viernes, 29 de abril de 2011

La bibliópolis oculta

En Buenos Aires, librerías consagradas a volúmenes antiguos o raros y libreros apasionados dan testimonio del amor que despierta el libro como objeto de colección.


Por Maximiliano Gregorio-Cernadas
Para LA NACION

La bibliópolis oculta

La bibliofilia, el amor por el libro como objeto de colección, tuvo su auge en Buenos Aires entre los siglos XIX y XX, merced al interés de una elite ilustrada que adquirió en Europa bibliotecas enteras y formó colecciones notables (Arata, Cárcano, Bunge, Gallardo, Llobet, Zorraquín Becú, Vogelius, Mayer). Muestra de ello son los 40.000 ejemplares reunidos por Jorge M. Furt, que se conservan en la estancia Los Talas, a unos 20 kilómetros de Luján. O los 60.000 títulos de la colección Quesada, hoy en Berlín. Un glorioso pasado que alcanzó su cenit a mediados del siglo XX.

Aquella "bibliópolis" de rango mundial (según Rubén Darío y Paul Groussac), famosa por sus escritores, editores, libreros y bibliófilos, mantiene su crédito como la plaza del libro antiguo más importante de Latinoamérica. Mario Vargas Llosa ha dicho que una de las razones por las que le gustaría vivir un tiempo en Buenos Aires son sus librerías. La Asociación de Libreros Anticuarios de la Argentina (Alada), fundada en los años 50, reúne a cincuenta libreros. Su presidente, Alberto Casares, afirma que la asociación, que desde 2004 organiza la Feria del Libro Antiguo de Buenos Aires -única en el continente y must de la agenda porteña-, vive su mejor momento.

Librerías, libreros y bibliófilos
Una minoría sofisticada de librerías anticuarias ofrece libros antiguos (previos a los siglos XVIII o XIX) y de lujo. La mayoría, en cambio, se ocupa de libros raros, agotados, de colección, decorativos o preciosos, que atraviesan cronologías. Luego están las librerías de viejo, ocasión o lance, con libros descatalogados o usados. En rigor, la mayoría cuenta con un poco de todo y se define por lo que predomina. A los libros se suele sumar una vasta iconografía antigua en soporte papel (mapas, fotos, documentos, etcétera).
Las temáticas comunes son argentinas e hispanoamericanas y las especiales, fotografía (Poema 20); correos, gráfica, tabú (El Faro del Fin del Mundo); alemán, latín (Henschel); franceses ilustrados (Víctor Aizenman, El Incunable); idiomas (Glyptodon); teatro (Ávila; La Teatral); derecho (Platero). El gusto del coleccionismo fue nacional y americanista (siglo XIX), europeizante (inicios del XX), nacional (XX) y desde el año 2000 parece inclinarse por las vanguardias literarias.

En los fascinantes locales de estos libreros se accede a otros tiempos y espacios: atmósferas londinenses (Antique, Poema 20, Casares), gabinetes nobles del siglo XVIII (Aizenman), escenografías históricas (Ávila, donde en 1785 funcionó la primera librería del país). Algunos locales se ubican en sótanos (El Incunable, Cueva Libros, Platero), trastiendas (Fernández Blanco, Glyptodon), departamentos (Henschel), edificios históricos (El Faro), galerías (Pampeana, Lord Byron, Mireya), hogares (Manos Artesanas; Del Plata) y laberintos (Huemul).

Los buenos libreros apuestan al vínculo personal con sus clientes ("No vendo a quien no veo", confiesa Llobet), asesorando, cuidando el trato y ofreciendo servicios como catalogar y reparar libros, permutar o canjearlos. Organizan lecturas con café y hasta "chocolates de los jueves" para atraer viudas. Al cabo, el librero es un bibliófilo al que le cuesta deshacerse de sus mejores libros. Sosa y Lara, de Lord Byron, define su oficio como "un ida y vuelta entre un cliente especializado y un librero que se nutre de ese conocimiento y lo devuelve".

"El librero es un psicólogo -explica Gustavo Breitfeld, que tiene ambos títulos- y esto es como un vicio, una droga, la adrenalina del buscador de tesoros. El psicoanálisis trata de descubrir en el inconsciente lo reprimido, mientras que en el libro busco lo que no me dice para ponerlo en valor."

Entre libreros y compradores, el médium es el catálogo, libro sobre libros, quintaesencia de la bibliofilia, motivo de coleccionismo y fuente de criterios para valorar un ejemplar. Esos criterios son múltiples: la proyección cultural de la obra, la edición (pirata, príncipe, revisada, rara, numerada); el estado del libro (lomo fatigado, tiros de polilla; los cantos desparejos revelan agregados y el olor a goma, restauraciones); la estética (encuadernación lujosa o firmada, medio marroquí o florones en el tejuelo, ilustraciones, papel, tipología); partes (hojas de respeto, guarda, pestaña); provenance y marginalia ; la demanda y existencia; si figura en bibliografías (Suárez, Palau).

"El que compra con pasión hace negocio", explica Breitfeld. Casares, por su parte, agrega que eso requiere "intuición, buen gusto, mirada abarcadora y rápida, olfato, sensualidad en la mano, paciencia y saber escuchar a dos grandes maestros: el libro que nos habla y el cliente que nos enseña su especialidad". No obstante, pese a tener tantas cosas en común, señala Ana María Lacueva, "jamás nos pondríamos de acuerdo sobre un precio".

El rematador que vendía libros antiguos entre vajillas y carruajes (Bullrich ha sido pionero en esto) cuenta hoy con especialistas en tasar y catalogar ejemplares únicos que subastan ante agentes de grandes coleccionistas locales (Porcel y Blaquier) y extranjeros.

La fama hosca de los libreros se desmiente con la cohesión de Alada. El prejuicio de métier masculino cede ante la abundancia de damas libreras como Elena Padin Olinik, de Helena de Buenos Aires, rematadoras (María Saráchaga), coleccionistas (Larguía), encuadernadoras y artistas de ex libris. Los bibliófilos, por su parte, revelan su espiritualidad (Navia define su pasión "como un pianissimo de Rubinstein") y sociabilidad. Un centenar se reúne en la prestigiosa Sociedad de Bibliófilos Argentinos (1928), explica Padorno, su vicepresidente. Renacen las tertulias, las donaciones en vida y la idea de que "los particulares prolongan la vida del libro antiguo mejor que una biblioteca, pues le dan más cariño y cuidado" (Aquilanti). A la leyenda de un duelo atávico entre codiciosos libreros y pícaros bibliófilos, Almeida responde: "Todos amamos los libros y estamos del mismo lado".

Artesanías y cuidados
Los restauradores y encuadernadores son los artistas del libro. Algunas librerías, por ejemplo Antique, tienen los propios (Carlos Guerrero), aunque la mayoría es independiente, como la multipremiada María Sol Rébora; Andrés Casares, que aprendió técnicas secretas de maestros franceses; o Graciela de la Guardia, dama de vasta cultura, formada en Japón y Francia, con lista de espera mundial y un taller encantador. La encuadernación puede ser una obra de arte, firmada y coleccionable, pero no siempre beneficiosa. Antes se estilaba encuadernar todo a la francesa (agregando tapas y guillotinando hojas), arruinando ediciones originales. Hoy se prefiere respetar lo que el libro trae, dejar primeras ediciones en rústica y en rama (sin abrir), y encuadernar lo previo al siglo XVIII con pergamino y rama abierta (borde desparejo), aunque, observa Aizenman,"hay cierto fetichismo en nunca encuadernar; la encuadernación puede alterar o jerarquizar el libro".

Un socio fiel del libro antiguo es el ex libris ("Este libro es de", en latín), viñeta con emblema y leyenda alusivas al coleccionista o su tema. La grabadora Eva Farji, interesada en sus alegorías, refiere su origen noble y heráldico, que se remonta al Renacimiento, y su etapa burguesa, profesional y artística, con el auge del libro y el diseño, a fines del siglo XIX. A principios del XX, los amigos de los ex libris comenzaron a reunirse. En nuestro país, María Magdalena Otamendi de Olaciregui (cuya colección se conserva en la Biblioteca Nacional) fundó la Asociación Argentina de Ex Libristas. El ex libris atrajo a artistas como Norah Borges y Pío Collivadino. Hoy tiene estupendos artistas (Grupo de Amigos del Ex Libris/Gadel, Luis Mc Garrell Gallo) que crean por encargo (¡Carlos Menem se hizo uno!) y fieles coleccionistas (Vast y Dellepianne Cálcena).

La fragilidad del libro exige recaudos. Contra el polvo aconsejan leerlo (se airea solo), guardarlo en bibliotecas Thompson o cajas, y para curarlo de plagas (dermétidos, xilófagos o "taladros" y gorgojos), envolverlo con celofán en el freezer o agregarle cantos dorados que ahuyentan insectos además de adornar. Conviene cuidarlo de la humedad, sol, calor, animales y fumadores, exhibirlo y catalogarlo desde los 3000 ejemplares, cuando falla la memoria y se puede soñar con dar nombre a la colección.

El futuro de los libros del pasado
El libro antiguo circula entre decesos, divorcios, viajes, apremios, donaciones, estancias, porteros asociados a libreros o cartoneros que los liquidan como papel. "Se tiran millones", dice López Medus. "Veinticinco años después de haber prestado un libro, lo reencontré en una librería de usados", cuenta Vega Andersen.
El futuro del libro antiguo reniega de sus clichés. Si bien cierran librerías (L'Amateur), son más las que abren (La Teatral, El Vellocino de Oro, Gotcha's Books, Los Siete Pilares), en un proceso de renovación generacional, cambio de perfil profesional y sofisticación de la plaza, con jóvenes libreros y perspectivas modernas (Sirinian, Breitfeld, Koch, Aquilanti, Lüchter Bunge). Cada vez más especializados y menos diletantes, parece no obstante inmortal la imagen del librero bohemio, "devoto del libro como fenómeno en la vida del hombre y del sentido misional de una librería", acota Llobet.

De a poco, el libro antiguo vuelve a interesar a la dirigencia, se reconoce su aporte al acervo cultural y su falso elitismo. "Un ejemplar interesante cuesta igual que un par de zapatillas", afirma Fullone, de la Librería Del Plata. Basta escoger un buen tema, dejarse asesorar y adquirir poco y bueno.

