jueves, 28 de abril de 2011

De las Artes

Parecen centros culturales, clubes de barrio con actividades múltiples o un moderno restó. Y son todo eso junto: bares y restaurantes con una carta de platos y bebidas tan completa como su agenda de cursos, talleres y ciclos de cine y teatro. Un hallazgo. Una tendencia.


El camarín de las musas
Un salón cool y un plan de actividades súper completo, que incluye cursos de comedia musical.
Viernes, siete de la tarde. Una pareja disfruta de un café con tortas mientras mira un folleto para saber qué película proyectarán en el ciclo de cine. Al lado, cuatro chicas se saludan apuradas, porque llegan tarde a la clase de danza contemporánea. Casi al mismo tiempo termina el taller literario y un grupo de hombres y mujeres se queda a conversar después de clase. Piden un vino, conversan y deciden qué obra de teatro van a ver después de cenar.
 
Escenas como estas se pueden ver a diario en El Camarín de las Musas, Tadrón y Antesala, tres bares-restaurantes diferentes pero con algo en común… Los tres son más que bares y restaurantes y coinciden en su original propuesta: en un mismo espacio ofrecen almorzar o cenar y además realizar varias actividades culturales: talleres, cursos, ciclos de cine y de teatro. Todo en un ambiente que mezcla el estilo de un club de barrio con el espíritu de un centro cultural y el de un moderno restó.
 
Tadrón. "Abrimos en 1996 como centro cultural, pero en 2002 decidimos ampliarnos y abrir un bar-restaurante. La respuesta de la gente fue muy buena. Notamos que las actividades de la sala se potencian mucho con la confitería", comenta Tro Jensezian, encargado del lugar. Ambientado con un estilo oriental, este "teatro-bar-taller-arte", tal como lo definen sus dueños, tiene una variada oferta cultural y una propuesta gastronómica basada en la cocina armenia. Una de sus especialidades es la picada oriental con pasta de berenjenas, garbanzos, morrones con nueces y yogur colado con menta seca ($ 15). Los martes y viernes hay especialistas que leen la borra del café. En el lugar se dan clases de actuación y de danza árabe, se proyectan y analizan cortometrajes y se presenta el unipersonal Ararat y yo. También se dictan cursos de fileteado porteño, de italiano para principiantes, de dibujo y pintura decorativa. Abre de martes a domingos a partir de las 14. En Niceto Vega 4802, Cap. Tel.: 4777-7 976.
 
Un nuevo lugar en Palermo, para comer "cosas ricas" y con una variada agenda de obras teatrales.
 
 
Antesala. Abrió hace sólo tres meses y ya se convirtió en una de las alternativas para quienes buscan un paseo diferente en Palermo. Ofrece una carta de platos que se caracteriza por su sencillez y calidad en el marco de una deco que combina elementos modernos con algunos toques clásicos. El brownie de dulce de leche y frutos rojos ($ 8) y el trago Calegian con canela, leche condensada, gin y ananá ($ 12) son muy recomendables. "Antesala apunta a un concepto integrado. Queremos que en un mismo ambiente la gente pueda comer algo rico y tenga algo interesante para ver", comenta Tomás Constantini, uno de sus dueños. En el lugar se pueden tomar clases de danza contemporánea, hay taller literario, ciclos de cine y un curso de meditación inspirado en Osho, además, María Soccas, Georgina Barbarrosa y José Luis Alfonso dictan clases de teatro. Los viernes, sábados y domingos se presentan dos obras de teatro: Copias, con Villanueva Cosse y Mariano Torre, y Pareja Abierta, co n Alejandra Copa y Juan Bianchi, dirigida por Oscar Ferrigno (hay descuentos para jubilados y estudiantes). Costa Rica 4968, Cap. Tel.: 4833-4200.
 
  Un "teatro-bar-taller-arte", según lo definen sus dueños, sobre la mesa ofrece buena cocina armenia.  
 
 
El camarín de las musas. Es uno de los lugares con una de las mayores ofertas culturales de la ciudad. Tiene casi dos mil metros cuadrados y está abierto todos los días desde las 9 de la mañana hasta las doce de la noche. Hay cursos para todos los gustos: clases de comedia musical, de teatro para mayores, de yoga para embarazadas y hasta Pilates. Hay diez tipos de danza diferentes para aprender entre las que se destacan la contemporánea, de improvisación, jazz, afro y griega, entre otras. Los viernes, sábados y domingos se presentan ocho obras de teatro independiente. También hay exposiciones de arte y talleres de psicoanálisis. "Es un lugar de reunión artístico, pensado para la gente que quiere algo más cuando sale a tomar algo, -explica Emilio Gutiérrez, dueño del lugar-. El fenómeno que se produce es increíble, porque cada una de las actividades potencia al resto. Los que vienen a comer se interesan por los cursos, los que salen del teatro se quedan a comer. Es un acercamien to al arte muy económico". En Mario Bravo 960, Cap. Tel.: 4862-0655.

