El lenguaje es un hijo mutante de su época. La Babel porteña amasa su decir con vocablos nacidos por grupos de edad, por origen, por oficio, por sector social. El tiempo los olvida o los convierte en patrimonio común.
Recordaba aquellas horas de garufa cuando minga de laburo se pasaba, meta punguia, al codillo escolaseaba y en los burros se ligaba un metejón; cuando no era tan junao por los tiras, la lanceaba sin tener el manyamiento, una mina le solfeaba todo el vento y jugó con su pasión." Es un fragmento de tango "El ciruja", que Ernesto de la Cruz y Francisco Alfredo Marino compusieron en 1926. La canción es uno de los ejemplos más acabados del lunfardo en el género, con más de 30 voces en toda la obra.Luego llegó el lirismo de Homero Manzi, Enrique Santos Discépolo y Cátulo Castillo. Pero esos términos daban cuenta del habla de los porteños; de esos tipos que -nunca más cabal la expresión- descendían de los barcos y llegaban a una ciudad en plena ebullición. Ahora, cuando el siglo XXIestá haciendo sus primeros palotes, ¿cómo cambió la forma en la que hablamos los habitantes de esta urbe? ¿Qué influencia tienen Twitter, Facebook, los mensajes de texto y otras tecnologías en la economía del lenguaje? ¿Acaso aquellos grupos de malevos no pueden con justicia considerarse una "tribu urbana" de aquellos años?
Periodista y miembro de la Academia Porteña del Lunfardo, Marcelo Héctor Oliveri cree necesario definir qué es el lunfardo. "Es un conjunto de palabras que utilizamos los hablantes rioplatenses, en oposición a los términos establecidos. Hay gente que piensa que el lunfardo es hablar al revés o un lenguaje tanguero, de marginales y carcelario. Y tiene una relación con la inmigración, con los términos que trajeron nuestros abuelos y bisabuelos desde Italia, España, Turquía y muchos otros países. Además, cada lugar tiene su regionalismo. En Buenos Aires, si alguien pide que le traigan el changuito, seguramente esa persona quiere ir al supermercado. En Jujuy, llamarán al pibe."
Oliveri hace una suerte de seguimiento personal de neologismos en diarios y revistas. "Los viernes, compro el suplemento joven de Clarín. Ahí aparecen palabras que son tan lejanas para nosotros como el chino, pero al tiempo saltan a otras secciones del diario y a los pocos meses la está usando Macri", ilustra. Cuenta que hace unos años leyó en una nota que un cantante tenía que "bajar un cambio" y dejar las adicciones. Luego, el jefe del gobierno porteño la usaba para despotricar contra un opositor.
Petitero (habitués de los petit café), caquero (engreído), cheto y ¡qué plato! son expresiones que despertarían risas y acusaciones de antiguo o pasado de moda en quien las utilice. En cambio, estaría muy bien verse una peli el finde, si esa chabona que tanto me gusta no se ortiba, se copa y me da cabida.
"No me asusta que se creen todo el tiempo nuevas palabras porque el lenguaje es algo muy dinámico. Sí me preocupa que los chicos usen sólo entre 20 y 30 palabras, que el ‘nada' sea una de las tantas muletillas que desnudan falta de recursos para decir cosas. Sólo usan las palabras que escuchan y las repiten todo el tiempo. No leen, y eso sí es grave. Homero Manzi comenzó a componer canciones a los nueve años. Hoy no hay muchos chicos de esa edad que tengan esas cosas para decir", analiza Olivieri.
Director del Departamento de Investigaciones Lingüísticas y Filológicas de la Academia Argentina de Letras, Francisco Petrecca da un ejemplo muy cotidiano para graficar la forma de hablar de los porteños. "Cuando vivís en un barrio y te armás una rutina, tomás a lo sumo tres o cuatro líneas de colectivo. Y si te mudás, sumás otras tantas, pero no mucho más. Es una cuestión de comodidad. Hoy en día hablamos con muchísimas muletillas por pereza, por desconocimiento de otras voces y porque es fácil. Es una falencia que viene desde la escuela, una institución que muchas veces se plantea que lo bueno es no hacer nada novedoso y repetir lo ya dicho", critica.
Petrecca cree que, finalmente, es un tema de una libertad lingüística que no estamos ejerciendo. "Tenemos la capacidad para expresarnos en diferentes registros del habla, con las múltiples posibilidades que nuestro idioma permite. Sin embargo, hoy todo es boludo y boluda. No me molesta la palabra; me molesta que se pierdan precisiones." Hay formas múltiples de llamar a un amigo y también de decirle que, en nuestra opinión, es medio tonto.
Oscar Conde, licenciado en Letras, docente, ensayista y poeta, cree que los medios juegan un papel fundamental en la formación de neologismos. Y saca a relucir su lista de "palabras temáticas".
"La revista dislocada comenzó a usar la voz gorila; Niní Marshall dijo aquello de tarúpido por estúpido y Telecómicos, en los 70, acuñó el inoxidable pendorcho. Más recientemente, algunas palabras aparecieron desde el programa de Tinelli, como conchero o botineras. Pero hay un fenómeno que no ocurría antes: el uso se extiende rápidamente -quizás en menos de una semana- hacia el interior del país; la forma de hablar de Buenos Aires es una suerte de modelo que toman, por ejemplo, en Salta o Jujuy. Muchos puristas creen que el lenguaje del chat o el Twitter cambiará la forma de hablar. No lo creo. Un adolescente le escribe a su novia por mensaje tkm, pero estoy seguro de que cuando la ve le dice te quiero mucho. Sí es preocupante la falta de vocabulario y que esas formas de escritura lleguen a la escuela. El chico debe poder diferenciar los dos registros."
Oliveri, de la Academia del Lunfardo, busca ser conciliador. Dice que a la fuerza tenemos que cambiar el habla porque, caso contrario, quedamos afuera de las charlas. "Hace 20 años, no existía el chat, ni el e-mail y el mouse era el ratoncito de Disney. Ésta es el habla actual de Buenos Aires, nos guste o no. Algunas de estas nuevas palabras perdurarán y otras no. El lunfardo tiene muchas que aún tienen vigencia", dice. Mientras Marcelo habla, afuera de la Academia, una mina y un chabón hacen cola en un local. Están buscando laburo. Andarán mal y sin vento.
Enrique Durán Redacción Z
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