Los stocks libreros (el mayor es el de Fernández Blanco, con más de 200.000 ejemplares), los tesoros públicos y las colecciones privadas demuestran que queda mucho en Buenos Aires. Los extranjeros no se han llevado todo; los libros tienen su destino (dijo el poeta Horacio), que es circular, yendo y viniendo del exterior, pues también los argentinos adquieren afuera. Un mundo integrado -dicen- promueve este circuito del cual nuestra ciudad forma parte vendiendo, comprando, visitando ferias, actualizándose e integrando organizaciones internacionales, como Breitfeld, Aizenman y García Cambeiro.

También los remates, Internet y el Estado expanden el sistema: la Biblioteca Nacional adquiere y cuida donaciones, el Gobierno porteño promueve librerías de valor patrimonial, la Feria del Libro Antiguo y, este año, las actividades derivadas del nombramiento de Buenos Aires como Capital Mundial del Libro (Unesco).

Pero ¿qué explica el placer del bibliófilo ante el vértigo de saber que no bastará su vida para leer lo que posee? Acaso lo mismo que aqueja a todos los hombres: la conciencia de la finitud y el anhelo de asirse a un objeto que supere el tiempo, pues los hombres pasan, los libros quedan y en esa inmortalidad radica, según Llobet, "la fuerza invencible del libro antiguo".

Si los libros, como afirma Whipple, son "faros erigidos en el vasto mar del tiempo", Buenos Aires es una costa resplandeciente para cualquier náufrago existencial.

EXQUISITOS, EFICACES Y LEGENDARIOS
Casi tan variados como los volúmenes que se agolpan en sus estanterías son los perfiles de los libreros. Los hay exquisitos (Aizenman, Diran Sirinian), eficaces (Lacueva, Casares, los Breitfeld), conversadores (López Medus, Miguel Ávila), tradicionales (Mireya Pardo, Rodolfo Luchter Bunge, Lucio Aquilanti). No faltan ni el apostólico (Jorge Llobet), ni el legendario (Antonio Rago), ni el detectivesco (Roberto Di Giorgio), ni el cordial (Raúl Almeida), ni el sistemático (Vega Andersen). Pero, en cualquier caso, como señala Alberto Casares, "el ideal reúne cualidades de bibliófilo (colecciona), bibliotecario (cataloga), estudioso (trabaja el material) y comerciante (compra y vende)"

BUSCADORES DE PERLAS
Entre "el refinado sensualismo intelectual y las múltiples emociones que proporcionan al espíritu las andanzas en pos de los libros" (Buonocore), circulan compradores por metro (decoran bibliotecas y lámparas), deportistas (pescan ocasiones), fetichistas (los dejan intonsos), profanos (buscan " El principito de Maquiavelo"), estetas (gozan con el tacto del pergamino y el perfume del cuero), excéntricos (adquieren ejemplares del mismo título para cada hijo), desesperados (esconden lo que no pueden adquirir) y bibliófilos consumados, como Eduardo Sadous, que, cual cazadores, relatan sus hazañas, muestran sus trofeos y sueñan con la suerte de quien en 1910 adquirió una Biblia de Gutenberg por 80 pesos en Lavalle y la vendió por una fortuna al Museo Británico.

BIBLIOFILOS Y FAMILIAS
La bibliofilia es una manía menor que, sin recaudos, puede conducir a perversiones como el fetichismo, la cleptomanía y la bibliopatía, y convertirse en "agente de mortificación familiar", dice Guillermo Gasió. Están quienes comprometen las finanzas (ocultan sus compras o se privan de comer), el espacio (algunos requieren departamentos enteros para sus bibliotecas), la higiene del hogar o la atención de las señoras. Circulan anécdotas escalofriantes sobre vengativas viudas que venden bibliotecas "con los pétalos de las flores del velorio todavía en el piso" y "falsas viudas" que liquidan libros de un supuesto "difunto" infiel. "El libro es la peor amante pues junta tierra y bichos, es caro, ocupa lugar y roba el tiempo de los maridos", concluye Ávila.

DIRECCIONES DE LIBRERIAS ANTICUARIAS

Víctor Aizenman
Las Heras 2153 PB "A"

The Antique Book Shop:
Libertad 1236

Alberto Casares:
Suipacha 521

Librería Fernández Blanco:
Tucumán 712

Poema 20:
Esmeralda 869

El Incunable:
Montevideo 1519

Librería Platero:
Talcahuano 485

El Faro del Fin del Mundo:
Galería Libertad, Libertad 1240

La Librería de Avila:
Alsina 500

Librería-Editorial Histórica Emilio J. Perrot:
Azcuénaga 1846

Manos Artesanas:
Uruguay 1368

El Glyptodón:
Ayacucho 734

Librería del Plata:
Guido 1927 PB "A"

Henschel:
Reconquista 533 1° "C"

Pampeana y Lord Byron:
Galería Las Victorias, Libertad 948

Mireya y otras librerías:
Galería Buenos Aires, Florida 835

Huemul:
Avenida Santa Fe 2237

Tupy:
Paraguay 1268

Graciela de la Guardia
(restauradora y encuadernadora):
Montevideo 1621 PB "A"

Grupo de Artistas de Ex Libris:
http://www.gadelargentina.blogspot.com/

jueves, 28 de abril de 2011

De las Artes

Parecen centros culturales, clubes de barrio con actividades múltiples o un moderno restó. Y son todo eso junto: bares y restaurantes con una carta de platos y bebidas tan completa como su agenda de cursos, talleres y ciclos de cine y teatro. Un hallazgo. Una tendencia.


El camarín de las musas
Un salón cool y un plan de actividades súper completo, que incluye cursos de comedia musical.
Viernes, siete de la tarde. Una pareja disfruta de un café con tortas mientras mira un folleto para saber qué película proyectarán en el ciclo de cine. Al lado, cuatro chicas se saludan apuradas, porque llegan tarde a la clase de danza contemporánea. Casi al mismo tiempo termina el taller literario y un grupo de hombres y mujeres se queda a conversar después de clase. Piden un vino, conversan y deciden qué obra de teatro van a ver después de cenar.
 
Escenas como estas se pueden ver a diario en El Camarín de las Musas, Tadrón y Antesala, tres bares-restaurantes diferentes pero con algo en común… Los tres son más que bares y restaurantes y coinciden en su original propuesta: en un mismo espacio ofrecen almorzar o cenar y además realizar varias actividades culturales: talleres, cursos, ciclos de cine y de teatro. Todo en un ambiente que mezcla el estilo de un club de barrio con el espíritu de un centro cultural y el de un moderno restó.
 
Tadrón. "Abrimos en 1996 como centro cultural, pero en 2002 decidimos ampliarnos y abrir un bar-restaurante. La respuesta de la gente fue muy buena. Notamos que las actividades de la sala se potencian mucho con la confitería", comenta Tro Jensezian, encargado del lugar. Ambientado con un estilo oriental, este "teatro-bar-taller-arte", tal como lo definen sus dueños, tiene una variada oferta cultural y una propuesta gastronómica basada en la cocina armenia. Una de sus especialidades es la picada oriental con pasta de berenjenas, garbanzos, morrones con nueces y yogur colado con menta seca ($ 15). Los martes y viernes hay especialistas que leen la borra del café. En el lugar se dan clases de actuación y de danza árabe, se proyectan y analizan cortometrajes y se presenta el unipersonal Ararat y yo. También se dictan cursos de fileteado porteño, de italiano para principiantes, de dibujo y pintura decorativa. Abre de martes a domingos a partir de las 14. En Niceto Vega 4802, Cap. Tel.: 4777-7 976.
 
Un nuevo lugar en Palermo, para comer "cosas ricas" y con una variada agenda de obras teatrales.
 
 
Antesala. Abrió hace sólo tres meses y ya se convirtió en una de las alternativas para quienes buscan un paseo diferente en Palermo. Ofrece una carta de platos que se caracteriza por su sencillez y calidad en el marco de una deco que combina elementos modernos con algunos toques clásicos. El brownie de dulce de leche y frutos rojos ($ 8) y el trago Calegian con canela, leche condensada, gin y ananá ($ 12) son muy recomendables. "Antesala apunta a un concepto integrado. Queremos que en un mismo ambiente la gente pueda comer algo rico y tenga algo interesante para ver", comenta Tomás Constantini, uno de sus dueños. En el lugar se pueden tomar clases de danza contemporánea, hay taller literario, ciclos de cine y un curso de meditación inspirado en Osho, además, María Soccas, Georgina Barbarrosa y José Luis Alfonso dictan clases de teatro. Los viernes, sábados y domingos se presentan dos obras de teatro: Copias, con Villanueva Cosse y Mariano Torre, y Pareja Abierta, co n Alejandra Copa y Juan Bianchi, dirigida por Oscar Ferrigno (hay descuentos para jubilados y estudiantes). Costa Rica 4968, Cap. Tel.: 4833-4200.
 
  Un "teatro-bar-taller-arte", según lo definen sus dueños, sobre la mesa ofrece buena cocina armenia.  
 
 
El camarín de las musas. Es uno de los lugares con una de las mayores ofertas culturales de la ciudad. Tiene casi dos mil metros cuadrados y está abierto todos los días desde las 9 de la mañana hasta las doce de la noche. Hay cursos para todos los gustos: clases de comedia musical, de teatro para mayores, de yoga para embarazadas y hasta Pilates. Hay diez tipos de danza diferentes para aprender entre las que se destacan la contemporánea, de improvisación, jazz, afro y griega, entre otras. Los viernes, sábados y domingos se presentan ocho obras de teatro independiente. También hay exposiciones de arte y talleres de psicoanálisis. "Es un lugar de reunión artístico, pensado para la gente que quiere algo más cuando sale a tomar algo, -explica Emilio Gutiérrez, dueño del lugar-. El fenómeno que se produce es increíble, porque cada una de las actividades potencia al resto. Los que vienen a comer se interesan por los cursos, los que salen del teatro se quedan a comer. Es un acercamien to al arte muy económico". En Mario Bravo 960, Cap. Tel.: 4862-0655.

El extraño mundo de Campanópolis

A sólo 30 minutos de la Capital, se erige como una ciudad soñada, proyectada y construida por un hombre llamado Antonio Campana. Levantada en los ’70 sobre un antiguo basural y realizada íntegramente con materiales antiguos y reciclados, llama la atención tanto por todo lo que se ve como por lo que todavía no se sabe de ella.

