jueves, 21 de abril de 2011

Palermo Viejo

Aún conserva algunos rastros de lo que fue −un barrio tranquilo y bien arrabalero−, mezclados con tiendas de ropa, objetos y restaurantes de ultimísima moda. El resultado es lo más “cool” de Buenos Aires.


 
                               Café en una esquina de Palermo Viejo.
 
 
Parte integrante del inmenso barrio llamado Palermo (que incluye los parques y también el sector ultrachic llamado Barrio Parque o Palermo Chico, sede de embajadas y residencias de gran categoría), la zona en cuestión está limitada por las avenidas Santa Fe, Scalabrini Ortiz, Córdoba y Dorrego y dividida en dos por las vías del tren y el arroyo Maldonado que corre debajo de la avenida Juan B. Justo.

Hacia el norte, la instalación de un canal de televisión y unas cuantas productoras e islas de edición hizo que ese fragmento del barrio fuera denominado Hollywood, mientras que del otro lado de la avenida, continúa llamándose Viejo −pese a que muchos intentan llamarlo Soho, por su semejanza, dicen, con esa parte de New York−.


Según Jorge Luis Borges, vecino y prominente biógrafo del lugar, el barrio le debe su nombre a un señor siciliano, Domínguez de Palermo, dueño de un matadero de ganado cimarrón que en el siglo XVII, abastecía a la aldea que era Buenos Aires. En sus alrededores, las riberas del Maldonado eran buen refugio para contrabandistas, aunque básicamente se trataba de una zona de quintas.

Cuando el niño Borges se mudó al barrio, a comienzos del 1900, “en Palermo vivía gente de familia bien venida a menos y otra no tan recomendable. Había también un Palermo de compadritos, famosos por las peleas a cuchillo…”. El escritor vivió con su familia en Serrano 2147, en una casa que ya no existe −sólo una placa recuerda el sitio−, pero cuya ubicación no se olvidará: en esa manzana circundada por las calles Guatemala, Serrano, Paraguay y Gurruchaga ubica el origen de la ciudad en su poema Fundación mítica de Buenos Aires.

Dice el mismo Borges que, con el tiempo, las quintas fueron “pisoteadas por almacenes, carbonerías, traspatios, conventillos y corralones”, donde vivían quienes trabajaban en la parte más opulenta de Palermo. También abundaban las lecherías, cuyos dueños esperaban con sus carros la llegada del tren lechero en Godoy Cruz y Paraguay, todos los días, a las cinco de la tarde (esto ocurrió hasta bien entrado el siglo XX).

Pero vendrían otros cambios: uno, radical, fue la eliminación, en los 70 de una planta procesadora de gas que funcionaba en lo que hoy es la Plaza Palermo Viejo, de Armenia y Costa Rica. Diez años después, a mediados de los 80, comenzarían a llegar nuevos vecinos, familias de clase media alta, intelectuales y profesionales, en busca de casas más amplias, a precios accesibles en calles amplias y arboladas, donde los chicos pudieran jugar. En los 90 empezaron a instalarse los negocios, en las mismas viejas casas recicladas, como Cat Ballou (Costa Rica 4522), una tienda de decoración de las pioneras en la zona: ese estilo que alterna el respeto por los edificios originales con construcciones modernas que acatan la modalidad del barrio es el que prevaleció (con algunas excepciones) en los años sucesivos.

En la actualidad, Palermo Viejo es uno de los barrios más agradables de la ciudad para pasear, tomar algo, comer y hacer shopping variado pero con un denominador común: el diseño de alto nivel. Abundan los negocios de autor, ya sean de ropa o de muebles y objetos (y hasta de jabones como los Sabater Hermanos, en Gurruchaga 1821) y cuando no lo son, adaptan su propuesta a la onda del lugar, como ocurre con más de una cadena de ropa de marca.

No hay monumentos ni construcciones históricas para visitar: sí la lindísima Plaza Cortázar, en la intersección de Honduras y Borges, sombreada por las tipas y rodeada de bares (viernes y sábados el ambiente se torna un poco denso por la cantidad de gente que circula) y donde sábados y domingos hay una feria de artesanos. Muy cerca, tres pasajes: hacia Córdoba, el Soria, entre Gorriti y Honduras y hacia Santa Fe, el Santa Rosa (entre Honduras y El Salvador) y el Russel (entre El Salvador y Costa Rica), pacíficos y amables, de noche bellamente iluminados.

La mayor cantidad de tiendas y locales de ropa, decoración y accesorios están en el recorrido entre ambas plazas (Cortázar y Palermo Viejo), pero vale la pena extenderlo y descubrir sitios tan originales como simpáticos. De la oferta destacan la Papelera Palermo (Honduras 4943) y su Casa de Oficios (Cabrera 5227) una vieja casa chorizo bajo la sombra de un gigantesco palo borracho, donde muestran la trastienda del negocio papelero y se dictan cursos y talleres de papel artesanal, xilografía, encuadernación y juguetes.
De los viejos y humildes días del barrio quedan edificios, portones y molduras y el viejo Club Eros, en Honduras y Thames, que un grupo de muchachos milongueros inauguró en 1941. Funciona en lo que fue un antiguo inquilinato y tiene 150 socios que se niegan a vender el local y a perder su club. El modesto buffet, que abre mediodía y noche, es ahora frecuentado por jóvenes modernos y no pocos turistas.


Del otro lado de Juan B.Justo el panorama cambia ya que impera el circuito gastronómico. No resulta tan ameno para caminar, pero guarda interesantes lugares, como el Mercado de las Pulgas, en Álvarez Thomas y Dorrego, que ofrece muebles, objetos y utensilios viejos, antiguos y de segunda mano, entre los cuales a veces se puede encontrar algo interesante. A pocas cuadras de allí, en la esquina de Dorrego y Zapiola, el Predio del Centro Metropolitano de Diseño (conocido como El Dorrego) alberga ciertos fines de semana ferias de indumentaria, textiles, objetos de bazar, joyería y muebles (entre muchos otros productos) cuyos autores no frecuentan el circuito comercial habitual.

También de ese lado de Juan B. Justo conviven los negocios reciclados con los originales: así, los Hermanos Estebecorena (El Salvador 5960) armaron su local de ropa para hombres en lo que fue altri tempi una panadería, cuyos muebles y exhibidores adaptaron para su uso actual. A la vuelta, en Arévalo 1748, Elsi del Río, una galería de artistas emergentes, recuperó un viejo almacén del barrio para exhibir muestras de arte contemporáneo.

También de este lado quedan algunos pioneros: en Honduras y Bonpland, Emilio Sangil mantiene su viejo bar de gallegos, típico de la ciudad, tal como lo estableció hace décadas, en una muestra de resistencia verdadera al paso del tiempo. También le han ofrecido fortunas por su esquina que se niega religiosamente a vender.

Palermo Viejo tiene una abundante oferta de bed & breakfast, guest houses y hoteles (ver Hoteles), para instalarse allí unos días. También es posible conseguir en sus locales, los Mapas de Buenos Aires y Saber a dónde ir, dos publicaciones gratuitas con direcciones y planos de la zona y de todos sus locales.

1 comentario:

  1. Ahora el Bar del Gallego no existe mas, falleció en junio/13 y se lo compró el HDP de EURNEKIÁN, ahora toda la manzana es suya!!!

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