miércoles, 27 de abril de 2011

Las 5 biblias del mundo gourmet argentino

Las guías de restaurantes, bodegones y afines se convirtieron en los nuevos best sellers de la industria. De Vidal Buzzi a Narda, el buen comer ya tiene sus tutores. 

Al mercado editorial se le abrió el apetito, y las guías de restaurantes, bodegones y afines se convirtieron en los nuevos best sellers de la industria. De Vidal Buzzi a Narda, el buen comer ya tiene sus tutores.
Por Julieta Mortati

-Mi amor, una periodista de la revista Brando quiere hacerte unas preguntas por una nota, ¿la podés atender?
-Hola...
-Hola, Fernando, buenas tardes. Estoy haciendo una nota sobre la explosión de las guías de restaurantes en Buenos Aires y quería preguntarle...
-Pero ¡qué pasa con las guías, hace una semana que me está llamando todo el mundo: radios, televisión, diarios!


Cuando el histórico crítico gastronómico de la revista Noticias, Fernando Vidal Buzzi, sacó en 1994 la Guía de restaurantes de Buenos Aires, en las etiquetas de los vinos no aparecía la cepa, las verdulerías no vendían ciboulette ni albahaca, menos que menos maracuyá, y en la tele, como en las revistas, la cocina no era más que un servicio para la mujer. Su guía fue pionera, y luego le siguió la de Alicia Delgado con sus recomendados de Buenos Aires. Hasta que, en 2003, una nueva camada de sibaritas generó la Guía Oleo, que se nutrió con los comentarios de los comensales, y en 2008, Pietro Sorba, asesor de contenidos de elgourmet.com, se animó a sacar Bodegones de Buenos Aires con la idea de recuperar el patrimonio gastronómico argentino. Y la guía ya va por su tercera edición.

¿Qué pasó en estos últimos años? ¿La gastronomía se convirtió en un género literario? ¿Por qué el reciente libro de Narda Lepes , Qué, cómo, dónde, ya lleva la marca de best seller como los títulos anteriores de la chef? ¿Por qué los críticos gastronómicos Yu Sheng Lao y Sabrina Cuculiansky se animaron a sacar solos, es decir, sin apoyo editorial, Hay que ir, una guía en la que recomiendan una selección de 128 lugares de Buenos Aires para ir a comer y beber?

El nombre es todo
Cociná más, salí con tu bolsa o changuito y comé frutas y verduras de estación. Todos estos imperativos conforman la base de la guía de compras de Narda. Allí, la chef te dice dónde podés conseguir las mejores medialunas de Buenos Aires, dónde se venden arándanos frescos y todo lo que tenés que saber a la hora de comprar buena carne y pescado. Pero es más que eso. Porque en su conjunto, funciona como un manifiesto que propone una actitud a la hora de comer. "Cuando compramos nuestra comida, hacemos mucho más que un intercambio de bienes: lo que comemos pasa a ser parte nuestra, así que, justamente por esto, deberíamos prestarle la atención que se merece", dice Narda en el prólogo, lo que da prueba de que su éxito no radica en una buena mano para amasar sino en su capacidad discursiva. Qué, cómo, dónde, que de acá a 50 años puede ser la referencia de las costumbres culinarias de los porteños a principio del siglo XXI, se armó sobre la base de los recuerdos de la infancia de la autora ( "de chica, siempre pedía en Freddo granizado de chocolate y chocolate con almendras" ) y con sus sitios predilectos ( "mi lugar para ir a escuchar, comprar, descubrir y charlar con Fichi sobre música y comida un buen rato" ). También aparecen entrevistas a sus tías, amigos y también a su parrillero y verdulero preferido, con los que se logra conformar, instalar y vender el mundo de Narda. Según Mariano Valerio, editor de esta guía y de las de Pietro Sorba, ahí radica la clave: "La única forma de diferenciar las guías es la gente que las valida y autoriza". 

Al mercado editorial se le abrió el apetito, y las guías de restaurantes, bodegones y afines se convirtieron en los nuevos best sellers de la industria. De Vidal Buzzi a Narda, el buen comer ya tiene sus tutores.

El especialista en periodismo gastronómico Diego Gaona, que escribió una tesis sobre el desarrollo de la gastronomía en medios impresos argentinos entre 1985 y 2006, contextualiza el fenómeno: "Vidal Buzzi pertenece a la primera camada de periodistas gastronómicos, y su guía emuló la Michelin -sí, la empresa de neumáticos empezó a entregar una guía con los mejores restaurantes de Francia a sus clientes en 1920, y ahora todos mueren por tener una estrella Michelin-, pero luego empezaron a hacerse guías a partir de cierto personalismo. El que lee la crítica va por quién te recomienda el lugar y por cómo te lo dice. En general, tienen el tono de un amigo".