Un sueño...
Campanópolis ocupa 200 hectáreas. El nombre se lo dio el historiador Alfonso Corso, profesor de la Universidad de La Matanza. Campana, por el apellido de su creador, y polis, “ciudad” en griego.
Las edificaciones impactan a lo lejos, y el entorno no es menos impactante. Plazas, fuentes, lagos, ríos y flores que crean un ambiente de cuento. Las callejuelas empedradas guían a través de diferentes recovecos y escenarios que parecen vistos en un cuadro. Todo en Campanópolis fue confeccionado a la medida de la imaginación, la creatividad y el esfuerzo de Antonio Campana, quien un día decidió crear esta extraña y enigmática ciudad de 200 hectáreas y sin habitantes, ubicada a 31 kilómetros de la Capital, en la ruta 3 kilómetro 31, González Catán, La Matanza. 

Su historia comenzó en 1977 cuando Campana, empresario del sector comestible, compró el terreno. Lo primero que hizo fue obras de limpieza, relleno y mejoras en las cavas de una antigua tosquera que alguna vez se había usado como hornos de ladrillo. Pero, durante los seis años siguientes y hasta 1985, el CEAMSE (Coordinación Ecológica Area Metropolitana Sociedad del Estado) le expropió las tierras para utilizarlas como depósito de basura. Una vez que recuperó el terreno comenzó con su proyecto de construir “una aldea mágica” para crear una obra de arte de enorme tamaño.“En ese momento le encontraron a mi papá un tumor en la amígdala, pero salió todo bien y pudo continuar con el trabajo”, recuerda sumando algo más a la leyenda Oscar Campana (33), actualmente encargado del lugar, tomando la posta de Antonio, quien a los 77 años está sujeto a las condiciones que le permite un tratamiento intensivo contra la diabetes.


En el Museo de las Rejas hay rejas de hierro forjado, arañas colgantes, objetos antiguos y piezas de colección, cuyos orígenes datan del siglo XIX y principios del XX.

Una de las edificaciones mas bonitas del lugar
  
                                                              
Sin ser arquitecto y sin planos de por medio, Antonio empezó a levantar la ciudad como parte de un juego. ¿Por qué? “Ni él lo sabe –responde Oscar–. Creo que decidió volcar una obra de arte a tamaño gigante, y lo hizo movido por las ganas de no quedarse quieto frente a su enfermedad. Para él venir acá era como una descarga, se pasaba 14 horas por día trabajando”. Y aquellas cosas que para los otros resultaban inservibles, fueron claves para que él alcanzara su sueño. Antonio fue obteniendo todo tipo de elementos de desecho, los recicló y los reutilizó para construir su mundo aparte. Tras armar con cemento las vigas, empezó a levantar paredes con piedras que conseguía de la calle, hizo techos con puertas, pisos con tejas, o cumbreras de casas con patas de bancos de escuelas. “Mi viejo podía comprar desde 20 arañas usadas sin caireles hasta pedazos de balcones en una demolición. Fue haciendo un estilo ecléctico sin darse cuenta”, intenta explicar Oscar.

Como si le faltara algún componente mágico, esta ciudad esconde un pasado histórico. Según algunos historiadores, en la confluencia del arroyo Morales con el Río Matanza –precisamente donde nace Campanópolis– se realizó uno de los principales desembarcos de Pedro de Mendoza. Es allí mismo donde hoy se encuentra una reserva ecológica de 150 hectáreas con flora y fauna selvática que asombra. Como otro dato histórico, se apunta que es muy probable que los campos hayan sido parte de una propiedad de Juan Manuel de Rosas.

En Campanópolis se llevan a cabo diversas actividades: cumpleaños, casamientos (hay una capilla) y fiestas varias, además de excursiones programadas, y la riqueza de sus escenarios resulta una tentación para producciones de moda, comerciales y películas. En algún momento aquí fueron registradas las aperturas de Chiquititas y del programa de Susana Giménez. Pero a sus anfitriones no les gusta demasiado la sobreexposición de su aldea. “Hasta acá la gente llega por el boca a boca o por recomendaciones de gente amiga”, comenta Oscar, a quien resulta imposible sacarle un nombre de todas las “personas famosas del ambiente de la televisión, la música, el cine, el teatro y hasta de la política que se han dado una vuelta para conocer el lugar, o simplemente que vienen a sentarse a tomar un mate bajo un árbol”.

De la misma forma –y casi como para terminar de cerrar el círculo de misterio que engloba el lugar– él pide no ser parte de ninguna de las fotografías de este artículo, enfatizando su deseo de que se destaque sólo la obra de su padre. Para compensar tanto secreto, suelta una anécdota. “Hace unos años pasó (Eduardo) Duhalde con su helicóptero y bajó a ver de qué se trataba esto, y le gustó mucho –recuerda Oscar–. Hace poco pasó uno y no lo dejamos bajar... Al rato nos enteramos de que era el gobernador Felipe Solá. No lo podíamos creer”.
Campanópolis no está abierto al público. “Por el momento preferimos que sea a través de eventos organizados”, indica Oscar, quien también esgrime razones de acceso al lugar. O, mejor dicho, de inaccesibilidad. “Nuestra idea es poder abrir una calle para unir a La Matanza con Ezeiza en un trayecto más corto. Posiblemente para más adelante contratemos alguna empresa para explotarla turísticamente”.
 
Para contactarse: http://www.campanopolis.com/.

Tigre cultural

El Tigre ha sido desde siempre el lugar ideal para hacerse una escapada de fin de semana. Pero, a esta ya tradicional oferta, se le suma una nueva movida: en los últimos meses dos nuevos museos abrieron sus puertas. Se trata del Museo de Arte en el Delta Argentino (MADA) y el Museo de Arte de Tigre (MAT).

El palacio del MAT de 1910, cuando el Tigre Club era uno de los centros sociales más destacados del país.
Quién no ha tenido oportunidad de ir al Mercado de Frutos, un sitio ideal para conseguir muebles de pino, mimbre, artesanías, plantas y frutas, tan clásicos como un paseo en lancha por el Delta. En este verdadero oasis, ubicado a 30 kilómetros de la Capital, las atracciones no sólo están al aire libre. Con la apertura del Museo de Arte en el Delta Argentino (MADA) y el Museo de Arte de Tigre (MAT), la zona renovó su capacidad de convocatoria.

Arte domestico. El MADA es, sin dudas, un museo distinto en todos sus aspectos. Creado por el artista y arquitecto Miguel Alfredo D’Arienzo, está ubicado en la localidad de Tigre, a orillas del río Luján. Para acceder, hay que embarcar en una lancha y recorrer un tramo que no lleva más de cinco minutos. El lugar está integrado por la vivienda del artista y tres módulos “naves” de hierro y chapa, conectados entre sí por puentes y rampas, en los que se aprecian instalaciones, telones y pinturas del artista. El recorrido comienza desde el muelle hasta la vivienda principal. En el jardín que la rodea se aprecian esculturas que anticipan el uso de materiales reciclables y objetos ensamblados, como maderas, troncos y hierros. La vivienda está incorporada a la visita: allí se observan las pinturas de gran formato y los telones del artista, junto con las instalaciones integradas al ámbito de la vida doméstica. “La idea fue tomar una vivienda típica del tigre y hacerla un museo para mostrar mis obras dentro de un ámbito doméstico. Este es el único museo de pinturas dentro del área de las islas. Mi expectativa es que se genere un circuito turístico en el lugar y se vayan creando otros espacios de arte”, cuenta D’Arienzo desde el comedor de su casa, adornado, por supuesto, por cuadros suyos. Más allá, en otro cuarto, funciona su oficina. Allí se exhiben trabajos ya expuestos en el Centro Cultural Recoleta y en el Palais de Glace. Yendo al museo propiamente dicho, está la Nave 1, que constituye la Sala de Exposición Permanente con la instalación de Los Cartonautas, una obra –hecha toda de cartón– con una fuerte influencia de los primeros cartoneros que aparecieron luego de la crisis de 2001. La Nave 2, la Sala de Arte Infantil, exhibe pinturas de mediano formato del autor. En un galpón, se encuentra otra obra de alto contenido social. “Se va a llamar La manifestación Náutica”, adelanta D’Arienzo, quien se inspiró en las continuas reuniones que tienen los isleros para promover la no contaminación del río. Una rampa conduce a la casa de huéspedes, donde se exhiben obras de pequeño formato del dueño de casa y de otros colegas. Algo que llama la atención del MADA es el colorido conjunto arquitectónico enmarcado por barcos, astilleros y guarderías náuticas. Los barcos cargueros, petroleros y areneros, anclados frente al lugar, son parte de un paisaje que se confunde con los colores y las texturas del museo. “La idea es que estos barcos jueguen con los colores de la casa, que está hecha con elementos de arquitectura industrial”, cuenta D’Arienzo. Uno de los principales objetivos del artista es darle la oportunidad a los más chicos para que se relacionen con el arte. Por eso invita a niños, jóvenes y docentes de instituciones educativas a participar de esta experiencia de arte y naturaleza.

UN PALACIO DE ARTE FIGURATIVO. Esplendor, belleza, buen gusto y organización. Estas son sólo algunas de las cualidades que presenta el MAT, a orillas del Río Luján. Cuenta con casi ciento sesenta obras que recorren el arte figurativo, desde Carlos Pellegrini, Juan León Pallière o Johan Moritz Rugendas, a contemporáneos como Guillermo Roux o Carlos Alonso. La colección completa, valuada en 2 millones de dólares, se divide en siete salas temáticas, cada una identificada con un color diferente. El propio edificio, de 2 mil metros cuadrados, cercado por un cuidado y extenso parque, tiene una rica historia que se remonta al año 1910, cuando funcionaba allí el Tigre Club, uno de los centros sociales y recreativos más destacados del país, frecuentado por grandes personajes de la aristocracia local, quienes hacían remo, practicaban squash o simplemente tomaban el té en el verano. En 1927, el edificio se transformó en un casino que funcionó hasta fines de 1930. Luego se cerró por una ordenanza de la ciudad de Buenos Aires, pasó por una gran cantidad de manos hasta que, en 1979, se designó monumento arquitectónico. A mediados de la década del ‘90, se empezó con la construcción del museo con fondos municipales. Las obras de refacción, que insumieron unos 9 millones de pesos, comenzaron en 1995, aunque recién en 2004 se compró el primer cuadro, Veleros iluminados, de Quinquela Martín, por el que pagaron 76 mil dólares. “Este proyecto surgió hace nueve años, cuando el intendente de Tigre, Ricardo Ubieto, comenzó a trabajar con la recuperación y restauración del edificio. Está bien que esto no se haya transformado en un shopping, como suele pasar con estos edificios”, cuenta Mónica López Durso, directora del MAT. En algunos salones se ven grupos de jóvenes –la mayoría de ellos estudiantes de museología e historia del arte–, con sus uniformes verdes: son guías del museo y también mediadores. Setenta y seis personas que están disponibles para los visitantes. “Los mediadores están en reemplazo del típico guardia de sala que suele estar sentado, mascando chicle y leyendo el diario. Ellos, en cambio, están especializados en un sala y preparados para responder preguntas”, concluye la directora.