El extraño mundo de Campanópolis

A sólo 30 minutos de la Capital, se erige como una ciudad soñada, proyectada y construida por un hombre llamado Antonio Campana. Levantada en los ’70 sobre un antiguo basural y realizada íntegramente con materiales antiguos y reciclados, llama la atención tanto por todo lo que se ve como por lo que todavía no se sabe de ella.

Un sueño...
Campanópolis ocupa 200 hectáreas. El nombre se lo dio el historiador Alfonso Corso, profesor de la Universidad de La Matanza. Campana, por el apellido de su creador, y polis, “ciudad” en griego.
Las edificaciones impactan a lo lejos, y el entorno no es menos impactante. Plazas, fuentes, lagos, ríos y flores que crean un ambiente de cuento. Las callejuelas empedradas guían a través de diferentes recovecos y escenarios que parecen vistos en un cuadro. Todo en Campanópolis fue confeccionado a la medida de la imaginación, la creatividad y el esfuerzo de Antonio Campana, quien un día decidió crear esta extraña y enigmática ciudad de 200 hectáreas y sin habitantes, ubicada a 31 kilómetros de la Capital, en la ruta 3 kilómetro 31, González Catán, La Matanza. 

Su historia comenzó en 1977 cuando Campana, empresario del sector comestible, compró el terreno. Lo primero que hizo fue obras de limpieza, relleno y mejoras en las cavas de una antigua tosquera que alguna vez se había usado como hornos de ladrillo. Pero, durante los seis años siguientes y hasta 1985, el CEAMSE (Coordinación Ecológica Area Metropolitana Sociedad del Estado) le expropió las tierras para utilizarlas como depósito de basura. Una vez que recuperó el terreno comenzó con su proyecto de construir “una aldea mágica” para crear una obra de arte de enorme tamaño.“En ese momento le encontraron a mi papá un tumor en la amígdala, pero salió todo bien y pudo continuar con el trabajo”, recuerda sumando algo más a la leyenda Oscar Campana (33), actualmente encargado del lugar, tomando la posta de Antonio, quien a los 77 años está sujeto a las condiciones que le permite un tratamiento intensivo contra la diabetes.


En el Museo de las Rejas hay rejas de hierro forjado, arañas colgantes, objetos antiguos y piezas de colección, cuyos orígenes datan del siglo XIX y principios del XX.

Una de las edificaciones mas bonitas del lugar
  
                                                              
Sin ser arquitecto y sin planos de por medio, Antonio empezó a levantar la ciudad como parte de un juego. ¿Por qué? “Ni él lo sabe –responde Oscar–. Creo que decidió volcar una obra de arte a tamaño gigante, y lo hizo movido por las ganas de no quedarse quieto frente a su enfermedad. Para él venir acá era como una descarga, se pasaba 14 horas por día trabajando”. Y aquellas cosas que para los otros resultaban inservibles, fueron claves para que él alcanzara su sueño. Antonio fue obteniendo todo tipo de elementos de desecho, los recicló y los reutilizó para construir su mundo aparte. Tras armar con cemento las vigas, empezó a levantar paredes con piedras que conseguía de la calle, hizo techos con puertas, pisos con tejas, o cumbreras de casas con patas de bancos de escuelas. “Mi viejo podía comprar desde 20 arañas usadas sin caireles hasta pedazos de balcones en una demolición. Fue haciendo un estilo ecléctico sin darse cuenta”, intenta explicar Oscar.

Como si le faltara algún componente mágico, esta ciudad esconde un pasado histórico. Según algunos historiadores, en la confluencia del arroyo Morales con el Río Matanza –precisamente donde nace Campanópolis– se realizó uno de los principales desembarcos de Pedro de Mendoza. Es allí mismo donde hoy se encuentra una reserva ecológica de 150 hectáreas con flora y fauna selvática que asombra. Como otro dato histórico, se apunta que es muy probable que los campos hayan sido parte de una propiedad de Juan Manuel de Rosas.

En Campanópolis se llevan a cabo diversas actividades: cumpleaños, casamientos (hay una capilla) y fiestas varias, además de excursiones programadas, y la riqueza de sus escenarios resulta una tentación para producciones de moda, comerciales y películas. En algún momento aquí fueron registradas las aperturas de Chiquititas y del programa de Susana Giménez. Pero a sus anfitriones no les gusta demasiado la sobreexposición de su aldea. “Hasta acá la gente llega por el boca a boca o por recomendaciones de gente amiga”, comenta Oscar, a quien resulta imposible sacarle un nombre de todas las “personas famosas del ambiente de la televisión, la música, el cine, el teatro y hasta de la política que se han dado una vuelta para conocer el lugar, o simplemente que vienen a sentarse a tomar un mate bajo un árbol”.

