miércoles, 1 de febrero de 2012

ZOO de Bs As

Visita guiada al Zoo de Bs. As. organizada por Ente de Turismo de la Ciudad de Buenos Aires.
16 de febrero, 10.30 hs. Entrada gratis.
Visita al Patrimonio Arquitectónico y escultórico del Zoológico. Se suspenden por lluvia.
Solo con reserva previa al e-mail: visitasguiadas_entur@buenosaires.gob.ar



Palacio Barolo, Otto Wulf y el Castillo de La Boca

Esas misteriosas torres que guarda la Ciudad.

Detrás de cada edificio suele haber una historia. Algunas pueden ser de lo más comunes; otras, apasionantes. Tanto que pueden disparar y echar a correr las más variadas y extrañas leyendas y mitos urbanos.
Sobre el Palacio Barolo se ha especulado mucho. Cuentan que esta obra maestra que se erigió en la Avenida de Mayo a principios del siglo pasado, mediante una excepción a los reglamentos que le permitió llegar a los casi 100 metros de altura, fue construida como un posible mausoleo para Dante Alighieri. Tal es así que dicen que está inspirado en su Divina Comedia. Creer o reventar. Vale la pena darse una vuelta por este primer rascacielos porteño diseñado por el arquitecto italiano Mario Palanti. La planta del edificio responde a la sección áurea y al número de oro. El alzado del edificio está compuesto por un basamento, un desarrollo y un remate en correlato con la estructura del poema: el Infierno, el Purgatorio y el Cielo. También los 22 metros que tiene coinciden con las 22 estrofas del poema. Y los 100 metros de largo del pasaje, que conecta una calle con otra, aluden a los 100 cantos de este clásico de la literatura.
Si uno entra al monumental espacio central, están en latín muchas estrofas de los versos. Y si miramos a la cúpula también podemos ver la figura del Dante y su amada Beatrice. Más allá de las huellas de la Divina Comedia que dejó Palanti en el Barolo, lo cierto es que su autor era un fascista convencido, con aspiraciones megalómanas. Y que su fantasía fue crear junto al Palacio Salvo, otro edificio con características similares que construyó en Montevideo, dos faros que iluminen y que marquen el portal de acceso del Río de la Plata.
Otra historia curiosa es la que le atribuyen al edificio Otto Wulf, en la esquina de Perú y la avenida Belgrano en el barrio de Monserrat. En el mismo enclave, donde hace poco anunciaron –no sin previa polémica– que instalarán una cafetería de la cadena Starbucks. Esta mole pétrea tiene en su piano nobile una serie de gigantes que parecieran sostener el cuerpo del edificio. Pero lo más curioso y significativo es su remate en dos cúpulas yuxtapuestas. La leyenda cuenta que su dueño fue don Nicolás Mihanovich, cónsul del Imperio Austrohúngaro, y que allí funcionó su delegación hasta 1918. En esta línea, las dos cúpulas representan al Kaiser Francisco José I, la más alta, coronada con un sol; y la otra, que tiene una corona y una luna que perdió, es la Emperatriz Isabel de Possenhofen, Reina de Baviera, Austria.
Sin embargo la arquitecta e historiadora Alejandra De Marco nunca se creyó el cuento. ¿Por qué entonces se llama Otto Wulf? De su investigación surgió que el nombre pertenecía al dueño real, un comerciante acaudalado de Hamburgo que se hizo millonario en la Argentina vendiendo durmientes de ferrocarril y, como hacían mucho los de su clase, lo reinvertían en ladrillos.
Otro condimento se le agrega a esta historia, ahora que está en debate qué se debe preservar y qué no. Para hacer este fantástico edificio, su arquitecto, el danés Morten F. Rönnow, se tuvo que cargar la famosa Casa de la Virreina Vieja, lugar donde vivió la esposa del Virrey del Pino. Fue una de las mejores casas que tenía la Ciudad de Buenos Aires y uno de los últimos ejemplos de arquitectura civil del siglo XVIII. Su gran novedad residía en que no tenía techo de tejas coloniales, sino que tenía azotea plana.
Más doméstica es la leyenda que circula sobre el Castillo de La Boca, en las intersecciones de la avenida Almirante Brown y las calles Wenceslao Villafañe y Benito Pérez Galdós. Los vecinos aseguran que el fantasma de la torre sigue paseándose por las habitaciones del edificio construido para María Luisa Auvert Aur- naud, una poderosa estanciera que lo habitó a principios del siglo pasado y luego lo dedicó a la renta. Resulta que Clementina, una bella pintora muy querida en el barrio, tenía su atelier en la curiosa torre proyectada por el arquitecto catalán Guillermo Alvarez; pero un día, misteriosamente, desapareció. Algunos dicen que se suicidó; otros, que fue empujada por unos duendes desde lo alto de la torre. Y quienes se inclinan por un final menos novelesco, aseguran que terminó sus días en un geriátrico. Lo cierto es que Enrique Cáceres, uno de sus actuales habitantes, asegura que suelen suceder cosas raras, hay cosas que desaparecen, otras sorpresivamente cambian de lugar. No obstante, afirma con una inquietante sonrisa, conviven lo más bien con los fantasmas y los duendes.