Homenajearon a Tato, el creador del humor político en televisión

28/04/11 Tato Bores hubiese cumplido ayer 86 años. Lo recordaron familiares y amigos.


El inolvidable Tato Bores hubiese cumplido ayer 86 años. Se murió hace una década y media pero su ausencia es sólo física. Su imagen, su humor inteligente y crítico, todavía flotan por la atmósfera argentina. Mauricio Rajmín Borensztein (Buenos Aires 1925-1996), tal su nombre verdadero, fue homenajeado una vez más ayer, con motivo del aniversario de su nacimiento, con el recuerdo de sus compañeros de trabajo y amigos más cercanos. Organizado por el Foro Judeo Argentino (FORJAR), el homenaje se llevó a cabo en la sede porteña de la Asociación Cristiana de Jóvenes, de la cual Borensztein era socio, aunque, como contó ayer el secretario de la entidad, Norberto Rodríguez, “la actividad física no era su fuerte”.

Ante la presencia de unas 60 personas, unidas por el recuerdo respetuoso y afectivo a este gran capo cómico, se proyectó un compilado de sketchs de varios momentos de su carrera, que hicieron reír y emocionar a los presentes, sobre todo uno, en que aparecía con el Negro Olmedo y Javier Portales. También estuvo su biógrafo, el periodista Carlos Ulanovsky, y algunos de sus amigos lo recordaron sobre el escenario.

Jorge Schussheim, músico, escritor, humorista, publicitario, pero además guionista de los monólogos de Tato lo recordó como un hombre generoso. “Siempre tuvo una generosidad extrema. Además era valiente. Un tipo imprescindible para los argentinos y para sus amigos”, comentó, emocionado, y proyectó públicamente que, de vivir, ayer hubiesen estado festejando su cumpleaños “comiendo quesos y tallarines, con amigos como Jacobo Timerman, Magdalena Ruiz Guiñazú, Daniel Rabinovich. Lo extraño muchísimo”.

“Yo leo los titulares de los diarios y cuento las noticias en el escenario agregándoles un comentario jocoso”, dijo Tato en 1963. Del humor político de Bores habló Santiago Varela, arquitecto, documentalista y uno de los libretistas de Tato en su último período. “Buscaba el sentido común de las cosas, era un tipo creíble e inspiraba confianza en su público. Decía lo que todo el mundo sabía pero de otra forma. Su personaje tenía muy claro qué Argentina quería y, un poco, esas cosas se están dando ahora”.

Tato Bores, monologo 2000 (Parte 1)

Tato Bores, monologo 2000 (Parte 2)

miércoles, 27 de abril de 2011

Las 5 biblias del mundo gourmet argentino

Las guías de restaurantes, bodegones y afines se convirtieron en los nuevos best sellers de la industria. De Vidal Buzzi a Narda, el buen comer ya tiene sus tutores. 

Al mercado editorial se le abrió el apetito, y las guías de restaurantes, bodegones y afines se convirtieron en los nuevos best sellers de la industria. De Vidal Buzzi a Narda, el buen comer ya tiene sus tutores.
Por Julieta Mortati

-Mi amor, una periodista de la revista Brando quiere hacerte unas preguntas por una nota, ¿la podés atender?
-Hola...
-Hola, Fernando, buenas tardes. Estoy haciendo una nota sobre la explosión de las guías de restaurantes en Buenos Aires y quería preguntarle...
-Pero ¡qué pasa con las guías, hace una semana que me está llamando todo el mundo: radios, televisión, diarios!


Cuando el histórico crítico gastronómico de la revista Noticias, Fernando Vidal Buzzi, sacó en 1994 la Guía de restaurantes de Buenos Aires, en las etiquetas de los vinos no aparecía la cepa, las verdulerías no vendían ciboulette ni albahaca, menos que menos maracuyá, y en la tele, como en las revistas, la cocina no era más que un servicio para la mujer. Su guía fue pionera, y luego le siguió la de Alicia Delgado con sus recomendados de Buenos Aires. Hasta que, en 2003, una nueva camada de sibaritas generó la Guía Oleo, que se nutrió con los comentarios de los comensales, y en 2008, Pietro Sorba, asesor de contenidos de elgourmet.com, se animó a sacar Bodegones de Buenos Aires con la idea de recuperar el patrimonio gastronómico argentino. Y la guía ya va por su tercera edición.

¿Qué pasó en estos últimos años? ¿La gastronomía se convirtió en un género literario? ¿Por qué el reciente libro de Narda Lepes , Qué, cómo, dónde, ya lleva la marca de best seller como los títulos anteriores de la chef? ¿Por qué los críticos gastronómicos Yu Sheng Lao y Sabrina Cuculiansky se animaron a sacar solos, es decir, sin apoyo editorial, Hay que ir, una guía en la que recomiendan una selección de 128 lugares de Buenos Aires para ir a comer y beber?

El nombre es todo
Cociná más, salí con tu bolsa o changuito y comé frutas y verduras de estación. Todos estos imperativos conforman la base de la guía de compras de Narda. Allí, la chef te dice dónde podés conseguir las mejores medialunas de Buenos Aires, dónde se venden arándanos frescos y todo lo que tenés que saber a la hora de comprar buena carne y pescado. Pero es más que eso. Porque en su conjunto, funciona como un manifiesto que propone una actitud a la hora de comer. "Cuando compramos nuestra comida, hacemos mucho más que un intercambio de bienes: lo que comemos pasa a ser parte nuestra, así que, justamente por esto, deberíamos prestarle la atención que se merece", dice Narda en el prólogo, lo que da prueba de que su éxito no radica en una buena mano para amasar sino en su capacidad discursiva. Qué, cómo, dónde, que de acá a 50 años puede ser la referencia de las costumbres culinarias de los porteños a principio del siglo XXI, se armó sobre la base de los recuerdos de la infancia de la autora ( "de chica, siempre pedía en Freddo granizado de chocolate y chocolate con almendras" ) y con sus sitios predilectos ( "mi lugar para ir a escuchar, comprar, descubrir y charlar con Fichi sobre música y comida un buen rato" ). También aparecen entrevistas a sus tías, amigos y también a su parrillero y verdulero preferido, con los que se logra conformar, instalar y vender el mundo de Narda. Según Mariano Valerio, editor de esta guía y de las de Pietro Sorba, ahí radica la clave: "La única forma de diferenciar las guías es la gente que las valida y autoriza". 

Al mercado editorial se le abrió el apetito, y las guías de restaurantes, bodegones y afines se convirtieron en los nuevos best sellers de la industria. De Vidal Buzzi a Narda, el buen comer ya tiene sus tutores.

El especialista en periodismo gastronómico Diego Gaona, que escribió una tesis sobre el desarrollo de la gastronomía en medios impresos argentinos entre 1985 y 2006, contextualiza el fenómeno: "Vidal Buzzi pertenece a la primera camada de periodistas gastronómicos, y su guía emuló la Michelin -sí, la empresa de neumáticos empezó a entregar una guía con los mejores restaurantes de Francia a sus clientes en 1920, y ahora todos mueren por tener una estrella Michelin-, pero luego empezaron a hacerse guías a partir de cierto personalismo. El que lee la crítica va por quién te recomienda el lugar y por cómo te lo dice. En general, tienen el tono de un amigo".

Pietro Sorba, en el prólogo de la tercera edición de Bodegones de Buenos Aires, escribió: "¡Qué inmensa alegría me da pensar en gente que se reúne alrededor de una mesa siguiendo mis humildes recomendaciones! (...) Evidentemente, el tema es de interés y el fenómeno demuestra que en el mundo de los amantes de la comida y de los gastronautas, que disfrutan cuando salen a comer, algo está cambiando". La edición es bilingüe, salió reseñada en The New York Times y su repercusión continúa en la web ( continúa en la web ), donde la nostalgia anima a los lectores a poner comentarios al ver que sus bodegones de toda la vida salen reseñados en un libro. La colección continuó con Parrillas de Buenos Aires , Pizzerías de Buenos Aires y Pulperías, almacenes y manjares de la provincia de Buenos Aires. Este año, sale el tomo Sabores del Camino Real de Córdoba y otro dedicado a la cocina de las colectividades. En la editorial (Planeta), también tienen pensado hacer una guía Sorba que cubra todo el país. Al parecer, como lo que no se nombra no existe, cuando alguien dijo "gourmet", se abrió un mundo.

Nace una estrella
Ahora, si la cocina gourmet se ocupó de convertir a los cocineros en estrellas, las guías lo hacen con los mozos. "La gente viene con la guía de Pietro y les pide a Rodolfo -el italiano con boina a lo español que aparece en la guía detrás del mostrador- y a Osvaldo -el mozo que muestra las cacerolas- que se la firmen y se saquen fotos con ellos", cuenta Marcelo Castellana, encargado de Miramar, bodegón que salió en la guía de Sorba y en Hay que ir.

