jueves, 28 de abril de 2011

Tigre cultural

El Tigre ha sido desde siempre el lugar ideal para hacerse una escapada de fin de semana. Pero, a esta ya tradicional oferta, se le suma una nueva movida: en los últimos meses dos nuevos museos abrieron sus puertas. Se trata del Museo de Arte en el Delta Argentino (MADA) y el Museo de Arte de Tigre (MAT).

El palacio del MAT de 1910, cuando el Tigre Club era uno de los centros sociales más destacados del país.
Quién no ha tenido oportunidad de ir al Mercado de Frutos, un sitio ideal para conseguir muebles de pino, mimbre, artesanías, plantas y frutas, tan clásicos como un paseo en lancha por el Delta. En este verdadero oasis, ubicado a 30 kilómetros de la Capital, las atracciones no sólo están al aire libre. Con la apertura del Museo de Arte en el Delta Argentino (MADA) y el Museo de Arte de Tigre (MAT), la zona renovó su capacidad de convocatoria.

Arte domestico. El MADA es, sin dudas, un museo distinto en todos sus aspectos. Creado por el artista y arquitecto Miguel Alfredo D’Arienzo, está ubicado en la localidad de Tigre, a orillas del río Luján. Para acceder, hay que embarcar en una lancha y recorrer un tramo que no lleva más de cinco minutos. El lugar está integrado por la vivienda del artista y tres módulos “naves” de hierro y chapa, conectados entre sí por puentes y rampas, en los que se aprecian instalaciones, telones y pinturas del artista. El recorrido comienza desde el muelle hasta la vivienda principal. En el jardín que la rodea se aprecian esculturas que anticipan el uso de materiales reciclables y objetos ensamblados, como maderas, troncos y hierros. La vivienda está incorporada a la visita: allí se observan las pinturas de gran formato y los telones del artista, junto con las instalaciones integradas al ámbito de la vida doméstica. “La idea fue tomar una vivienda típica del tigre y hacerla un museo para mostrar mis obras dentro de un ámbito doméstico. Este es el único museo de pinturas dentro del área de las islas. Mi expectativa es que se genere un circuito turístico en el lugar y se vayan creando otros espacios de arte”, cuenta D’Arienzo desde el comedor de su casa, adornado, por supuesto, por cuadros suyos. Más allá, en otro cuarto, funciona su oficina. Allí se exhiben trabajos ya expuestos en el Centro Cultural Recoleta y en el Palais de Glace. Yendo al museo propiamente dicho, está la Nave 1, que constituye la Sala de Exposición Permanente con la instalación de Los Cartonautas, una obra –hecha toda de cartón– con una fuerte influencia de los primeros cartoneros que aparecieron luego de la crisis de 2001. La Nave 2, la Sala de Arte Infantil, exhibe pinturas de mediano formato del autor. En un galpón, se encuentra otra obra de alto contenido social. “Se va a llamar La manifestación Náutica”, adelanta D’Arienzo, quien se inspiró en las continuas reuniones que tienen los isleros para promover la no contaminación del río. Una rampa conduce a la casa de huéspedes, donde se exhiben obras de pequeño formato del dueño de casa y de otros colegas. Algo que llama la atención del MADA es el colorido conjunto arquitectónico enmarcado por barcos, astilleros y guarderías náuticas. Los barcos cargueros, petroleros y areneros, anclados frente al lugar, son parte de un paisaje que se confunde con los colores y las texturas del museo. “La idea es que estos barcos jueguen con los colores de la casa, que está hecha con elementos de arquitectura industrial”, cuenta D’Arienzo. Uno de los principales objetivos del artista es darle la oportunidad a los más chicos para que se relacionen con el arte. Por eso invita a niños, jóvenes y docentes de instituciones educativas a participar de esta experiencia de arte y naturaleza.

UN PALACIO DE ARTE FIGURATIVO. Esplendor, belleza, buen gusto y organización. Estas son sólo algunas de las cualidades que presenta el MAT, a orillas del Río Luján. Cuenta con casi ciento sesenta obras que recorren el arte figurativo, desde Carlos Pellegrini, Juan León Pallière o Johan Moritz Rugendas, a contemporáneos como Guillermo Roux o Carlos Alonso. La colección completa, valuada en 2 millones de dólares, se divide en siete salas temáticas, cada una identificada con un color diferente. El propio edificio, de 2 mil metros cuadrados, cercado por un cuidado y extenso parque, tiene una rica historia que se remonta al año 1910, cuando funcionaba allí el Tigre Club, uno de los centros sociales y recreativos más destacados del país, frecuentado por grandes personajes de la aristocracia local, quienes hacían remo, practicaban squash o simplemente tomaban el té en el verano. En 1927, el edificio se transformó en un casino que funcionó hasta fines de 1930. Luego se cerró por una ordenanza de la ciudad de Buenos Aires, pasó por una gran cantidad de manos hasta que, en 1979, se designó monumento arquitectónico. A mediados de la década del ‘90, se empezó con la construcción del museo con fondos municipales. Las obras de refacción, que insumieron unos 9 millones de pesos, comenzaron en 1995, aunque recién en 2004 se compró el primer cuadro, Veleros iluminados, de Quinquela Martín, por el que pagaron 76 mil dólares. “Este proyecto surgió hace nueve años, cuando el intendente de Tigre, Ricardo Ubieto, comenzó a trabajar con la recuperación y restauración del edificio. Está bien que esto no se haya transformado en un shopping, como suele pasar con estos edificios”, cuenta Mónica López Durso, directora del MAT. En algunos salones se ven grupos de jóvenes –la mayoría de ellos estudiantes de museología e historia del arte–, con sus uniformes verdes: son guías del museo y también mediadores. Setenta y seis personas que están disponibles para los visitantes. “Los mediadores están en reemplazo del típico guardia de sala que suele estar sentado, mascando chicle y leyendo el diario. Ellos, en cambio, están especializados en un sala y preparados para responder preguntas”, concluye la directora.

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