La milonga más antigua del mundo

El club que conoció épocas de esplendor y desafía olvidos y vendavales alberga
una historia mítica que cumple 90 años. No hay milonguero de ley que no haya brillado
en la pista de damero del Sin Rumbo.


LUGAR DE BUEN BAILAR. El Club Sin Rumbo, en Villa Urquiza, mantiene el prestigio a pesar de sus 90 años.

Cuenta la leyenda que una tarde de 1919, en las tribunas del Hipódromo, la suerte le guiñó
el ojo a un grupo de jóvenes. Los muchachos se hicieron de unos buenos pesos y los invirtieron
en un terreno en La Siberia para construir allí un pequeño club al que, agradecidos, decidieron
bautizar con el nombre del caballo que había traído fortuna: Sin Rumbo. Así surgió la que es,
dicen, la milonga más antigua del mundo.

Julio Dupláa nació en en barrio y gastó sus primeros zapatos en el Sin Rumbo. Hoy, Varias décadas más tarde. se ha transformado en el anfitrión de los bailes que organiza el club, una posta de honor en la que ha sido predecido entre otros por su propio padre. "Esta zona estaba toda despoblada - cuenta Dupláa - desde acá se podía ver las cancha de Chacarita, en San Martín; esto era realmente el arrabal. Después vino la fábrica Graffa y el barrio empezó a moverse. La fábrica largaba por las chimeneas un polvillo de la lana, por eso a esta parte de Urquiza le decían La Siberia, porque parecía que caía nieve".

Ubicado en la calle Guayra - actual Tamburini -, allí donde Villa Urquiza se recuesta sobre la avenida General Paz, el Club Sin Rumbo ha desafiado todo tipo de olvidos y vendavales. Su presencia atravesó la historia del barrio dando albergue a tres de las pasiones más caras al acervo cultural porteño: tango, boxeo y escolaso. El club fue creciendo al calor de la trilogía: primero se consiguió techarlo, luego emparejar el suelo y más tarde se pudo hacer un primer piso. "Al principio estaba el ring en el fondo y se bailaba en el mismo salón - dice Dupláa - a la tarde funcionaba como gimnasio de box y a la noche se daban bailes. Después del boxeo se mudó al primer piso, donde también se hizo teatro para ciento cincuenta personas". El club conoció el esplendor en épocas de bailes de orquesta que dejaban gente afuera; también supo de momentos amargos, cuando debió cerrar sus puertas por no poder pagar los impuestos.

Quienes hoy se acercan al tnago, a poco de andar en él se topan con la mítica fama del Sin Rumbo. Detrás del sobresalto metafísisco que provoca el nombre se esconde un pasado de leyendas y aventuras. "La historia cuenta que acá venían a probarse los grandes milongueros - dice Dupláa . De a poco se armó la fama de que se bailaba bien en el Sin Rumbo y por eso se llenaba, y eso que Villa Urquiza era el fin del mundo. Era un lugar de prestigio pero también de vanguardia." No hay milonguero de ley que no haya bailado en la pista de damero del Sin Rumbo, por allí pasaron todos aquellos que delinearon el tango que conocemos hoy en día.
Por cierto, salir al ruedo en ese damero no era para cualquiera: "Era medio difícil bailar acá. Una vez Olivetto, que era el que organizaba, paró e ela puerta a uno que pispeaba para entrar y le preguntó si bailaba. Más o menos, contestó el tipo. Entonces no saque entrada, le dijo; acá los que bailan más o menos no entran".

El club Sin Rumbo cumlió 90 años y luce tan coqueto y jovial que hasta tiene sitio web.
Conserva su merecida fama de "lugar de buen bailar" pero se han sosegado los egos de otras épocas y es hoy un ámbito familiar que recibe cálidamente a visitantes y habitués. Julio Dupláa, mentor de la declaración de Villa Urquiza como "Capital del Tango Bailado", expresa el anhelo de que haya muchos Sin Rumbo: "Yo estoy en una lucha para que el tango vuelva a los barrios. Hay un montón de clubes que eran emblemas del tango donde ahora solo hay un par de jovatos jugando al dominó. Hay que rescatarlos, el tango necesita volver a los barrios."

Semana tras semana, créditos locales y milongueros de todo el mundo se juntan en Constituyentes al fondo para bailar en el Sin Rumbo, acaso intuyendo que en los barrios el tango es un poco más tango.