En su casa, Yu Sheng Liao, autor de esta última guía, tiene cinco heladeras llenas con la que puede abastecerse, prácticamente, para una guerra de seis meses. Sin embargo, y pese a que cuando cocina es capaz de tomarse un taxi a un mercado en busca de ese sabor que le está faltando, uno de sus planes preferidos es comer afuera: lo llega a hacer diez veces por semana. De esta manía ( "a los chinos nos gusta comer mucho", dirá después comiendo unos ravioles chinos picantes en Lai Lai, uno de los lugares del Barrio Chino recomendados ) y de sus años como inspector para la guía de Vidal Buzzi surgió una profesión. Junto con su colega Sabrina Cuculiansky, autora de Mundo Gourmet, el blog de vinos y gastronomía de La Nación, sacaron Hay que ir. 128 lugares con onda para comer y beber, en el que reflejan una Buenos Aires "cosmopolita, donde encontrás tradición y modernidad". La guía está dividida por el origen de la comida, tiene un apartado de cocina coreana, otro de cocina a puertas cerradas en la que se reserva mesa por mail o por teléfono y uno con las diez mejores barras. También incluye notas en las que los autores se pronuncian en contra del cobro de cubierto y se proclaman una guía honesta en el sentido de que la mayoría de las veces fueron a los restaurantes de incógnito, como simples consumidores, lo que les permite poner tips como "consultar siempre todo antes de pedir o aceptar". Su plan es sacar una guía por año y generar una comunidad HQI por internet. Cada lugar tiene un puntaje que toma en cuenta la calidad de la comida, el servicio y el ambiente. Tomo I, por caso, aparece como el restaurante con mayor puntaje.

En las tres guías hay un especial cuidado en el diseño. "La guía de Lepes y de Sorba no son para tener en la cocina -dice Valerio-, sino que son objetos que tienen el mismo estatuto que un disco o de cualquier objeto de consumo no utilitario". El libro de Narda es rústico y moderno, tiene tapa dura e incluye una libreta de anotaciones. El de Pietro responde a un estilo más sofisticado, sus fotos son en blanco y negro y está impreso en un papel ilustración de alta calidad. En Hay que ir abundan las publicidades que hicieron posible la publicación. "Quisimos hacer una guía joven, dinámica, con mucho color y mucha onda", dice Liao.

Así es como, a través de las guías, Buenos Aires se termina por instalar como el paraíso gourmet del Polo Sur. Pequen, lectores, pequen.

Lo que queda del Palacio de Correos

Fue Roberto Lavagna, cuando era ministro de Economía, quien lanzó en un Congreso de IDEA, en Mar del Plata, la propuesta de convertir el majestuoso Palacio de Correos en un museo del Bicentenario que continuara la milla de oro museística de Buenos Aires y diera oportunidad de exhibición a muchas obras del acervo del Museo Nacional de Bellas Artes condenadas a los sótanos por falta de metros.

El palacio, que había sido elegido por la princesa de Gales como sede de la recepción ofrecida en la Argentina por la calidad de su arquitectura, estaba por entonces dentro de la órbita de Cultura. José Nun tenía la palabra cuando se llamó a un concurso de anteproyecto al que se presentaron, entre otros, Jorge Telerman y el hijo de I. M. Pei, arquitecto chino famoso por la pirámide que ejecutó para el Museo del Louvre.

De aquella iniciativa, que parecía auspiciosa, a la situación actual media una distancia mucho mayor que el tiempo transcurrido desde noviembre de 2006, fecha en la que se hizo público el proyecto ganador. No se cumplieron los plazos. El rumboso Centro Cultural del Bicentenario no se inauguró en mayo de 2010. Solamente hubo un acto en la nave central del Palacio, para comprobar que las pizarras de la mansarda original habían sido reemplazadas por vidrios, con la idea de iluminarla a giorno con los colores de las banderas de los países homenajeados en visitas oficiales.

El edificio, monumento histórico nacional, es una pieza clave de la arquitectura de Buenos Aires. Fue inaugurado en 1928 y lleva la firma de Norbert Maillart, autor, también, de los proyectos del Palacio de Tribunales y del Colegio Nacional de Buenos Aires. No es una novedad para nadie subrayar que el patrimonio arquitectónico es un recurso no renovable, referencia ineludible de la identidad de un país. Basta recordar con cuánto ímpetu los jeques de Qatar y Abu Dhabi han convertido al golfo Pérsico en el laboratorio de pruebas de los grandes arquitectos globales, para construir una cadena de nuevos museos que le otorgue "espesor" cultural a un país con más dinero que historia.

En un brusco golpe de timón, el Palacio de Correos y su millonario proyecto pasaron a manos del ministro De Vido. Prosperó la idea de instalar un gigantesco auditorio con acceso por la avenida Corrientes, lo que exigía desguazar la parte industrial. Quien camine por Corrientes en estos días no tiene más que asomarse detrás de la empalizada para ver que del edificio original queda la fachada; en el centro, hay un enorme vacío. La nada.

Las plantas de perímetro libre existentes, donde se hizo una recordada edición de Estudio Abierto, curada por Ana María Battistozzi, tenían la dimensión perfecta de una gran nave expositiva como son los Arsenales en la bienal veneciana. Conviene recordar que Maillart, cuando proyectó el edificio, tuvo que realizar una reforma clave en los planos originales debido a la baja calidad del suelo, que es tierra ganada al río. La estructura palaciega, incluidos el célebre Salón de los Escudos y el Salón Eva Perón, que Evita usó como despacho en 1946, corre serio peligro. Historia y patrimonio en riesgo, en una obra faraónica de final incierto.

Por Alicia de Arteaga

El Palacio de Correos

Correo Palacio

La preocupación por el destino errante del Palacio de Correo de la ciudad de Buenos Aires salió a la luz a través del ilustrativo texto de Alicia de Arteaga.

A propósito de ese tema, adherimos al deseo de su preservación y los hacemos con un aporte sobre la historia del edificio.

La primera sede del correo fue la casa de don Domingo de Basavilbaso, en las actuales Perú entre Alsina y Moreno, donde ahora funciona la legislatura porteña. En 1748 Basavilbaso había sido nombrado Correo Mayor, es decir, encargado de la correspondencia que llegaba y partía de Buenos Aires.

En 1822 fue trasladado a las actuales Bolívar, entre Belgrano y Venezuela. A partir de 1879 se estableció en el ala norte de lo que es hoy la Casa Rosada. Pero en 1882, al ser anexada esa edificación para agrandar la Casa de Gobierno, el correo pasó a Bolívar y Moreno, es decir, a dos cuadras del Cabildo.

En 1888 se proyectó la construcción del Palacio de Correos, en el Paseo de Julio (ahora Alem) y Cuyo (hoy Sarmiento). Para la tarea se contrató al ingeniero francés Norbert Maillart, quien se encontraba en Chile. Pasó por Buenos Aires y preparó los planos. El Congreso aprobó la obra y se le adjudicó una partida presupuestaria.

Proyecto original con frente en la actual avenida Alem.

De inmediato, una pirámide de ladrillos cambió la fisonomía del lugar. Y no fue una postal efímera. Durante 20 años los porteños vieron la misma pila de ladrillos. Una de las razones del retraso, según se dijo, fue la crisis de 1890. Otra, las dificultades que generaba el desnivel de la manzana elegida.

Ladrillos Correo Central
Montículo de ladrillos del Correo.
A todo esto, las oficinas del Correo se habían mudado en 1901 a Corrientes y Reconquista, a la espera de la construcción del Palacio. Era tiempo de relanzar la obra. En 1908, el ingeniero Maillart regresó a Buenos Aires para efectuar cambios. Los principales eran:

1) El frente dejaría de estar sobre el Paseo de Julio y pasaría a la actual Sarmiento.
2) Un enorme sector que en 1888 iba a contener caballerizas se transformaría en oficinas.

Palacio de Correos en construccion
En obra.

Ahora sí, comenzaba la construcción, que demandó ¡otros 20 años! Esta vez la culpa la tuvo la Gran Guerra en Europa.

El edificio que se ideó durante el gobierno de Juárez Celman terminó inaugurándolo Marcelo T. de Alvear curenta años después, el 20 de septiembre de 1928.

martes, 26 de abril de 2011

LA CUADRA

Papeles que van y papeles que vienen

El tema de La Cuadra sigue generando chispas y esta vez destacó los funcionamientos internos de esa institución extraña, el Consejo Asesor en Asuntos Patrimoniales. Entre pretensiones de “tradición” y pedidos de informes sobre cómo hacen las cosas.

                                                
Por Sergio Kiernan
En el Consejo Asesor en Asuntos Patrimoniales se han quedado de lo más nerviosos por haber “desestimado” La Cuadra, la última caballeriza porteña, y haberla luego “estimado” por la clarísima presión de los vecinos. En el primer caso, mostraron una estupenda, olímpica incompetencia al no darse cuenta de lo que estaban haciendo. Lo que originó el segundo caso, que la firma que quiere demoler el lugar para hacer otra torre cementuda quiere usar para pleitear contra la Ciudad por millones. Este anuncio, además de un clásico apriete legal para lograr lo suyo, es fuente de preocupaciones en un sentido inesperado: si estos millones se tendrán que pagar algún día por la incompetencia de los miembros del CAAP ¿no tendrán que pagar ellos? Los que son funcionarios están cubiertos por las generales de la ley, pero los demás no...

Lo que tal vez explica el ataque de solemnidad con que respondieron al pedido de los vecinos de La Cuadra de hablar con ellos. Hasta el arquitecto Ramón Ledesma, director general de Interpretación Urbana, cabeza natural del CAAP y un fiel empleado de su subsecretario Héctor Lostri y su ministro Daniel Chaín, perdió su habitual cinismo de hombre de la industria que hace lo que sea por la industria. El CAAP y el director general hasta le robaron una frase al Parlamento británico y hablaron de la “tradición” del Consejo Asesor, lo que daría risa si no fuera patético (arquitecto Ledesma, ¿en serio?).

Todo empezó cuando el arquitecto Natalio Churba pidió hablar con el CAAP. Churba puso todos sus cañones en lograr que le permitan demoler La Cuadra para hacer una de sus torres, con lobbyistas de lujo como Diego Guelar –a quien no le molesta ser director de la fundación cultural del Banco Ciudad y hacer lobby en ámbitos de la Ciudad– y lobbystas menos explicables como Miguel Schapire. Los vecinos de la Asociación Civil Barrio La Imprenta se enteraron del pedido de Churba y decidieron pedir ellos también hablar ante el CAAP.

Lo hicieron en un email muy formal y educado fechado el 4 de abril y firmado por Guillermo Blousson, presidente de la Asociación Civil. La nota dice que escuchó que el CAAP estaba analizando si recibir o no a Churba, le recuerda al Consejo que “ya ha denegado” reunirse con los vecinos, y le señala que atender al empresario-arquitecto “excedería las misiones y funciones” del ente. La nota termina adelantando que si reciben a Churba, los consejeros se encontrarán ante la exigencia de los vecinos de ser atendidos ellos también.

