A sólo 30 minutos de la Capital, se erige como una ciudad soñada, proyectada y construida por un hombre llamado Antonio Campana. Levantada en los ’70 sobre un antiguo basural y realizada íntegramente con materiales antiguos y reciclados, llama la atención tanto por todo lo que se ve como por lo que todavía no se sabe de ella.
Campanópolis ocupa 200 hectáreas. El nombre se lo dio el historiador Alfonso Corso, profesor de la Universidad de La Matanza. Campana, por el apellido de su creador, y polis, “ciudad” en griego.
Su historia comenzó en 1977 cuando Campana, empresario del sector comestible, compró el terreno. Lo primero que hizo fue obras de limpieza, relleno y mejoras en las cavas de una antigua tosquera que alguna vez se había usado como hornos de ladrillo. Pero, durante los seis años siguientes y hasta 1985, el CEAMSE (Coordinación Ecológica Area Metropolitana Sociedad del Estado) le expropió las tierras para utilizarlas como depósito de basura. Una vez que recuperó el terreno comenzó con su proyecto de construir “una aldea mágica” para crear una obra de arte de enorme tamaño.“En ese momento le encontraron a mi papá un tumor en la amígdala, pero salió todo bien y pudo continuar con el trabajo”, recuerda sumando algo más a la leyenda Oscar Campana (33), actualmente encargado del lugar, tomando la posta de Antonio, quien a los 77 años está sujeto a las condiciones que le permite un tratamiento intensivo contra la diabetes.
En el Museo de las Rejas hay rejas de hierro forjado, arañas colgantes, objetos antiguos y piezas de colección, cuyos orígenes datan del siglo XIX y principios del XX.
Una de las edificaciones mas bonitas del lugar
Sin ser arquitecto y sin planos de por medio, Antonio empezó a levantar la ciudad como parte de un juego. ¿Por qué? “Ni él lo sabe –responde Oscar–. Creo que decidió volcar una obra de arte a tamaño gigante, y lo hizo movido por las ganas de no quedarse quieto frente a su enfermedad. Para él venir acá era como una descarga, se pasaba 14 horas por día trabajando”. Y aquellas cosas que para los otros resultaban inservibles, fueron claves para que él alcanzara su sueño. Antonio fue obteniendo todo tipo de elementos de desecho, los recicló y los reutilizó para construir su mundo aparte. Tras armar con cemento las vigas, empezó a levantar paredes con piedras que conseguía de la calle, hizo techos con puertas, pisos con tejas, o cumbreras de casas con patas de bancos de escuelas. “Mi viejo podía comprar desde 20 arañas usadas sin caireles hasta pedazos de balcones en una demolición. Fue haciendo un estilo ecléctico sin darse cuenta”, intenta explicar Oscar.
Como si le faltara algún componente mágico, esta ciudad esconde un pasado histórico. Según algunos historiadores, en la confluencia del arroyo Morales con el Río Matanza –precisamente donde nace Campanópolis– se realizó uno de los principales desembarcos de Pedro de Mendoza. Es allí mismo donde hoy se encuentra una reserva ecológica de 150 hectáreas con flora y fauna selvática que asombra. Como otro dato histórico, se apunta que es muy probable que los campos hayan sido parte de una propiedad de Juan Manuel de Rosas.
En Campanópolis se llevan a cabo diversas actividades: cumpleaños, casamientos (hay una capilla) y fiestas varias, además de excursiones programadas, y la riqueza de sus escenarios resulta una tentación para producciones de moda, comerciales y películas. En algún momento aquí fueron registradas las aperturas de Chiquititas y del programa de Susana Giménez. Pero a sus anfitriones no les gusta demasiado la sobreexposición de su aldea. “Hasta acá la gente llega por el boca a boca o por recomendaciones de gente amiga”, comenta Oscar, a quien resulta imposible sacarle un nombre de todas las “personas famosas del ambiente de la televisión, la música, el cine, el teatro y hasta de la política que se han dado una vuelta para conocer el lugar, o simplemente que vienen a sentarse a tomar un mate bajo un árbol”.
De la misma forma –y casi como para terminar de cerrar el círculo de misterio que engloba el lugar– él pide no ser parte de ninguna de las fotografías de este artículo, enfatizando su deseo de que se destaque sólo la obra de su padre. Para compensar tanto secreto, suelta una anécdota. “Hace unos años pasó (Eduardo) Duhalde con su helicóptero y bajó a ver de qué se trataba esto, y le gustó mucho –recuerda Oscar–. Hace poco pasó uno y no lo dejamos bajar... Al rato nos enteramos de que era el gobernador Felipe Solá. No lo podíamos creer”.
Campanópolis no está abierto al público. “Por el momento preferimos que sea a través de eventos organizados”, indica Oscar, quien también esgrime razones de acceso al lugar. O, mejor dicho, de inaccesibilidad. “Nuestra idea es poder abrir una calle para unir a La Matanza con Ezeiza en un trayecto más corto. Posiblemente para más adelante contratemos alguna empresa para explotarla turísticamente”.
Para contactarse: http://www.campanopolis.com/.
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