De la misma forma –y casi como para terminar de cerrar el círculo de misterio que engloba el lugar– él pide no ser parte de ninguna de las fotografías de este artículo, enfatizando su deseo de que se destaque sólo la obra de su padre. Para compensar tanto secreto, suelta una anécdota. “Hace unos años pasó (Eduardo) Duhalde con su helicóptero y bajó a ver de qué se trataba esto, y le gustó mucho –recuerda Oscar–. Hace poco pasó uno y no lo dejamos bajar... Al rato nos enteramos de que era el gobernador Felipe Solá. No lo podíamos creer”.
Campanópolis no está abierto al público. “Por el momento preferimos que sea a través de eventos organizados”, indica Oscar, quien también esgrime razones de acceso al lugar. O, mejor dicho, de inaccesibilidad. “Nuestra idea es poder abrir una calle para unir a La Matanza con Ezeiza en un trayecto más corto. Posiblemente para más adelante contratemos alguna empresa para explotarla turísticamente”.
 
Para contactarse: http://www.campanopolis.com/.

Tigre cultural

El Tigre ha sido desde siempre el lugar ideal para hacerse una escapada de fin de semana. Pero, a esta ya tradicional oferta, se le suma una nueva movida: en los últimos meses dos nuevos museos abrieron sus puertas. Se trata del Museo de Arte en el Delta Argentino (MADA) y el Museo de Arte de Tigre (MAT).

El palacio del MAT de 1910, cuando el Tigre Club era uno de los centros sociales más destacados del país.
Quién no ha tenido oportunidad de ir al Mercado de Frutos, un sitio ideal para conseguir muebles de pino, mimbre, artesanías, plantas y frutas, tan clásicos como un paseo en lancha por el Delta. En este verdadero oasis, ubicado a 30 kilómetros de la Capital, las atracciones no sólo están al aire libre. Con la apertura del Museo de Arte en el Delta Argentino (MADA) y el Museo de Arte de Tigre (MAT), la zona renovó su capacidad de convocatoria.

Arte domestico. El MADA es, sin dudas, un museo distinto en todos sus aspectos. Creado por el artista y arquitecto Miguel Alfredo D’Arienzo, está ubicado en la localidad de Tigre, a orillas del río Luján. Para acceder, hay que embarcar en una lancha y recorrer un tramo que no lleva más de cinco minutos. El lugar está integrado por la vivienda del artista y tres módulos “naves” de hierro y chapa, conectados entre sí por puentes y rampas, en los que se aprecian instalaciones, telones y pinturas del artista. El recorrido comienza desde el muelle hasta la vivienda principal. En el jardín que la rodea se aprecian esculturas que anticipan el uso de materiales reciclables y objetos ensamblados, como maderas, troncos y hierros. La vivienda está incorporada a la visita: allí se observan las pinturas de gran formato y los telones del artista, junto con las instalaciones integradas al ámbito de la vida doméstica. “La idea fue tomar una vivienda típica del tigre y hacerla un museo para mostrar mis obras dentro de un ámbito doméstico. Este es el único museo de pinturas dentro del área de las islas. Mi expectativa es que se genere un circuito turístico en el lugar y se vayan creando otros espacios de arte”, cuenta D’Arienzo desde el comedor de su casa, adornado, por supuesto, por cuadros suyos. Más allá, en otro cuarto, funciona su oficina. Allí se exhiben trabajos ya expuestos en el Centro Cultural Recoleta y en el Palais de Glace. Yendo al museo propiamente dicho, está la Nave 1, que constituye la Sala de Exposición Permanente con la instalación de Los Cartonautas, una obra –hecha toda de cartón– con una fuerte influencia de los primeros cartoneros que aparecieron luego de la crisis de 2001. La Nave 2, la Sala de Arte Infantil, exhibe pinturas de mediano formato del autor. En un galpón, se encuentra otra obra de alto contenido social. “Se va a llamar La manifestación Náutica”, adelanta D’Arienzo, quien se inspiró en las continuas reuniones que tienen los isleros para promover la no contaminación del río. Una rampa conduce a la casa de huéspedes, donde se exhiben obras de pequeño formato del dueño de casa y de otros colegas. Algo que llama la atención del MADA es el colorido conjunto arquitectónico enmarcado por barcos, astilleros y guarderías náuticas. Los barcos cargueros, petroleros y areneros, anclados frente al lugar, son parte de un paisaje que se confunde con los colores y las texturas del museo. “La idea es que estos barcos jueguen con los colores de la casa, que está hecha con elementos de arquitectura industrial”, cuenta D’Arienzo. Uno de los principales objetivos del artista es darle la oportunidad a los más chicos para que se relacionen con el arte. Por eso invita a niños, jóvenes y docentes de instituciones educativas a participar de esta experiencia de arte y naturaleza.