La respuesta llegó el 11 de abril, avisando que el tema se había analizado el mismo 5, que cayó martes y por tanto era día de reunión. La buena noticia es que el CAAP decidió “por unanimidad” rechazar el pedido de reunión de Churba. La noticia curiosa es por qué, según dicen en la nota, llegaron a esa decisión. La primera razón es “una tradición” de no recibir a nadie y basarse en “la información presentada en el expediente” para que esto “redunde en la transparencia y en la libertad de criterio de los Consejeros” (así, con mayúsculas). La segunda razón es que tanto La Cuadra como La Imprenta son tratados por la Legislatura, con lo que ése es el ámbito para discutir el asunto.

El párrafo final es la mala noticia, en lo conceptual. “En aras de la transparencia” y para trabajar “libres de presiones y de velados o explícitos condicionamientos” le piden a Blousson que en el futuro se dirija por nota al CAAP como institución “y no, como en esta ocasión, a las casillas de correo electrónico privadas de algunos de sus Consejeros”.

Esta aparente tontería es más importante de lo que parece, porque es un indicio de la desorganización con que se maneja el patrimonio en la ciudad. Resulta que el CAAP sigue funcionando básicamente como cuando era un triste organito asesor del ministro de Desarrollo Urbano al que era gratis ignorar. Desde que recibió el mandato de revisar todo pedido de demolición de algo anterior a 1941, el CAAP recibió una masa de trabajo enorme pero sigue en su pecerita prestada en el edificio del Mercado del Plata, sigue dependiendo de los lobos cuidadores de ovejas y sigue sin tener ni la tecnología, ni el personal, ni el tiempo para cumplir su tarea con alguna seriedad. Al director general Ledesma y sus superiores esto no les importa, como no les importa a sus teledirigidos como Susana Mesquida o las representantes de Cultura, ya que la improvisación permite demoler más. La cosa es tan triste, que el CAAP ni siquiera tiene una dirección de mail. La única manera de comunicarse con los consejeros –con minúsculas– es con los mismos mails a los que Ledesma y su gente les mandan la información con que trabaja el Consejo.

La ironía es que los Consejeros firmaron esta respuesta, que fue escaneada y enviada a Blousson desde la casilla privada de un miembro del CAAP. Pese a que el Consejo depende de Desarrollo Urbano, la girl scout que se ocupó del trámite fue la teledirigida arquitecta Graciela Aguilar, que representa Cultura en el ente.

Ya que sacaron el tema de cómo actúa el CAAP, Blousson lo tomó y contestó la nota haciendo sus propios interrogantes. Blousson se pregunta cómo hace uno para comunicarse con el CAAP, por qué sus reuniones son efectivamente secretas, cómo puede ser que en apenas un par de años ya exista “una tradición”. De hecho, le pregunta por qué se abandonó otra “tradición” que hizo que el editor de este suplemento y los representantes de Basta de Demoler sí hayan sido testigos de sesiones del Consejo.

Todo esto amerita un pedido de informes para ver cómo se maneja realmente un ente que, en concreto, maneja millones de dólares en ladrillos y terrenos. Las tonterías del CAAP ya costaron centenas de edificios patrimoniales y parece que le van a costar a los porteños millones de dólares en juicios a futuro. Por ejemplo, es notorio que pese a que la Legislatura le dio más tiempo a los consejeros para analizar los edificios, Ledesma sigue apurando las cosas: los casos a tratar los martes les llegan a los miembros apenas el jueves anterior a sus ahora famosas casillas de correo privadas. Con un poco de suerte, este episodio pernóstico puede servir para aclarar las cosas.


Se hizo la luz en la vieja fábrica

Hampton + Rivoira transformaron una planta textil de Monserrat en un edificio de oficinas moderno, flexible y abierto a la luz del sol.



La intervención del estudio Hampton + Rivoira en un viejo inmueble industrial textil del barrio de Monserrat para convertirlo en un edificio de oficinas corporativas, tiende a sumar a lo que antes era sólido y pesado lo que ahora es liviano y transparente. Gracias a la apertura de una “espina dorsal” vidriada que atraviesa sus tres pisos y los riega con luz solar cenital, la vieja fábrica textil se convirtió en una suerte de gran claustro en altura, en el que la separación física entre las distintas plantas se disuelve literalmente en la luz.

El edificio alberga las oficinas centrales de la empresa Medanito S.A, dedicada a la explotación petrolera, gasífera y forestal, que lo adquirió en 2007. Este inmueble entre medianeras, construido sobre un terreno de 14,5 m de frente por 60 m de profundidad, fue proyectado en la década de 1890 por el arquitecto franco-catalán Alfredo Massüe (1860-1923), conocido sobre todo por ser el autor del Mirador Massüe, en la esquina de Talcahuano y Tucumán. Por entonces, en la planta baja funcionaban el depósito y el local de venta; en el primer piso, con un amplio balconeo sobre el nivel cero, la fábrica, y en el segundo, una vivienda para empleados de la textil y sus familias.

Pero durante la segunda mitad del siglo XX cambió drásticamente de función para pasar a albergar a la sede del Partido Justicialista de la Capital Federal y, entre las sucesivas modificaciones que se le hicieron, perdió ese único balconeo. “Las reformas anteriores prácticamente anularon las características espaciales originales. Nuestro proyecto propuso la recuperación de la caja arquitectónica, para que apareciera el edificio en todo su valor”, cuenta Emilio Rivoira, socio del estudio proyectista junto a Jorge Hampton.

A pesar de que el edificio carecía una normativa que lo preservara, ya que no está dentro del Area de Protección Histórica 1, los arquitectos sugirieron al comitente comprometerse con el rescate patrimonial en lugar de demoler y construir desde cero. Así, el primer trabajo que emprendieron fue despejar las infinitas capas superpuestas de las distintas intervenciones a lo largo del tiempo, y desmontarlas hasta llegar hasta la caja muraria cruda.
Más tarde, el edificio fue catalogado en la categoría estructural, el nivel intermedio de protección que se refiere a “edificios de carácter singular y tipológico que caracterizan su entorno o califican un espacio urbano o son testimonio de la memoria de la comunidad”, aunque en sí mismos no tengan un valor histórico o arquitectónico especial. Pero el proyecto ya cumplía con todos los requisitos de protección.

A estos argumentos, los arquitectos sumaron el de la conservación como criterio de sustentabilidad. “Entendemos que recuperar materiales y estructuras existentes es un punto de partida esencial para el ahorro energía y recursos”, opina Rivoira.

Imagen industrial

En el mismo sentido, el proyecto de puesta en valor es respetuoso de la materia prima sobre la que opera. “No se propone aumentar alturas ni modificar fachadas; lo único que se hizo fue agregar superficies en un nivel de entrepiso sobre las dos franjas medianeras, sin alterar volumetrías, aprovechando la doble altura de la planta baja y la gran profundidad del edificio”, cuenta Rivoira. Esto requirió el trabajo adicional de reforzar las fundaciones para adecuarlo a las nuevas cargas.

Por otra parte, cuando el edificio funcionaba como fábrica, todas sus plantas eran libres salvo la última, donde estaba la vivienda colectiva. Por lo tanto, se retiraron todas las divisiones realizadas posteriormente que seccionaban las plantas, con lo cual se facilitó un planteo de organización flexible y versátil, con puestos de trabajo intercambiables. Y, lo que sin duda constituye el elemento más audaz de la intervención: una visibilidad cruzada para entender la totalidad del edificio. Esto, gracias a la instalación de la ya mencionada espina central que atraviesa todos los pisos, y donde se ubicaron las áreas de apoyo y salas de reuniones vidriadas.

Sobre este eje longitudinal se abrieron dos patios interiores que funcionan como un haz de luz natural y conducto purificador del aire, con lo cual se recrea también otra de las características originales del edificio: “Cuando funcionaba como fábrica, debajo de la gran lucarna central de la terraza se alineaban sectores de ladrillos circulares de vidrio que iban trasmitiendo el reflejo del sol un nivel a otro”, comenta Rivoira

El arquitecto explica que para el interior se optó por una intervención “rústica”, que busca asimilar el fuerte carácter industrial del edificio al de la empresa que hoy lo ocupa. “La idea era hacer visible ese espíritu fabril dentro del edificio a través del uso de perfilerías. Con este fin, se conservaron las escaleras metálicas con más de un siglo de antigüedad y se le otorgó un gran protagonismo a los gruesos perfiles metálicos que delimitan la “espina” central, y que, según señala Rivoira, se asimilan a las que se utilizan habitualmente en las refinerías.

En las áreas de trabajo, que rodean a este vacío en todo su perímetro, la convivencia entre lo viejo y lo nuevo se resolvió con algunos recursos casi escenográficos, como el contraste cromático –y cronológico– entre la caja muraría, pintada interiormente de color arena, y unas bandas de roca de yeso blancas que los cubren parcialmente, hasta dos metros de altura en cada nivel, de modo que los puestos de trabajo se recortan en un juego de claroscuros contra el telón de fondo mudo de la antigua estructura.

Espacios renovados

La fachada mantiene la estructura de la composición original, con el acceso al subsuelo por un montavehículos ubicado en el centro, en el mismo sector donde se ubicaba antiguamente el ingreso central de mercaderías. En tanto, la entrada del personal y visitantes, por un lado, y la de accionistas y miembros del directorio, por el otro, ubicadas simétricamente en los dos extremos de la fachada, mantienen las puertas originales. Los proyectistas explican que el tratamiento del frente se orientó a la “reparación de revoques y revestimientos con productos símil piedra”, y las carpinterías fueron reemplazadas por sistemas de plástico con doble vidriado.


En el último piso y al frente, donde estaba la vivienda se ubicó el área de Accionistas, diferenciada del resto, con un grado mayor representatividad institucional y pública. Todo el piso, que incluye un sector de oficinas hacia el fondo, se organiza alrededor de una gran lucarna que corona la espina vidriada. Desde allí se accede a un entrepiso con la cafetería de personal, que se expande hacia la terraza original, donde se realizó un techo vegetalizado (otra decision basada en la sustentabilidad). Este techo verde es transitable a través de decks, y sirve como un área de encuentro e intercambio social que es utilizada por el personal como lugar de almuerzo o merienda. Pero también es apta para eventos corporativos.
Al subsuelo, además de servir como estacionamiento, se lo destinó como otro ámbito posible para celebrar eventos gracias a la presencia de otra lucarna que abarca todo el patio del fondo. Es casi un aire y luz, pero también se lo aprovechó para generar la sensación de que el edificio, en su conjunto, está perforado e invadido por haces de luz natural que tienden a desmaterializarlo.

