jueves, 21 de abril de 2011

con la música a otra parte

 El Teatro Colón y el Argentino de La Plata tienen historias, tamaños y ambiciones muy diferentes. Hasta hace poco a nadie se le hubiese ocurrido compararlos, sin embargo, hoy los melómanos porteños miran con atención lo que pasa en el coliseo provincial, manejado por los directivos que expulsó Macri del Colón.




A simple vista podría afirmarse que se trata de dos teatros que juegan en diferentes categorías. Por un lado el Teatro Colón, con toda su gloriosa historia y prestigio internacional. Por el otro, el Teatro Argentino de La Plata, un coliseo lírico provincial con un presupuesto mucho menor y ambiciones más modestas. Hasta hace algunos años a nadie se le hubiera ocurrido compararlos. Para el melómano de la capital no había más que el Colón. Pero las cosas parecen estar cambiando de un tiempo a esta parte: primero el cierre por reformas edilicias en el primer coliseo argentino, y luego los conflictos con los gremios, que llevaron a la cancelación de funciones, hicieron que el público musical de la ciudad de Buenos Aires observara con atención lo que ocurría en la ciudad de las diagonales. Además, según coinciden varios entendidos en el tema, en La Plata se están dando muchos aciertos de programación y gestión. A todo esto se agrega un hecho que le da un cariz especial a la comparación: quienes manejan hoy el Argentino de La Plata son los mismos que estaban a cargo del Colón al momento en que Mauricio Macri asumió la Jefatura de Gobierno de la ciudad de Buenos Aires. La dupla Marcelo Lombardero (director artístico) y Leandro Iglesias (administrador general) fue desplazada por la gestión de Macri, y al poco tiempo ambos se mudaron con todo su equipo a La Plata.

LAS COMPARACIONES ¿SON ODIOSAS?
“El hecho de que a alguien se le ocurra la comparación entre el Colón y el Argentino ya es un tema. Esa comparación hubiera sido impensable hace diez años”, dice el crítico musical y escritor Diego Fischerman. Y agrega: “En Buenos Aires hoy se mira con atención lo que se hace en La Plata, porque hoy el Colón no está funcionando. La reapertura del 25 de mayo de 2010 fue un show mediático, pero luego no lo pudieron hacer funcionar”. Fischerman se refiere al abrupto y anticipado cierre que tuvo la temporada 2010, como consecuencia de un conflicto que enfrentó a las autoridades del teatro con los gremios que representan a los trabajadores. Enfrentamiento que se profundizó en los primeros meses de este año, y que hace peligrar la realización de la temporada 2011. Y la comparación también surge en el tema salarial. Actualmente un músico del Argentino de La Plata gana casi el doble que un par suyo del Colón, aun cuando el empleado de la provincia de Buenos Aires tiene una menor carga horaria de trabajo.

Caras y Caretas intentó hablar del tema con las autoridades del Colón, pero desde la oficina de prensa del teatro se informó que ni su director, Pedro Pablo García Caffi, ni ningún otro funcionario harían declaraciones al respecto. Desde La Plata, en cambio, Marcelo Lombardero aceptó dialogar con esta revista, aunque fue cuidadoso a la hora de comparar la actual realidad de ambos teatros. “El Teatro Argentino no trabaja para competir con el Colón, no quiere ser la otra cara de la moneda. Nosotros en 2010 trabajamos para tener la mejor temporada dentro de nuestras posibilidades.” Lombardero cree que “un teatro como el Colón o el Argentino son armas de políticas culturales, y si hablamos de políticas culturales uno tiene una ideología y la gestión tiene que ver con esa ideología”.

Para Fischerman, precisamente las diferencias de lo que ocurre hoy en el Argentino y en el Colón tienen que ver en gran medida con la ideología que existe detrás de cada una de las gestiones: “Ya cuando Lombardero estuvo en el Colón hubo una apertura de fronteras y de géneros –dice– algo que había comenzado Sergio Renán, director del Colón entre 1989 y 1996”.

Por otro lado, el crítico cree que “la idea de Macri para el Colón, si saliera bien, porque el asunto es que sale mal, sería un teatro como el de 1940, con la diferencia de que en esa época las clases altas no tenían ninguna culpa ni eran vigiladas por la sociedad, y nadie cuestionaba que el Estado les pagara sus gustos”. Fischerman agrega que “García Caffi pensó el proyecto de un Colón con grandes figuras internacionales. Y esto lo logró en el terreno de los conciertos pero a altísimos precios, y habría que ver si esa es la función del Colón”. En una línea de pensamiento similar, Lombardero agrega que “el Teatro Colón tiene los oropeles, las luces, las grandes estrellas, pero también tiene gente durmiendo afuera en la calle, y esa realidad es la que circunda el teatro. Lo mismo me pasa a mí en el Argentino de La Plata. Yo tengo la responsabilidad de administrar un teatro público, con dineros del Estado, que piense en la sociedad que lo rodea. No pensar el teatro como una isla sino ver qué le devuelve el teatro a la sociedad que lo mantiene. Esta es una visión que va más allá de la programación artística”. Por eso para Lombardero la política del Argentino es privilegiar la producción propia y no la importada.

Las comparaciones son odiosas, dice el dicho popular. Pero el mundo musical en este caso está comparando, más allá de que esto sea o no del agrado de las autoridades de ambos teatros. Cada vez más los melómanos porteños saben que a 60 kilómetros de Buenos Aires se ofrecen espectáculos musicales de calidad y, llegado el caso, están dispuestos a recorrer esa distancia para disfrutar de una ópera, un concierto o una función de ballet.

Damián Autorino

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