenskjöld. Británica de nacimiento, también fue Buque Escuela y como tal realizó 37 viajes de instrucción.

A esa altura, del otro lado de los diques, aguarda la antigua Costanera Sur que aún conserva las bajadas al río y el espigón de cuando era el balneario municipal de la ciudad, (antes de que, en la década de los 70, se iniciara la construcción de la Reserva Ecológica). En la esquina de Avenida España y Dellepiane, se encuentra el Museo de Calcos, donde se ven reproducciones de las más importantes esculturas de la historia del arte mundial: son tres salones pequeños y las estatuas de yeso −la Venus de Milo, el David, entre otros− están un tanto amontonadas en un conjunto simpático y curioso de ver. En el lugar funciona la Escuela Superior de Bellas Artes Ernesto de la Cárcova, cuyos alumnos trabajan en los pabellones.

Si de esculturas se trata, en diagonal al Museo, está la Fuente de las Nereidas, una de las piezas más importantes de la ciudad, obra de la escultora tucumana Lola Mora. Su primer destino, en 1903, intentó ser la Plaza de Mayo pero al año siguiente se la instaló en el Paseo de Julio (hoy Leandro N. Alem), desde donde fue trasladada por impúdica al lugar que hoy ocupa. Fue en 1918, cuando se inauguró el balneario municipal.

Casi enfrente, está la entrada principal a la Reserva Ecológica, 350 hectáreas pobladas de vegetación típica del delta, en las que viven 250 especies de aves, anfibios, reptiles y mamíferos y 50 variedades de mariposas: para poder verlos hay que evitar los fines de semana, sobre todo por las tardes, donde el lugar está superpoblado de visitantes. Fauna y flora se pueden apreciar en un paseo largo que se hace caminando o en bicicleta y que tiene su mejor parte a orillas del río, donde se disfruta del silencio, viendo los barcos entrar o salir del puerto y de una panorámica poco usual de la ciudad.

Los recorridos están señalizados y en el lugar hay vigilancia permanente, pero también ofrecen la posibilidad de hacer visitas guiadas.

No es el único espacio verde de la zona: entre la Avenida Calabria y las calles Rosario Vera Peñaloza, Julieta Lantieri y Juana Manso, a la altura del Dique 2, se extiende el Parque Micaela Bastidas (así se llamaba la esposa del líder inca Tupac Amaru) y sus siete hectáreas de diseño ultramoderno, tan original como agradable de ver.

El paseo por las anchas veredas de la avenida Tristán Achával Rodríguez, la costanera, permite ver algunos testimonios del Balneario Municipal que, desde 1918 hasta fines de los años 40 fue un escenario importante de la vida porteña en verano. Aún siguen en pie los faroles originales importados de Francia; la glorieta que, a la altura de la Av. Belgrano, protege el monumento a Luis Viale (héroe de un naufragio frente a esas costas) que originalmente estaba en la Recoleta, y el mástil que, en la intersección del Boulevard de los Italianos, conmemora la visita del príncipe Humberto de Saboya en 1924. Por último, la Cervecería Munich −actual sede del Centro de Museos de Buenos Aires−, construida por el arquitecto húngaro Andrés Kalnay en 1927, es el único testimonio edilicio de la intensa vida social que alguna vez tuvo la Costanera Sur.

Reserva Ecológica
Av. Tristán Achával Rodríguez 1550. 0800-444-5343/ 4893-1588/1597. De abril a septiembre, martes a domingos de 8 a 18. De octubre a marzo de 8 a 19. Hay dos accesos: el principal está a la altura de la calle Brasil, el otro a la altura de Viamonte, en ambas hay baños y centros de información. Visitas guiadas: sábados, domingos y feriados a las 10:30 y a las 15:30. Gratis. Hay guías de habla inglesa.

Museo de Calcos y Escultura Comparada
Av. España y Dellepiane. De lunes a viernes de 9:30 a 13. Sábados y domingos de 11 a 18. Los fines de semana, visitas guiadas durante todo el día.

Museo Flotante Buque Fragata Sarmiento
Dique 3. Todos los días de 9 a 20.   

Museo Buque Corbeta Uruguay
Dique 1. 4314-1090. Todos los días de 9 a 20:45. Las visitas se suspenden si llueve. Visitas guiadas.

Buque Almirante Irízar
Dique 4. (Entrada del estacionamiento por Cecilia Grierson y Av. Tristán Achával Rodríguez). Viernes, sábados y domingos de 14 a 18, entre marzo y octubre; el resto del año, el Irízar realiza la Campaña Antártica. Gratis.