Ciclismo urbano: ¿Por qué la bicicleta es el mejor transporte para la Ciudad de Buenos Aires?

Saludable, rápida y, sobre todo, limpia: la bicicleta es el gran medio de transporte de los tiempos que corren y Buenos Aires ya tiene 25 kilómetros de ciclovías. Cinco ciclistas nos cuentan por qué eligen pedalear.

Saludable, rápida y, sobre todo, limpia: la bicicleta es el gran medio de transporte de los tiempos que corren y Buenos Aires ya tiene 25 kilómetros de ciclovías. Cinco ciclistas nos cuentan por qué eligen pedalear.

En línea con las grandes ciudades del mundo, Buenos Aires cuenta con su flamante red de ciclovías protegidas e integradas que unen sus diferentes puntos estratégicos, como Retiro, Constitución, Plaza Italia, Plaza Once, Puerto Madero, La Boca, Correo Central y Plaza de Mayo. El Gobierno porteño comenzó a implementar el Programa Bicicletas de Buenos Aires a principio de este año, como parte del Plan de Movilidad Sustentable. Su objetivo principal es fomentar el uso de la bicicleta como medio de transporte ecológico, saludable y rápido. Hasta el momento, hay construidos 25 kilómetros de ciclovías protegidas divididas en tramos: el primero, desde Plaza Italia hasta Retiro; el segundo, que atraviesa el núcleo de la ciudad; el tercero, desde Retiro hasta La Boca. Se estima que para principios de 2011, la red contará con 100 kilómetros inaugurados, hasta integrar Ciudad Universitaria. http://www.mejorenbici.gob.ar/.

Saludable, rápida y, sobre todo, limpia: la bicicleta es el gran medio de transporte de los tiempos que corren y Buenos Aires ya tiene 25 kilómetros de ciclovías. Cinco ciclistas nos cuentan por qué eligen pedalear.
Guillermo Dietrich (41)
Subsecretario de Transporte del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires.

Tres mil ochocientos metros de natación, 180 kilómetros de ciclismo y 42,2 kilómetros de trote. Esas son las distancias que completó Guillermo Dietrich cuando corrió el Ironman en Florianópolis, en 2005. Aquello fue, de verdad, extremo, pero Dietrich adora practicar todo tipo de deportes, incluso algunos más apacibles, y hace lo imposible para combinar su trabajo en la gestión pública con el surf, el kayak, el fútbol y diferentes carreras a pie o en bici que atraviesan desde las montañas mendocinas hasta la selva tucumana. Mientras tanto, en la ciudad, Dietrich también hace lo suyo. Inspirado en la experiencia de otras grandes metrópolis, como Copenhague o Barcelona, está impulsando el Programa Bicicletas de Buenos Aires desde su función como subsecretario de Transporte porteño: "Es la transformación más profunda que vamos a lograr para mejorar la movilidad de nuestra ciudad".

Un verdadero talibán de la bici, se lo puede ver cruzando el microcentro en dos ruedas, yendo del Ministerio de Desarrollo Urbano al Palacio de Gobierno o la Legislatura porteña en su traje moderno y atildado, pedaleando una plegable Dahon, con kit completo: casco, luces y un aro de pantalón. "Es el mejor accesorio para evitar que se me enganche la botamanga con la cadena y se me ensucie."
Subió a una bicicleta por primera vez cuando tenía 10 años. Empezó andando con su papá y con su hermano, y hoy comparte esa pasión con su propia familia. Los fines de semana, suele entrenarse desde temprano y no es raro encontrárselo corriendo por diferentes barrios de la ciudad, mientras se mide las pulsaciones con una mano y con la otra empuja la minibici de Hansy, su hijo menor.


Saludable, rápida y, sobre todo, limpia: la bicicleta es el gran medio de transporte de los tiempos que corren y Buenos Aires ya tiene 25 kilómetros de ciclovías. Cinco ciclistas nos cuentan por qué eligen pedalear.
Franco Fugazza (36)
Consultor en economía de servicios públicos.

Ni lo duda: se imagina pedaleando a los 80. Y se ríe de quienes alguna vez le dijeron que andar en bicicleta es una forma de no crecer. "¿No tenés aspiraciones?", llegaron a preguntarle. "No, no quiero un auto", les dijo. Franco Fugazza es de esos economistas que visten traje sólo cuando no tienen otra opción. Vive sus días lo más alejado que puede del yeite corporativo, salvo cuando se trata de viajes: en esos casos, se entrega sumiso a rumbos lejanos, como Marruecos u Holanda. Franco vive solo. Describe su vida como un bello desorden provocado por sus ausencias intermitentes y por la impronta bohemia de la que tiñe su tiempo libre. De un lado a otro, recorre bares, cines o casas de amigos, incluso de noche, sobre todo cuando hace calor y pedalear lo transporta a aquellos veranos infinitos de la adolescencia suburbana, sin responsabilidades. "Cuando hay buen clima y la ciudad parece vaciarse, es un placer andar en bici. Juntarse con amigos y pasear sin planear nada. Lo juro: el viaje es casi mejor que llegar a destino." Franco no entiende por qué la mayoría de la gente concibe la bicicleta como algo que se usa sólo por deporte o los fines de semana. Está seguro: "Deberíamos usarla más. Te da autonomía y libertad. Cuando pasa un largo tiempo en el que no la uso y vuelvo a pedalear, siempre pienso: ‹‹Qué bueno está esto. ¿Cómo no lo hice antes?››".

Hace 15 años, le regalaron su Zenith, y en 2001, se compró una cadena. La pagó el doble de lo que vale su bici. Es ancha, se ve fuerte. Parece la de una moto. "Esta es mi verdadera aspiración: que nadie me afane la bici."

Saludable, rápida y, sobre todo, limpia: la bicicleta es el gran medio de transporte de los tiempos que corren y Buenos Aires ya tiene 25 kilómetros de ciclovías. Cinco ciclistas nos cuentan por qué eligen pedalear.
Florencia Gabelli (29)
Vestuarista, diseñadora y música. Toca en las bandas Los Palos Borrachos y Warning with the Snake.

En 2008, se enamoró de Berlín. De viaje por Europa, Florencia Gabelli fue dejando parte de su corazón en la capital alemana al tiempo que apreciaba el pulso de la ciudad y sus habitantes sobre una bicicleta. "Volví decidida a usarla acá, todo el tiempo y para todo", recuerda, y lo viene cumpliendo. Desde su casa de Saavedra, pedalea hacia cualquier destino y, en general, suma por día alrededor de 25 kilómetros. Para ella es la solución a más de una preocupación. Desde las cuestiones más básicas, como el ejercicio físico o el ahorro de tiempo y de dinero, hasta las más reflexivas: "La bici es un medio de transporte sustentable. Usarla me hace sentir que estoy haciendo algo por mí y por el mundo en que vivo. Es una actividad que se lleva muy bien con la naturaleza. Te ayuda a conectar con lo más simple, a sentirte libre... ¡Eso es lo que mas me gusta!".

La bici de Florencia tiene más diez años, y desde entonces, la viene decorando hasta imprimirle su propio sello. Las flores blancas que abrazan el manubrio son el comienzo de un diseño que termina en la alforja que cuelga sobre el costado derecho de la rueda trasera. El cuero marrón canela hace juego con el asiento, un clásico Brooks inglés, una verdadera reliquia que se trajo de una feria de Berlín. Acaso una excusa, el truco perfecto para no olvidarse nunca de aquella ciudad a la que le encantaría volver.


Saludable, rápida y, sobre todo, limpia: la bicicleta es el gran medio de transporte de los tiempos que corren y Buenos Aires ya tiene 25 kilómetros de ciclovías. Cinco ciclistas nos cuentan por qué eligen pedalear.
Hernán Ferreirós (40)
Guionista, periodista y amigo de la casa (escribe en Brando, entre otras publicaciones). También hace guiones para televisión y radio.

Hernán Ferreirós se queja. Para él, la bicicleta es el modo más eficiente, cómodo, económico y enriquecedor para desplazarse por una ciudad. Sin embargo, cree que involucra cierto peligro: en Buenos Aires, ningún conductor espera encontrarse con algo que no sea un auto. "Creen que los ciclistas somos extranjeros ilegales en el asfalto." Todo al revés. Las calles fueron construidas originalmente para los ciclistas: en 1890, hubo tal furor por las bicicletas que comenzaron a pavimentarse caminos debido a su abundancia: "Hace falta mayor visibilidad de las bicis para lograr un cambio de mentalidad". Hernán cree que la resistencia latinoamericana a abrazarla como medio de transporte se debe a que durante el siglo xx, su uso cotidiano estuvo ligado a la clase trabajadora: "Para que la clase media se vuelque a la bici, hay que demostrarle que es cool". El anda en una Pashley Guvnor, una verdadera pieza de museo. Es un modelo de los años 30 que usaban los carteros británicos. A más de un bicicletero viejo se le han aflojado las piernas al ver el cuadro Reynolds 531, de acero, el material que por décadas fue utilizado para el chasis de los Jaguar. Su bici pesa 13 kilos, lo ideal para aguantársela en la ciudad. Tiene cambios internos Sturmey-Archer de tres velocidades que se pueden pasar con la bici detenida. Las llantas color crema –como las de comienzos del siglo xx– son Schwalbe. Lo único que le agregó al combo original fue una computadora wireless y una luz trasera. Eso y unas calzas del diseñador Juan Manuel Brandazza. Una bicicleta elegante: el medio de transporte perfecto para un caballero.


Saludable, rápida y, sobre todo, limpia: la bicicleta es el gran medio de transporte de los tiempos que corren y Buenos Aires ya tiene 25 kilómetros de ciclovías. Cinco ciclistas nos cuentan por qué eligen pedalear.
Lala González Villanueva (38)
Directora de cuentas asociada de la consultora Salem-Viale-González Villanueva.