UN PALACIO DE ARTE FIGURATIVO. Esplendor, belleza, buen gusto y organización. Estas son sólo algunas de las cualidades que presenta el MAT, a orillas del Río Luján. Cuenta con casi ciento sesenta obras que recorren el arte figurativo, desde Carlos Pellegrini, Juan León Pallière o Johan Moritz Rugendas, a contemporáneos como Guillermo Roux o Carlos Alonso. La colección completa, valuada en 2 millones de dólares, se divide en siete salas temáticas, cada una identificada con un color diferente. El propio edificio, de 2 mil metros cuadrados, cercado por un cuidado y extenso parque, tiene una rica historia que se remonta al año 1910, cuando funcionaba allí el Tigre Club, uno de los centros sociales y recreativos más destacados del país, frecuentado por grandes personajes de la aristocracia local, quienes hacían remo, practicaban squash o simplemente tomaban el té en el verano. En 1927, el edificio se transformó en un casino que funcionó hasta fines de 1930. Luego se cerró por una ordenanza de la ciudad de Buenos Aires, pasó por una gran cantidad de manos hasta que, en 1979, se designó monumento arquitectónico. A mediados de la década del ‘90, se empezó con la construcción del museo con fondos municipales. Las obras de refacción, que insumieron unos 9 millones de pesos, comenzaron en 1995, aunque recién en 2004 se compró el primer cuadro, Veleros iluminados, de Quinquela Martín, por el que pagaron 76 mil dólares. “Este proyecto surgió hace nueve años, cuando el intendente de Tigre, Ricardo Ubieto, comenzó a trabajar con la recuperación y restauración del edificio. Está bien que esto no se haya transformado en un shopping, como suele pasar con estos edificios”, cuenta Mónica López Durso, directora del MAT. En algunos salones se ven grupos de jóvenes –la mayoría de ellos estudiantes de museología e historia del arte–, con sus uniformes verdes: son guías del museo y también mediadores. Setenta y seis personas que están disponibles para los visitantes. “Los mediadores están en reemplazo del típico guardia de sala que suele estar sentado, mascando chicle y leyendo el diario. Ellos, en cambio, están especializados en un sala y preparados para responder preguntas”, concluye la directora.

Homenajearon a Tato, el creador del humor político en televisión

28/04/11 Tato Bores hubiese cumplido ayer 86 años. Lo recordaron familiares y amigos.


El inolvidable Tato Bores hubiese cumplido ayer 86 años. Se murió hace una década y media pero su ausencia es sólo física. Su imagen, su humor inteligente y crítico, todavía flotan por la atmósfera argentina. Mauricio Rajmín Borensztein (Buenos Aires 1925-1996), tal su nombre verdadero, fue homenajeado una vez más ayer, con motivo del aniversario de su nacimiento, con el recuerdo de sus compañeros de trabajo y amigos más cercanos. Organizado por el Foro Judeo Argentino (FORJAR), el homenaje se llevó a cabo en la sede porteña de la Asociación Cristiana de Jóvenes, de la cual Borensztein era socio, aunque, como contó ayer el secretario de la entidad, Norberto Rodríguez, “la actividad física no era su fuerte”.

Ante la presencia de unas 60 personas, unidas por el recuerdo respetuoso y afectivo a este gran capo cómico, se proyectó un compilado de sketchs de varios momentos de su carrera, que hicieron reír y emocionar a los presentes, sobre todo uno, en que aparecía con el Negro Olmedo y Javier Portales. También estuvo su biógrafo, el periodista Carlos Ulanovsky, y algunos de sus amigos lo recordaron sobre el escenario.

Jorge Schussheim, músico, escritor, humorista, publicitario, pero además guionista de los monólogos de Tato lo recordó como un hombre generoso. “Siempre tuvo una generosidad extrema. Además era valiente. Un tipo imprescindible para los argentinos y para sus amigos”, comentó, emocionado, y proyectó públicamente que, de vivir, ayer hubiesen estado festejando su cumpleaños “comiendo quesos y tallarines, con amigos como Jacobo Timerman, Magdalena Ruiz Guiñazú, Daniel Rabinovich. Lo extraño muchísimo”.

“Yo leo los titulares de los diarios y cuento las noticias en el escenario agregándoles un comentario jocoso”, dijo Tato en 1963. Del humor político de Bores habló Santiago Varela, arquitecto, documentalista y uno de los libretistas de Tato en su último período. “Buscaba el sentido común de las cosas, era un tipo creíble e inspiraba confianza en su público. Decía lo que todo el mundo sabía pero de otra forma. Su personaje tenía muy claro qué Argentina quería y, un poco, esas cosas se están dando ahora”.

Tato Bores, monologo 2000 (Parte 1)

Tato Bores, monologo 2000 (Parte 2)