Pietro Sorba, en el prólogo de la tercera edición de Bodegones de Buenos Aires, escribió: "¡Qué inmensa alegría me da pensar en gente que se reúne alrededor de una mesa siguiendo mis humildes recomendaciones! (...) Evidentemente, el tema es de interés y el fenómeno demuestra que en el mundo de los amantes de la comida y de los gastronautas, que disfrutan cuando salen a comer, algo está cambiando". La edición es bilingüe, salió reseñada en The New York Times y su repercusión continúa en la web ( continúa en la web ), donde la nostalgia anima a los lectores a poner comentarios al ver que sus bodegones de toda la vida salen reseñados en un libro. La colección continuó con Parrillas de Buenos Aires , Pizzerías de Buenos Aires y Pulperías, almacenes y manjares de la provincia de Buenos Aires. Este año, sale el tomo Sabores del Camino Real de Córdoba y otro dedicado a la cocina de las colectividades. En la editorial (Planeta), también tienen pensado hacer una guía Sorba que cubra todo el país. Al parecer, como lo que no se nombra no existe, cuando alguien dijo "gourmet", se abrió un mundo.

Nace una estrella
Ahora, si la cocina gourmet se ocupó de convertir a los cocineros en estrellas, las guías lo hacen con los mozos. "La gente viene con la guía de Pietro y les pide a Rodolfo -el italiano con boina a lo español que aparece en la guía detrás del mostrador- y a Osvaldo -el mozo que muestra las cacerolas- que se la firmen y se saquen fotos con ellos", cuenta Marcelo Castellana, encargado de Miramar, bodegón que salió en la guía de Sorba y en Hay que ir.

En su casa, Yu Sheng Liao, autor de esta última guía, tiene cinco heladeras llenas con la que puede abastecerse, prácticamente, para una guerra de seis meses. Sin embargo, y pese a que cuando cocina es capaz de tomarse un taxi a un mercado en busca de ese sabor que le está faltando, uno de sus planes preferidos es comer afuera: lo llega a hacer diez veces por semana. De esta manía ( "a los chinos nos gusta comer mucho", dirá después comiendo unos ravioles chinos picantes en Lai Lai, uno de los lugares del Barrio Chino recomendados ) y de sus años como inspector para la guía de Vidal Buzzi surgió una profesión. Junto con su colega Sabrina Cuculiansky, autora de Mundo Gourmet, el blog de vinos y gastronomía de La Nación, sacaron Hay que ir. 128 lugares con onda para comer y beber, en el que reflejan una Buenos Aires "cosmopolita, donde encontrás tradición y modernidad". La guía está dividida por el origen de la comida, tiene un apartado de cocina coreana, otro de cocina a puertas cerradas en la que se reserva mesa por mail o por teléfono y uno con las diez mejores barras. También incluye notas en las que los autores se pronuncian en contra del cobro de cubierto y se proclaman una guía honesta en el sentido de que la mayoría de las veces fueron a los restaurantes de incógnito, como simples consumidores, lo que les permite poner tips como "consultar siempre todo antes de pedir o aceptar". Su plan es sacar una guía por año y generar una comunidad HQI por internet. Cada lugar tiene un puntaje que toma en cuenta la calidad de la comida, el servicio y el ambiente. Tomo I, por caso, aparece como el restaurante con mayor puntaje.

En las tres guías hay un especial cuidado en el diseño. "La guía de Lepes y de Sorba no son para tener en la cocina -dice Valerio-, sino que son objetos que tienen el mismo estatuto que un disco o de cualquier objeto de consumo no utilitario". El libro de Narda es rústico y moderno, tiene tapa dura e incluye una libreta de anotaciones. El de Pietro responde a un estilo más sofisticado, sus fotos son en blanco y negro y está impreso en un papel ilustración de alta calidad. En Hay que ir abundan las publicidades que hicieron posible la publicación. "Quisimos hacer una guía joven, dinámica, con mucho color y mucha onda", dice Liao.

Así es como, a través de las guías, Buenos Aires se termina por instalar como el paraíso gourmet del Polo Sur. Pequen, lectores, pequen.

Lo que queda del Palacio de Correos

Fue Roberto Lavagna, cuando era ministro de Economía, quien lanzó en un Congreso de IDEA, en Mar del Plata, la propuesta de convertir el majestuoso Palacio de Correos en un museo del Bicentenario que continuara la milla de oro museística de Buenos Aires y diera oportunidad de exhibición a muchas obras del acervo del Museo Nacional de Bellas Artes condenadas a los sótanos por falta de metros.

El palacio, que había sido elegido por la princesa de Gales como sede de la recepción ofrecida en la Argentina por la calidad de su arquitectura, estaba por entonces dentro de la órbita de Cultura. José Nun tenía la palabra cuando se llamó a un concurso de anteproyecto al que se presentaron, entre otros, Jorge Telerman y el hijo de I. M. Pei, arquitecto chino famoso por la pirámide que ejecutó para el Museo del Louvre.