Para Lala González Villanueva, combinar su vida profesional con su vida familiar fue realmente complicado. Su agenda de trabajo suele estar abarrotada de reuniones, y su jornada suele estirarse más allá del horario típico de oficina, sobre todo cuando se cuela algún evento especial al que no pueda faltar. Cuando llega a su casa y se baja de sus tacos altos, la tarea continúa: se encuentra con sus hijos (mimos, tarea, juego), luego cena, luego la pareja.

Contar con un momento del día propio, todo para ella, fue casi tan difícil como encontrar lugar para estacionar en el Microcentro. Hasta que pensó en su bici. Se recordó de pequeña, libre, andando una y mil tardes después del colegio, y no lo dudó. Compró una plegable rojo malbec y le dijo adiós a su auto durante la semana. "Salir de la oficina y subirme a la bici de regreso a casa es uno de los mejores momentos del día. Me permite desconectar de la rutina del trabajo y llegar a casa recargada de energía para encontrarme con mis hijos y mi marido." Lala descartó el gimnasio y las salidas a correr junto con otras actividades que la obligaban a restar tiempo a su familia. Pedalea media hora de ida y otra media de vuelta, a ritmo tranquilo, desde su casa de Recoleta hasta su oficina en Palermo. Ya no se estresa por el caos de tránsito ni reza para llegar a tiempo a las reuniones. A lo sumo, se queja de tanto en tanto, cuando pincha una rueda, lo que se transforma en tragedia si, encima de tener que inflarla hasta hacer el cambio, se le llega a romper una uña.





Árboles que "hablan" de Buenos Aires

Desde ayer se exhiben, en la Plaza de la República, gigantografías de los ejemplares emblemáticos porteños



Bajo su sombra, el general José de San Martín firmó el parte de victoria del Combate de San Lorenzo. Hoy sigue en pie en lo alto de la plaza Barrancas de Belgrano un retoño de aquel histórico pino de San Lorenzo, plantado en 1650 en el convento de los jesuitas en la provincia de Santa Fe.

Ese es uno de los 12 árboles que vieron florecer a la ciudad de Buenos Aires como una de las capitales más importantes de América y del mundo. Cuando la actual capital del país era apenas algo más que un pueblo con 40.000 habitantes, los pobladores usaban estos árboles para ubicarse geográficamente.

Sobrevivieron más de 200 años, y una iniciativa oficial busca no sólo que se los reconozca, sino también que los vecinos puedan conocer sus historias. Por eso, ayer comenzó una muestra itinerante del patrimonio arbóreo porteño en la Plaza de la República. Habrá gigantografías que mostrarán el higuerón del parque Lezama, el gomero de la Recoleta, el aromo del Perdón, en Palermo, y otros.

Cuatro de los 12 fueron declarados Patrimonio Histórico Nacional. "De Parque Patricios a Belgrano, de San José de Flores a la Recoleta, estos árboles encarnan algunas de las joyas naturales que ofrece la ciudad", dijo Javier Corcuera, presidente de la Agencia de Protección Ambiental, quien junto con Diego Santilli, ministro de Ambiente y Espacio Público, organizó esta muestra que recorrerá Buenos Aires durante todo el año.

En el agitado 2001 el historiador Félix Luna escribió en la sección Cartas de lectores en La Nacion: "Hasta la semana pasada estaba mustio y melancólico. Parecía enteramente muerto. Pero ahora el lapacho que plantó Martín Ezcurra en la esquina de Mariscal Castilla y la avenida Figueroa Alcorta ha empezado a florecer. Pronto el colorido de sus campanillas iluminará ese lugar. Celebremos estos brotes de vida. Y hagámoslo imaginando que es una metáfora del país".

Ese lapacho es sólo uno de los árboles que siguen en pie en la ciudad de Buenos Aires y encarnan una historia para contar.

domingo, 24 de abril de 2011

Del bodegón al grafiti, nuevos paseos para locales y turistas

Un circuito con rincones poco conocidos para disfrutar de la capital porteña. Vida nocturna, música, costumbres criollas y propuestas culturales alternativas.


A veces uno se encuentra en la situación de tener que oficiar de guía turístico para algún pariente o amigo extranjero; algo aparentemente simple en lo teórico, pero que no lo es tanto en la práctica. Si se trata de un solo día, uno no tiene problema en hacer el recorrido obligado de Caminito, el café Tortoni y el Obelisco.

Pero si la cosa se dilata, suele volverse tedioso para un porteño recorrer los sitios característicos de la Ciudad de Buenos Aires . La siguiente guía está pensada para que usted pueda equilibrar entre los destinos y actividades que inexorablemente todo visitante querrá conocer, con otros más originales, que pueden resultar interesantes a ambas partes.

Si el visitante es una persona de mente abierta, con inquietudes artísticas y busca algo más que una foto junto a la Bombonera, es muy posible que se sienta atraído por el Street Art Tour . Organizadas por la compañía Grafiti Mundo, estas visitas guiadas invitan conocer los murales, grafitis y demás obras de arte urbano que decoran Buenos Aires. Aunque muchos lugareños lo ignoran, la “reina del plata” no tiene nada que envidiarle a Barcelona o Los Angeles, ya que, junto con San Pablo, es la meca del arte callejero de América Latina. El paseo dura tres horas, recorre Palermo y sus inmediaciones, y se realiza de miércoles a sábados, desde las 16. Cuesta $ 90 (con bebida y traslado) y puede ser en inglés o en castellano.

En el Abasto, la psicodelia no está en las paredes sino en las calles, donde late un multicuralismo desprolijo, bien latino. Aquí, la música de La Bomba de Tiempo , el ensamble de percusión fundado y dirigido por Santiago Vázquez, no desentona. Todos los lunes por la noche en la Ciudad Cultural Konex (Sarmiento 3131), La Bomba invita a participar de una experiencia que remite al trance tribal. Los tambores frenéticos convierten a esta ex fábrica en una rave de espíritu primitivo, donde la relación formal artista - espectador se desintegra y da lugar a un evento comunitario.

Pensar en evadir la temática tanguera y la cultura criolla es pecar de iluso. Además, ¿por qué alguien preferiría no conocer aquello que distingue a Buenos Aires de tantas otras metrópolis? No es exagerado decir que las costumbres criollas se van diluyendo con los años. Por suerte existe la Feria de Mataderos , el mejor lugar de la Ciudad para experimentar los ritos de cuando la urbe era sólo una gran aldea. Se realiza los domingos de 11 a 20, a pocos metros del cruce de las avenidas Lisandro de la Torre y Directorio, y permite disfrutar de la gastronomía criolla (locro, tamales, asado), música folclórica, competencias de sortija y un paseo de artesanos (entrada gratuita; se suspende por lluvia).

La postal tanguera típica está en todos lados; el desafío radica en dar con un lugar al que se le pueda aplicar el rótulo de “auténticamente tanguero”. Ese sitio es la milonga del club Sunderland (Lugones 3161, Villa Urquiza ). Todos los sábados desde las 22.30, decenas de milongueros se dan cita en una de las pocas pistas donde aún vive el espíritu de los años 40. La milonga se realiza en un club de barrio y se baila sobre las baldosas de su cancha de básquet.

Ya que hablamos de tango, cómo no mencionar el Hipódromo Argentino de Palermo , templo hípico en cuyas tribunas Carlos Gardel dejaba el alma alentando a su querido caballo Lunático. En aquellos tiempos el turf era pasión de multitudes, y el antiguo edificio de Avenida Del Libertador 4101 (inaugurado en 1876 y reformado en 1908) hervía los domingos. La situación ya no es la misma, pero el lugar sigue teniendo cierta mística, cierto charme , que surte efecto en locales y extranjeros. Hay carreras los lunes por la tarde, y algunos viernes, sábados y domingos. La entrada es gratuita, salvo para la tribuna oficial. En noviembre se realiza el Gran Premio Nacional, una cita imperdible.

El Teatro Colón no tiene nada que ver con las apuestas ni los caballos, pero hay algo que lo emparenta al hipódromo: ambos engloban su propio universo. Tras el telón de uno de los mejores escenarios del mundo funciona una compleja maquinaria humana que se encarga de trabajar hasta en el más ínfimo detalle de cada puesta: escenografía, vestuario, iluminación, un modelo de producción que se dejó de aplicar en el resto del globo y que vuelve al Colón una rara avis. Las visitas guiadas –en castellano e inglés– permiten conocer esta maravillosa fábrica teatral. Se realiza todos los días, desde las 9 y hasta 15.45 (el tour cuesta $20 para locales y US$ 15 para extranjeros).

Ajenos a toda moda, los bodegones porteños (en los que términos como maridaje o cocina molecular no tienen cabida) siguen fieles a su mezcla de gastronomía italiana y española. En la esquina de San Juan y Sarandí, San Cristóbal , se encuentra el bar Miramar, uno de los máximos exponentes de este rubro. El local abrió hace 60 años y todo en él –mesas de madera y manteles blancos, el mostrador y la atención– recuerda a la Buenos Aires de mediados de siglo XX. Es el lugar ideal para compartir el tradicional “vermut”, y disfrutar de platos como buseca y guiso de lentejas, o especialidades más raras, como ranas o caracoles.

Atrapado entre el incesante caudal de autos de las avenidas Del Libertador y Figueroa Alcorta, en Palermo, late un pequeño enclave nipón: el Jardín Japonés (abre todos los días de 10 a 18; la entrada cuesta $ 8). Si bien es raro mostrarle a un turista algo tan alejado de la cultura local, su exotismo lo vuelve un paseo imperdible. Los visitantes pueden recorrer los estanques, alimentar a las enormes carpas de colores y disfrutar de la Ceremonia del té en el restaurante, que también está abierto por la noche, y ofrece sushi y platos típicos de la comida nipona.

Internándose 12 km en la provincia de Buenos Aires , está la zona de las Barrancas de San Isidro , destino de fácil acceso (se puede llegar en tren, auto o colectivo) marcado por la historia y la ribera del Río de la Plata . La plaza Mitre, la catedral y Villa Ocampo (Elortondo 1837) –centro cultural que funciona en la antigua casa de Victoria Ocampo– son algunos de los lugares característicos de este barrio. La feria de antigüedades de la estación Barrancas del Tren de la Costa merece ser visitada, al igual que Perú Beach (Perú y el río), área costera donde se puede practicar deportes y disfrutar de un buen trago.