De aquella iniciativa, que parecía auspiciosa, a la situación actual media una distancia mucho mayor que el tiempo transcurrido desde noviembre de 2006, fecha en la que se hizo público el proyecto ganador. No se cumplieron los plazos. El rumboso Centro Cultural del Bicentenario no se inauguró en mayo de 2010. Solamente hubo un acto en la nave central del Palacio, para comprobar que las pizarras de la mansarda original habían sido reemplazadas por vidrios, con la idea de iluminarla a giorno con los colores de las banderas de los países homenajeados en visitas oficiales.

El edificio, monumento histórico nacional, es una pieza clave de la arquitectura de Buenos Aires. Fue inaugurado en 1928 y lleva la firma de Norbert Maillart, autor, también, de los proyectos del Palacio de Tribunales y del Colegio Nacional de Buenos Aires. No es una novedad para nadie subrayar que el patrimonio arquitectónico es un recurso no renovable, referencia ineludible de la identidad de un país. Basta recordar con cuánto ímpetu los jeques de Qatar y Abu Dhabi han convertido al golfo Pérsico en el laboratorio de pruebas de los grandes arquitectos globales, para construir una cadena de nuevos museos que le otorgue "espesor" cultural a un país con más dinero que historia.

En un brusco golpe de timón, el Palacio de Correos y su millonario proyecto pasaron a manos del ministro De Vido. Prosperó la idea de instalar un gigantesco auditorio con acceso por la avenida Corrientes, lo que exigía desguazar la parte industrial. Quien camine por Corrientes en estos días no tiene más que asomarse detrás de la empalizada para ver que del edificio original queda la fachada; en el centro, hay un enorme vacío. La nada.

Las plantas de perímetro libre existentes, donde se hizo una recordada edición de Estudio Abierto, curada por Ana María Battistozzi, tenían la dimensión perfecta de una gran nave expositiva como son los Arsenales en la bienal veneciana. Conviene recordar que Maillart, cuando proyectó el edificio, tuvo que realizar una reforma clave en los planos originales debido a la baja calidad del suelo, que es tierra ganada al río. La estructura palaciega, incluidos el célebre Salón de los Escudos y el Salón Eva Perón, que Evita usó como despacho en 1946, corre serio peligro. Historia y patrimonio en riesgo, en una obra faraónica de final incierto.

Por Alicia de Arteaga

El Palacio de Correos

Correo Palacio

La preocupación por el destino errante del Palacio de Correo de la ciudad de Buenos Aires salió a la luz a través del ilustrativo texto de Alicia de Arteaga.

A propósito de ese tema, adherimos al deseo de su preservación y los hacemos con un aporte sobre la historia del edificio.

La primera sede del correo fue la casa de don Domingo de Basavilbaso, en las actuales Perú entre Alsina y Moreno, donde ahora funciona la legislatura porteña. En 1748 Basavilbaso había sido nombrado Correo Mayor, es decir, encargado de la correspondencia que llegaba y partía de Buenos Aires.

En 1822 fue trasladado a las actuales Bolívar, entre Belgrano y Venezuela. A partir de 1879 se estableció en el ala norte de lo que es hoy la Casa Rosada. Pero en 1882, al ser anexada esa edificación para agrandar la Casa de Gobierno, el correo pasó a Bolívar y Moreno, es decir, a dos cuadras del Cabildo.

En 1888 se proyectó la construcción del Palacio de Correos, en el Paseo de Julio (ahora Alem) y Cuyo (hoy Sarmiento). Para la tarea se contrató al ingeniero francés Norbert Maillart, quien se encontraba en Chile. Pasó por Buenos Aires y preparó los planos. El Congreso aprobó la obra y se le adjudicó una partida presupuestaria.

Proyecto original con frente en la actual avenida Alem.

De inmediato, una pirámide de ladrillos cambió la fisonomía del lugar. Y no fue una postal efímera. Durante 20 años los porteños vieron la misma pila de ladrillos. Una de las razones del retraso, según se dijo, fue la crisis de 1890. Otra, las dificultades que generaba el desnivel de la manzana elegida.

Ladrillos Correo Central
Montículo de ladrillos del Correo.
A todo esto, las oficinas del Correo se habían mudado en 1901 a Corrientes y Reconquista, a la espera de la construcción del Palacio. Era tiempo de relanzar la obra. En 1908, el ingeniero Maillart regresó a Buenos Aires para efectuar cambios. Los principales eran:

1) El frente dejaría de estar sobre el Paseo de Julio y pasaría a la actual Sarmiento.
2) Un enorme sector que en 1888 iba a contener caballerizas se transformaría en oficinas.

Palacio de Correos en construccion
En obra.

Ahora sí, comenzaba la construcción, que demandó ¡otros 20 años! Esta vez la culpa la tuvo la Gran Guerra en Europa.

El edificio que se ideó durante el gobierno de Juárez Celman terminó inaugurándolo Marcelo T. de Alvear curenta años después, el 20 de septiembre de 1928.